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El feminismo será diverso o no será: una mirada pro derechos e interseccional

Carmen Marchena
Carmen Marchena
Periodista
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análisis

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Llevo mucho tiempo queriendo hacer este artículo y me parece tan complejo como el propio feminismo. Resulta difícil escribir sobre tu manera de estar en el mundo, sobre todo, cuando existe una brecha que duele y supura a diario. En este caso no voy a hablar de la violencia machista, un problema estructural contra el que lxs feministas estamos unidas, aunque sin olvidar el enfoque interseccional. ¿Qué quiere decir esto? La interseccionalidad subraya las conceptualizaciones de opresión básicas –misoginia, transfobia, xenofobia, racismo, sexismo, adultismo o capacitismo, etc– y las interrelaciona, creándose así un sistema de opresión, discriminación o dominación en base a categorías biológicas, sociales y culturales como el género, la etnia, la capacidad, la religión, la orientación sexual, la edad o la nacionalidad, entre otras características identitarias. El término lo acuñó la académica Kimberlé Crenshaw y las compañeras de Afroféminas aclaran que, en un contexto feminista, “permite una comprensión completamente desarrollada de cómo factores como la raza y la clase dan forma a las experiencias de vida de las mujeres, cómo interactúan con el género”.

En un mundo diverso no podemos perder de vista este enfoque, ya que solo así contaremos con todas las realidades que habitan en él. Cuando se habla en nombre del feminismo desde esferas hegemónicas e institucionales se pierde esta mirada. Muchxs compañerxs estamos cansadxs, por ejemplo, de leer a hombres cis heteros, blancos, occidentales y con buena posición socioeconómica teorizando sobre qué es feminismo. Es importante señalar todas esas características para evidenciar sus privilegios. Estamos cansadxs de leer cómo dan lecciones sobre la autodeterminación de género o sobre la teoría queer, sin ni siquiera conocer las realidades trans o no binaries. Es tremendamente injusto cuando, desde el propio feminismo, se está negando el derecho a ser a tantas personas a las que si les aplicáramos esa mirada interseccional, se demostraría la doble opresión por ser mujer y por ser trans, o en el caso de que sean racializadas, la triple opresión por ser mujer, trans y negra. Y yo me sigo preguntando: ¿Por qué se oprime desde un sector del feminismo a estas minorías?

Sorprende leer y escuchar a hombres y mujeres formados y aparentemente progresistas que se apropian del feminismo disertando desde un pedestal, sin contemplar aquellas realidades que distan mucho de su posición privilegiada. La falta de solidaridad, la taxatividad con la que profesan sus ideas, absolutamente excluyentes y carentes de empatía, no hacen sino convertirles en “adalides de la nada”, como cantaba la banda Biznaga. Este no es un artículo para hablar de cifras, sino de sentires y fatiguitas, que de eso sabe mucho el feminismo popular, el del activismo de calle y el pro derechos –sí, el que pelea para que las trabajadoras sexuales tengan los mismos derechos laborales que cualquier ciudadana –. Y que no está reñido con la lucha contra la trata o la petición de alternativas reales y efectivas para las mujeres que quieran dejar de ejercer la prostitución.

Muchxs –escribo con x porque como mujer cis no me siento atacada por las identidades disidentes y no binarias, y porque entiendo el feminismo desde la inclusividad y la diversidad– esperamos que esa Ley Trans, a la que tanto se está embistiendo por venir de la mano de una ministra de Igualdad –Irene Montero– de un partido determinado –Podemos–, pronto se haga efectiva. Una ley que emana de las voces de sus legítimas protagonistas, las personas trans, que al fin se sienten escuchadas y tenidas en cuenta. Porque esa inseguridad jurídica es una cortina de humo del abolicionismo de género y del feminismo institucional de un sector del PSOE para perpetuar su ideario. Con esto no quiero decir que su lucha, la de las feministas radicales, no haya sido importante en la historia del feminismo. Pero desde hace más de tres décadas el feminismo abrazó a otras identidades y luchas hermanas en aras de un mundo más libre, diverso e igualitario.

Esto no es una imposición ni un acto de autoritarismo, sino una realidad palpable en el feminismo de los barrios, en el de las nuevas generaciones, en ese feminismo que lucha por los derechos humanos de todas, de todos y de todes. Porque los derechos humanos no deberían ser objeto de debate. Y poner trabas en la consecución de los derechos de quienes todavía son consideradxs como ciudadanxs de segunda (personas trans y trabajadoras sexuales), alegando que irá en detrimento de las mujeres biológicas, no es propio de feministas, sino de personas con falta de empatía ancladas en la normatividad. Sorprende, insisto, porque de opresiones las mujeres sabemos una mijita. ¿O acaso es esto una competición de quién es la más oprimida?

Por un feminismo interseccional, transinclusivo y proderechos.

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