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La Iglesia española también se baja del barco de Casado y apuesta por el diálogo y los indultos

Argüello se decanta por la normalización de Cataluña dentro de la ley días después de que Antonio Garamendi se mostrara a favor de la medida de gracia

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análisis

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No se puede elevar el sentimiento a categoría jurídica. Con esta frase lapidaria el secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Luis Argüello, ha apoyado los indultos a los líderes independentistas catalanes, siempre que se haga “dentro de la ley”. Otro lobby conservador que se baja del barco ultra de Pablo Casado, a quien la defección de la Iglesia le ha cogido de sorpresa, camino de Europa, donde pretende lanzar otra de sus habituales histriónicas campañas españolistas que tanto aburren a los eurodiputados de la UE.

Casado cree que no hay nada más importante en el mundo que los indultos a Junqueras y los suyos, ni la variante delta del coronavirus, ni el deshielo internacional tras la entrevista Putin/Biden, ni el hambre en el Tercer Mundo, ni siquiera el cambio climático, que la Tierra podrá irse al garete, pero se irá con España unida e intacta. Por eso va alimentando, una vez más, la leyenda negra española, esta vez pidiendo a los eurodiputados de Bruselas que se tomen el tema de Cataluña como si fuese el nuevo desembarco de Normandía.

En realidad, la medida de gracia a los líderes soberanistas es un problema doméstico español, un grano interno de España, y solo al Gobierno de Madrid le compete resolverlo, que es precisamente lo que está intentando hacer Pedro Sánchez. No obstante, por las noticias que nos llegan de Bruselas, no parece que sus señorías le estén haciendo demasiado caso (ya hemos dicho que el temita preocupa de Pirineos para abajo, pero en la Europa civilizada no motiva nada) y todo apunta a que el líder del PP se volverá con las manos vacías. Qué se le va a hacer, al menos el viaje le habrá servido al hombre para que se airee un poco, que buena falta le hacía, ya que en una de estas su cabeza empieza a echar humo, gripa y explota con tanto guerracivilismo anticatalanista.  

Pero hete aquí que mientras Casado completaba su estéril tour europeo –como el desocupado, flemático y solitario Phileas Fogg de La vuelta al mundo en ochenta días– va y se le declara otro incendio grave, en este caso por el frente eclesiástico, que también se ha puesto de lado de los republicanos/rojos/indepes. Si hace unos días el líder del PP se veía obligado a poner a trabajar toda su maquinaria periodística y propagandística para meter en cintura al presidente de la patronal, Antonio Garamendi (que también le había salido rana a la hora de apoyar los indultos), ahora es la curia la que lo deja en la estacada. Así no se puede luchar contra los enemigos de la patria. Lo de Garamendi fue una crisis total, ya que la patronal es el brazo económico del Partido Popular y ningún dirigente se le había subido a la parra de esa manera.

La disidencia del patrono mayor del Reino fue inmediatamente sofocada con un editorial duro de El Mundo, una rápida maniobra de violento troleo en las redes sociales (campaña de amenazas e insultos contra él y su familia) y cuatro trapillos sucios que le sacó la caverna, como esa noticia que daba cuenta de que Garamendi se había vendido por una chapa de latón o condecoración del Estado. A las pocas horas de publicarse esta información, el presidente de la patronal matizaba, corregía y reculaba al asegurar que él nunca había apoyado los indultos, o sea un digodiego o bajada de pantalones en toda regla. Ya no cabía ninguna duda: la derecha había aplicado el tercer grado al emblema del gran capital, que terminó rompiendo a llorar en un acto público, tal fue la presión brutal que había recibido de las derechas.

La encrucijada de la Iglesia

Sin embargo, a Casado no le va a resultar tan fácil reconducir al redil a la Iglesia católica española. Cuando a un cura se le mete una idea en la cabeza es capaz de llegar al martirio, lo cual que el jefe de la oposición tiene un problema. Al presidente del PP siempre le queda el último recurso de colgarle el sambenito de “traidor” a Argüello, estigmatizarlo como “cómplice” de los separatistas, marcarlo como mal español y hasta pedir su excomulgación por hereje al papa de Roma. No le va a servir de nada. La posición de la Iglesia es clara y diáfana en este asunto: el cristianismo es la religión del perdón y negárselo a un fiel devoto como Junqueras, que es un meapilas de los pies a la cabeza, sería tanto como traicionar al mismísimo Jesús.

Ir contra las enseñanzas de Cristo no sería algo nuevo entre los miembros de la Plana Mayor de la curia hispana. Durante la dictadura se pusieron descaradamente de lado de Franco en su cruzada nacional contra el ateísmo y no hace mucho tildaron de subsidiados mantenidos a los pobres que aceptan el ingreso mínimo vital, o sea la paguita del Gobierno. Con todo, oponerse a una medida de gracia tan piadosa y cristiana como un indulto es demasiado fuerte, incluso para la siempre derechizada y politizada Iglesia española.   

No se podrá decir que Argüello no ha sido meridianamente claro en su exposición sobre el embrollo catalán al asegurar que al igual que están por “romper con actitudes inamovibles”, aceptando la clemencia del Estado con los sediciosos, también reclaman “la aplicación de la ley y que se respete la justicia”. De esta manera, no solo se ha situado, sin ambages, de lado de los obispos catalanes proindultos, sino que ha hecho una apuesta clara “por el diálogo”.

Por una vez, la Iglesia se ha situado en el lado acertado de la historia. Lo contrario, oponerse cerrilmente, sacar a pasear la bandera española, recuperar el catecismo nacionalcatolicista y decir no al perdón –primer mandamiento de la religión cristiana–, habría sido tanto como estafar a los fieles que siguen devotamente la doctrina de la fe. No obstante, Argüello reconoce que dentro de la jerarquía católica hay “opiniones diferentes”, de modo que Casado ya ha pedido la lista negra para separar el polvo de la paja, o sea a los buenos curas de los curas rojos. No nos extrañe que Argüello termine llorando mañana por haber dicho lo que piensa. Le pueden meter una cabeza de caballo en la cama del palacio episcopal. Como a Garamendi.

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