Casado se echa al monte tras hacer suyo el discurso franquista de los «enemigos de España»

El discurso del jefe de la oposición se endurece por momentos

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La tromba de corrupción del PP arruina la ofensiva de Casado sobre los indultos
Pablo Casado, en el Congreso

Definitivamente, Pablo Casado se ha echado al monte con su partido en un intento desesperado por hacer descarrilar el Gobierno de coalición. Es ahora o nunca, todo o nada, aquí y ahora. El discurso del líder conservador se endurece por días, no solo en sus formas y en el tono recio y faltón, sino en los contenidos, que por momentos recuerdan mucho a aquellos mensajes guerracivilistas de Franco.

Cuando a Casado se le escucha hablar de los enemigos de España que quieren romper la patria es inevitable no acordarse de aquello que decía el dictador: “La conspiración masónica-izquierdista de la clase política en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra a ellos les envilece”. Una frase casi calcada a algunas cosas que Casado dice cada semana en las sesiones parlamentarias de control al Gobierno, donde insiste una y otra vez en la supuesta conjura de Sánchez con bilduetarras y separatistas para mantenerse en el poder.

Todo lo que está ocurriendo en este país en las últimas semanas tiene que ver con la feroz operación inconstitucional de acoso y derribo de las derechas contra Pedro Sánchez. La manifestación de Colón en la que el PP participó, codo con codo, con la extrema derecha; los desplantes al rey de Isabel Díaz Ayuso que han provocado el malestar de Zarzuela; la decisión de Casado de sacar a su partido del pacto antitransfuguismo (un asunto gravísimo por lo que tiene de ruptura con la lucha contra la corrupción según unas mínimas normas de higiene democrática); y el bloqueo sistemático a la renovación del Poder Judicial que está sumiendo a la Administración de Justicia en una parálisis letal, entre otras maniobras oscuras, son señales más que evidentes de que el PP ha dado un paso más hacia la derechona asilvestrada, carpetovetónica, trabucaire y ultra.  

Casado, sin duda instigado por Santiago Abascal que tiene prisa por romper el consenso progre de la Transición, está dispuesto a todo para acabar con la izquierda en este país. Y no nos estamos refiriendo solo a que busca una derrota política que desaloje a los rojos del poder. Él sueña con exterminar al rival, liquidarlo, reducirlo a polvo para siempre. Fumigar, en el sentido literal de la palabra, a todos aquellos comunistas e indepes que sobran en la construcción de la patria común e indivisible y unidad de destino en lo universal.

En el fondo, estamos ante la misma limpieza ideológica que practicaba el viejo general. Si Franco pretendía imponer una sola idea de España sobre otra, los buenos españoles sobre los malos, Casado ya no se sonroja ni se acompleja al emplear términos y lenguajes que parecen directamente extraídos de los discursos que soltaba el tirano fascista en la Plaza de Oriente y cualquier día, en el fragor del éxtasis patriotero, se le escapa un “Arriba España” y levanta el brazo marcando el paso de la oca.

No hay más que echar un vistazo a las últimas intervenciones de Casado en el Congreso de los Diputados para concluir que el jefe de la oposición ha decidido vestirse ya con el traje nostálgico que parecía fuera de temporada, pero cuya moda retorna por el propio movimiento pendular y cíclico de la historia. La asunción por parte del líder del PP del discurso falangista sobre los enemigos de España, la vuelta al cainismo más feroz y la deslegitimación de la izquierda es una nefasta noticia para el país cuyos efectos desastrosos empiezan a dejarse notar ya.

Durante la manifestación contra los indultos a los presos soberanistas catalanes del pasado domingo, mientras un grupo de exaltados voxistas abucheaba al dirigente conservador al considerarlo blando y traidor, un hombre mostraba una pancarta con el lema “Majestad no firme” que fue muy aplaudida por la multitud enardecida. El cartelón era la forma que Vox había elegido para mandarle un claro mensaje a Felipe VI y exigirle que se niegue a tramitar la medida de gracia contra Oriol Junqueras y los suyos. Esa pancarta de chantaje a la monarquía es la misma que Casado recogió del suelo de Colón para enarbolarla y esgrimirla por todo el país. La operación estaba en marcha.

Plan de Casado

Al día siguiente de la protesta en la conocida plaza madrileña, Ayuso enviaba el mismo aviso al monarca conminándole a que se resista a tramitar los indultos, aunque sea a costa de saltarse los artículos de la Constitución referidos a las funciones y atribuciones propias de la Corona. La presidenta madrileña no actuaba por libre ni sufrió un lapsus o error. Todo forma parte de una estrategia diseñada desde Génova 13 y que consiste en presionar a la Jefatura del Estado para que tome partido de una vez por todas por los buenos españoles, por los españoles de Dios, patria, familia y orden, tal como hubiese hecho Franco de seguir vivo hoy por hoy.

La batería de preguntas retóricas de Ayuso dirigidas contra Felipe VI (“¿Qué va a hacer el rey de España a partir de ahora? ¿Va a firmar esos indultos? ¿Lo van a hacer cómplice de esto?”) sonó, más que a consejo político, a inquietante advertencia. Ayuso le estaba diciendo a la Casa Real que aquí quien no está contra los comunistas está contra España (de nuevo el ideario franquista sin complejos). Es cierto que Casado matizó las palabras de su delfina, pero horas más tarde esta volvió a reafirmarse de nuevo y reveló que el líder del PP piensa exactamente igual que ella en este asunto. Hasta el momento nadie la ha desautorizado desde Génova 13, lo cual demuestra que el discurso para chantajear y secuestrar a la figura del rey estaba tramado de antemano por las derechas.     

Toda esta maniobra supone un grave quebranto para nuestro sistema democrático. La monarquía tiene sentido en cuanto que ejerce un papel de imparcialidad, contrapeso y moderador entre las diferentes fuerzas políticas. Si las derechas se apropian del personaje emblemático del Régimen del 78, negando que sea el rey de todos los españoles, el sistema entra en quiebra y se viene abajo.

En realidad, el discurso casadista se basa en varias mentiras y burdos montajes. La primera patraña es que Sánchez se ha rendido a los independentistas, lo cual no es cierto. Lo que hace el Gobierno es abrir un cauce de diálogo para tratar de reconducir un conflicto político territorial que o se resuelve o puede acabar muy mal. El segundo bulo pepero es que el presidente necesita a los partidos soberanistas para seguir aferrándose a la poltrona. Nada más lejos. Una legislatura dura cuatro años y el Ejecutivo tiene los presupuestos aprobados, de modo que el presidente del Gobierno puede seguir en Moncloa sin contar para nada con los soberanistas.

Los indultos y la mesa de negociación con los secesionistas es simplemente el fruto de una voluntad política: la de tratar de recuperar la convivencia rota en Cataluña tras años de nefastas políticas del Partido Popular. Pero una vez más el líder conservador pervierte la realidad y siembra la semilla del enfrentamiento, como en aquella escena final de La vaquilla de Berlanga donde unos supuestos buenos y malos españoles se enzarzan en un absurda contienda fratricida. La vaquilla es España y cada día está más famélica y más maltrecha por culpa del cainismo ciego de un señor como Casado.

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