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Mujeres de Irán: de la revolución islámica a la revolución contra el velo

El asesinato de Mahsa Amini, la joven que fue arrestada y torturada por la Policía de la Moral por no llevar bien puesto el hiyab, condujo a miles de mujeres a manifestarse contra el Gobierno opresor iraní

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análisis

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Durante la dinastía Aqueménida, en la antigua Persia, la mujer jugó un importante papel social y político. Trabajaba como el hombre, recibía un salario y la que pertenecía a la alta sociedad tenía voz en asuntos de Estado. Durante siglos, hubo una cierta igualdad de género. Sin embargo, con la llegada de los seléucidas y los conquistadores musulmanes se impuso el velo como prenda con valor moral y religioso y su uso se incluyó como obligatorio en la legislación de todo el mundo árabe.

Ya en el siglo XX, las mujeres iraníes que viajaban por Europa y se educaban en colegios y universidades de Occidente como verdaderas pioneras del feminismo, creyeron que el velo se había convertido en un símbolo de discriminación, cuando no de dominación y represión del hombre. Abolirlo, disociando la política de la religión, se convirtió en algo fundamental para ellas. De inmediato, los sectores más conservadores de la sociedad iraní señalaron a las mujeres europeas (y a las iraníes que se europeizaban en sus viajes de trabajo y turismo) como una amenaza contra el orden establecido. La semilla del fanatismo que llega hasta nuestros días siguió creciendo con fuerza.

La revolución constitucional de 1905-1911 cambió la vida de las mujeres de aquel país. Hicieron política, trabajaron en periódicos, impartieron clases en escuelas y asociaciones cívicas y ayudaron a impulsar una época de ciertos avances y reformas. Pero aquel oasis duró poco. Los constitucionalistas terminaron siendo derrotados y el poder pasó a la monarquía de Reza Shah (1925-1935), un hombre que simpatizó con la Alemania de Hitler. Los diarios feministas fueron clausurados, los grupos políticos y sociales disueltos. Aunque se impulsó una limitada emancipación de la mujer –que generó conflictos entre el rey y los clérigos islámicos–, hubo un retroceso evidente.

El conflicto del velo

Reza Pahleví (1941-1979) quiso modernizar el país y obligó a las mujeres a “desvelarse”, lo que convirtió a Irán en el único Estado no comunista en prohibir el velo en 1936. Así, mientras la policía detenía a las mujeres que salían a la calle cubiertas o les arrancaban violentamente el chador, los padres y maridos les prohibían salir con el cabello al aire. Se vieron atrapadas entre dos fuegos: un Gobierno que pretendía occidentalizarlas superficialmente y una cultura patriarcal tradicional que las dominaba, de facto, en el hogar. Así que la mayoría terminó por encerrarse en sus casas y las niñas dejaron de asistir a la escuela, tal como relata Ana Ribas Ferrer en su trabajo La evolución de la mujer en Irán. El islam y el feminismo.

Al final, la revolución islámica derrocó al shah (el amigo de los norteamericanos en la lucha contra el ateísmo bolchevique), lo cual supuso un nuevo paso atrás en la lucha de las mujeres iraníes por su emancipación. Los ayatolás impusieron el uso del hiyab como obligatorio e implantó la ley coránica con sus fuertes preceptos morales y castigos físicos. El feminismo salió a la calle, pero la represión fue dura. Durante los años noventa, el régimen abrió la mano y permitió la incorporación de las mujeres a la vida laboral y social. La universidad las admitió en las aulas, aunque con fuertes restricciones: podían cursar estudios de Pediatría o Ginecología, pero no de Ingeniería. En mayo de 1997, la mujer votó mayoritariamente por Mohammad Jatamí, un clérigo supuestamente reformista que había prometido suavizar el yugo coránico y tolerar organizaciones independientes. Parecía que por fin las mujeres iban a poder conquistar algunos derechos políticos, pero en realidad siguieron sometidas a severas limitaciones. Shirin Ebadi, una activista del feminismo iraní, recibió el Premio Nobel de la Paz, abriendo el camino a otras que perdían el miedo y seguían su estela.

El asesinato de Mahsa Amini

Las elecciones de 2021 dieron la victoria al conservador Ebrahim Raisi, expresidente de la judicatura sobre quien pesaban graves sospechas de crímenes de lesa humanidad relacionados con las desapariciones y ejecuciones extrajudiciales masivas de 1988, lo que puso al descubierto “la impunidad sistémica imperante en el país”, según un reciente informe de Amnistía Internacional. Los comicios presidenciales se celebraron en un ambiente represivo y se caracterizaron por unos bajos índices de participación. Las autoridades prohibieron presentarse a cargos electos a las mujeres, a los miembros de minorías religiosas y a todos aquellos disidentes con el Gobierno, amenazando con enjuiciar a cualquiera que animara al boicot. Las protestas contra el régimen no se hicieron esperar y en esa atmósfera enrarecida se produjo el asesinato de Jina Mahsa Amini, la joven de 22 años de origen kurdo que fue arrestada y torturada por la Policía de la Moral por no llevar bien colocado el hiyab en público. Amini fue esposada bajo el pretexto de que se le iba a impartir adiestramiento islámico para corregir sus “actos de rebeldía”, pero lo único cierto es que fue conducida a un centro de tortura. Tras recibir golpes en todo el cuerpo, también en la cabeza, entró en coma en un hospital. Dos días después falleció a causa de las graves heridas. La policía negó las acusaciones de asesinato y la versión del Gobierno fue que la muchacha había sufrido un ataque cardíaco repentino. El padre de Amini desmintió esta explicación y aseguró que su hija se encontraba “en perfecto estado de salud”.

Las protestas se recrudecieron y se propagaron como la pólvora por todo el país. Se convocó una huelga general, miles de mujeres perdieron el miedo a los clérigos y salieron a la calle acompañadas de muchos hombres que decidieron estar con ellas hasta el final en ciudades como Saqqez, Sanandaj, Divandarreh, Baneh y Bijar en la provincia de Kurdistán. Las manifestaciones se extendieron con rapidez y fueron especialmente intensas en Teherán. La represión policial acabó siendo brutal. El régimen de Teherán contó con el apoyo de Rusia y China para rastrear los teléfonos móviles de los disidentes. Las cárceles se llenaron de sospechosos y presuntos activistas contra el poder teocrático iraní. La CNN ha emitido impactantes reportajes en los que denuncia la práctica de técnicas propias del terrorismo de Estado por parte de la cúpula de la República Islámica como confesiones forzadas, amenazas contra familiares de los manifestantes que no tenían nada que ver con las protestas y torturas físicas y psicológicas como descargas eléctricas, ahogamiento controlado y simulacros de ejecución. El caso de una mujer arrestada y brutalmente violada bajo custodia policial fue especialmente macabro.

El régimen del terror

A finales del año 2022 la sórdida maquinaria de la Justicia iraní se puso en marcha para reprimir una protesta que había adquirido tintes de auténtica insurrección popular. Al menos cuatro de los detenidos por participar en las manifestaciones fueron ahorcados. No serán los únicos sentenciados a la pena capital. En esos días el futbolista Amir Nasr-Azadani era condenado a muerte por apoyar actos de sabotaje contra el Gobierno de los ayatolás. Acusado del delito de moharebeh (enemistad con Dios, según la ley de la sharía) se le implicó en las actividades secretas de un hipotético grupo armado que supuestamente planeó los asesinatos de tres guardias de seguridad. El juicio no fue justo, no se cumplieron unas mínimas garantías procesales ni hubo transparencia de ningún tipo, de modo que todos los datos sobre este caso han de ser manejados con la mayor de las reservas. La comunidad internacional reaccionó con firmeza exigiendo la suspensión de la ejecución y futbolistas como Marc Bartra, Radamel Falcao y Diego Godín tomaron partido públicamente por el condenado.

Una vez más, el servicio de propaganda iraní lanzó una ofensiva mediática internacional para blanquearse a sí mismo. El 19 de diciembre, la embajada de Irán en Colombia publicaba un mensaje en la red social Twitter en el que calificaba de fake una noticia de Antena3 titulada El futbolista iraní Amir Nasr-Azadani será ejecutado por traición a la patria. “El juicio todavía no se ha llevado a cabo”, esa fue la vana excusa de Teherán para intentar limpiar su imagen de Estado totalitario. Finalmente, en enero de 2023, los jueces conmutaron la pena capital a Nasr-Azadani, que fue condenado a 26 años de prisión por su participación en las protestas y como miembro de grupo terrorista. No iba a ser el primer deportista que pagaría caro su compromiso con los derechos humanos y la libertad de expresión. Durante el Mundial de Catar, la selección iraní decidió llevar a cabo un acto de protesta por la situación de las mujeres en su país. Los jugadores se negaron a cantar el himno nacional en los prolegómenos del primer partido contra Estados Unidos y la imagen dio la vuelta al mundo. En los días siguientes el equipo recibió la visita de los esbirros de los ayatolás –los militares del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica–, que les advirtieron de que serían castigados con duras sanciones penales, e incluso con torturas a familiares, si persistían en las protestas.

Manifestaciones multitudinarias

Como en tantos otros casos a lo largo de la historia, la mujer se había convertido en el motor de una revolución popular contra la tiranía y la opresión, esta vez contra los clérigos integristas que han impuesto un régimen de terror en el país. Al grito de “muerte al dictador”, “policía asesina”, “mataré al que mató a mi hermana”, “lo juro por la sangre de Mahsa, Irán será libre”, “Jamenei asesino” y “opresión contra las mujeres desde Kurdistán hasta Teherán”, el pueblo iraní se ha rebelado contra lo que no es sino una sangrienta dictadura religiosa.

Tal como era de prever, las movilizaciones ciudadanas fueron respondidas con más violencia policial y el arresto de más manifestantes. Al menos 574 personas han sido asesinadas en las últimas semanas y más de 20.000 encarceladas. Muchas mujeres decidieron quitarse el velo y quemarlo en público; otras arrastraron por el suelo los “turbantes” de los ayatolás, gran símbolo de poder de los teólogos fundamentalistas patriarcales. La bravura del incipiente movimiento feminista iraní (cómo llamar si no a ese fenómeno social que marcará un hito en la historia contemporánea) llegó a la revista Time, que en una de sus portadas tituló: “Heroínas del año”.

En los últimos años, las crisis provocadas por el covid, la elevada tasa de inflación, el paro, los bajos salarios y la injusticia plasmada en una cruel desigualdad han generado no pocas convulsiones sociales en Irán ante las que el régimen ha reaccionado con mano dura. La población ha respondido con huelgas y concentraciones en demanda de mejores condiciones de vida, como una vivienda digna, atención sanitaria, seguridad alimentaria y una mejor educación. Además, el cambio climático está causando estragos en el país. La pérdida de lagos, ríos y humedales; la deforestación; la contaminación hídrica por aguas residuales y desechos industriales; y el hundimiento del suelo están convirtiendo Irán en un auténtico desierto improductivo. El Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha enviado a su relator para analizar la situación, pero las autoridades iraníes no le han permitido la entrada en el país. Mientras tanto, el régimen de Teherán sigue adelante con su programa nuclear, una amenaza constante para la comunidad internacional que se ha hecho más palpable tras la invasión rusa de Ucrania. Putin, consciente de que tras la revolución islámica de 1979 Irán siempre ha considerado a Estados Unidos una encarnación del mismísimo Satán, ha tratado de estrechar lazos de colaboración con los antiguos persas. Se sabe que el petróleo y los drones iraníes teledirigidos capaces de alcanzar lejanos objetivos militares están siendo de gran utilidad al Kremlin en su descabellado intento por aniquilar a los ucranianos.

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