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Sobre todo Dios (C)

Filosofía para pobres (XVIII)

Francisco Silvera
Francisco Silverahttp://www.quenosenada.blogspot.com.es
Escritor y profesor, licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y Doctor por la Universidad de Valladolid. He sido gestor cultural, lógicamente frustrado, y soy profesor funcionario de Enseñanza Secundaria, de Filosofía, hasta donde lo permitan los gobiernos actuales.
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análisis

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Por si aún cabe una duda, no estamos haciendo una Historia del Pensamiento, sino aprovechar la secuencia histórica para alumbrar un poco más allá del tópico que encontrará usted, pobre lectora, lector paupérrimo, en las Historias al uso. Nada puede usted echar de menos, porque estamos poniendo lo de más.

En el año 529 se prohibió a los paganos enseñar para evitar la corrupción de los jóvenes; pero sobre la misma época comienza la imposición de dos tramos de lectura diaria para los monjes en la Regla Benedictina. A la vez que clausuramos el Mundo Antiguo recluimos los restos de los rollos y los primeros códices más la labor de copia en los monasterios para esas hora de ejercicio intelectual diario, en los “scriptoria” languidecería la cultura escrita…

El Renacimiento Carolingio en el siglo IX pretendió una nueva Atenas en Francia; en realidad fue un gran impulso para la copia de manuscritos por la “invención” de la letra minúscula, que suponía un gran ahorro en todos los sentidos. Cada revolución en la escritura ha tenido como consecuencia la renovación del parque literario pero también la destrucción de la época periclitada, de ahí la superposición de deturpaciones, la acumulación de poca fiabilidad respecto de la transmisión de los manuscritos originales grecorromanos, porque para colmo las novedades traen moda, negocio y falsificaciones…

El otro gran empujón, y el rol del territorio ibérico sería importante, llegó con otro renacer de lo Clásico en los siglos XI y XII, a través del contacto y por tanto las traducciones entre cristianos, judíos y sobre todo árabes; en siríaco y árabe se habían conservado muchas obras “científicas” clásicas.

Es precisamente entre esos dos períodos cuando se desarrollan las Escuelas Catedralicias que derivarán en Universidades, al tiempo que eclosiona la vida en las ciudades. No olvidemos que la imprenta no existe, los libros son “sumas” de pequeños ensayos escritos para ser expuestos, leídos y comentados en voz alta durante la “Lectio” de un “Magister” en una “Schola”: esto es la Escolástica.

Pero volvamos al pensamiento. Hablar de ateísmo en la Edad Media requeriría de mucha erudición. Lo hay pero quizá la verdadera contraposición de ideas está en la interpretación del propio concepto de divinidad. Ya hemos dicho que el paradigma dominante sostiene la existencia de Dios como causa del mundo; claro que no es lo mismo defender la causalidad como origen del movimiento para un universo eterno, que admitir la “creación de la nada” todopoderosa; la heterodoxia (tachada de atea por los oficialistas de todas las confesiones) tendrá mucho que ver con aquélla, esa propuesta del movimiento primero con una cierta tendencia al panteísmo o identificación plena entre lo divino y lo real que, en el fondo, debilita sustancialmente a los gestores de la fe por innecesarios: único peligro real combatido por los poderosos.

La gravísima acusación de “averroísmo”, una deformación de la doctrina del filósofo musulmán Ibn Rochd (s. XII), quien sostuvo que la Verdad está por igual en la Palabra de Dios sea quien fuere el tipo de lector, describirá muy bien el panorama del pensamiento medieval: o dar prevalencia absoluta a la fe o tolerar la capacidad de la razón para aclarar humanamente lo divino; hablar de fanatismos no quedaría claro en este contexto, sí sabemos empero que lo ejercieron quienes sólo consideraron verdad lo que el dogma dicta.

La mayor parte de los teólogos monoteístas interesantes entre el siglo V y el XIV, señalado ya por la obra del Aquinate, serán autores moviéndose entre el misticismo y el panteísmo, entre la fe como forma de vida contemplativa y la herejía excesivamente intelectual para el pragmatismo político del poder católico (o los de otras religiones).

Para muchos de estos heterodoxos, la Naturaleza es la expresión de Dios; de alguna manera en ella se aparece la divinidad aunque sólo sea por las huellas que ha dejado al crearla, los Trascendentales: la tríada Bien, Verdad y Belleza puede simbolizar esta concepción aunque dependiendo de los autores la lista cambie incluso con algún añadido; por tanto la aspiración a la felicidad, el conocimiento y la idea de orden o armonía son los objetivos de la vida humana, que no hace sino seguir las huellas de Dios en su creación: Dios es el fin último de todo movimiento o aspiración en nuestras vidas.

Otra disidencia frecuente será abandonar el bonito y terrorífico cuento del final de los tiempos, con apocalipsis incluido, para, bajo el amparo de los clásicos, defender una concepción más comprensible del alma y sus vicisitudes: el Paraíso no es más que reintegrarse en la realidad originaria de la que procedemos, dirán, como volver a constituir la Inteligencia o Intelecto del Mundo de la que somos una especie de chispa exiliada en un cuerpo. Estos autores heterodoxos tendrán claro que la Gehena, el Infierno o el Yahannam consisten en no ser con, en o para (como lo quieran leer) Yahvé, Dios o Alah. El terror del Tormento Eterno no casa con la bondad esencial divina.

También les parecerá más apropiado para un creyente sincero una teología apofática o negativa que la soberbia de creerse capaz de saber lo que Dios es; ésta es la puerta de la mística, no sabemos lo que es Dios, no podemos, pero sí lo que no es. El problema es que este planteamiento requiere sinceridad intelectual y la asunción de una ignorancia docta muy calculada, alejada de los postulados dogmáticos de las religiones organizadas. La experiencia mística es individual e incomunicable, no se puede convertir en ritual regulado.

Frente al debate puramente dogmático, Escoto Erígena (s. IX), Alfarabí (s. X), Ibn Sina (Avicena, 980-1037), Hildegard Von Bingen (1098-1179), Ibn Rochd (Averroes, 1126-1198), Moisés Ben Maimón (Maimónides, 1135-1204), Duns Scoto (1265-1308), Meister Eckhart (1260-1328)… y otros nombres que guardamos todavía estratégicamente, se moverán por estos territorios y merecen ser citados para nuestro propósito.

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