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La homofobia de los jeques, el brazalete LGTBI y el ridículo de Rubiales en Catar

La FIFA prohíbe un acto de protesta contra el régimen homófobo y machista catarí

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análisis

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Cacicada de la FIFA. Algunos países europeos habían decidido que sus jugadores se colocaran el brazalete LGTBI –con el corazón, la bandera arco iris y el lema One Love– para denunciar la homofobia intolerable de todos esos jeques que gobiernan Catar, pero los prebostes del fútbol mundial han amenazado con sacarle la tarjeta amarilla a aquellos que se sumen a la protesta. Las federaciones futbolísticas de Países Bajos, Gales, Bélgica, Suiza, Alemania, Dinamarca y hasta la Inglaterra de Harry Kane se habían sumado a esa cruzada por la libertad que, con su plante a la dictadura teocrático/machista, dignificaba el mundo del deporte. Lamentablemente, los disidentes se han topado con un muro mucho más intransigente e infranqueable que el fanatismo religioso: el del negocio de los petrodólares, que es sagrado y va a misa, en este caso a la Meca, y el de la cobardía de Gianni Infantino y unos directivos timoratos que finalmente, y ante la amenaza de que sus jugadores pudieran ser expulsados de la competición, han reculado, dando marcha atrás a la rebelión. Pero hombre, ¿qué más daba una tarjeta amarilla, o incluso roja, o siete partidos de suspensión, si con esa digna acción de protesta se defendía a miles de homosexuales tratados como enfermos mentales por el Gobierno integrista catarí?

Los “Siete del Brazalete” han estado cerca de escribir una de las páginas más hermosas en la historia del fútbol pero, una vez más y por desgracia, al final han prevalecido las triviales razones comerciales frente a la razón suprema de los derechos humanos. El episodio pone en entredicho a España (país que en los últimos tiempos más ha avanzado en los derechos de los gais) ya que a través de su Real Federación de Fútbol ha decidido desmarcarse del grupo de protesta. Y es una verdadera pena. Los españoles hemos perdido una gran oportunidad de colocarnos junto a las grandes naciones del viejo continente, en el lado bueno de la historia y de lo poco que queda ya de la Europa democrática e ilustrada.

El desaguisado se lo debemos, una vez más, al presidente Rubiales. El gerente del fútbol español ha zanjado la cuestión diciendo que “es imposible” contentar a todo el mundo y anunciando que la Selección, la Roja, irá de la mano de la FIFA en este asunto, de modo que nuestros jugadores lucirán, todo lo más, un parche bajo el lema “El fútbol une al mundo”. Penoso, cobarde y de país pequeño. Para terminar de consumar el bochorno, Rubiales ha tratado de colocarse la medallita de todo lo que ha conseguido llevando sus torneos nacionales a Arabía Saudí, otro lugar autocrático donde a uno le meten la perpetua por ser homosexual, por ser mujer liberada frente al poder macho o por tomarse un orujo en público. “Con el tema de la Supercopa, la Real Federación Española de Fútbol se ha beneficiado del acuerdo en Arabia y ha dejado un legado sobre todo en el tema de la mujer. Estoy convencido de que el fútbol dejará un legado en Catar”, sentencia el mandamás balompédico español, al que se le llena la boca de valores humanistas pero que, llegada la hora de la verdad, hace caja con su amigo Geri Piqué sin importarle si el cliente pagador es una sangrienta satrapía.

Rubiales ha llegado a ese punto en que un hombre pierde la noción de la realidad y termina creyéndose sus propias imposturas, fábulas y mentiras. Su decisión de vender el fútbol español a siniestras dictaduras, a cambio de un buen pellizco, es impropia de un dirigente en un país democrático. Ya miró para otro lado cuando vendió el espectáculo de la Supercopa a los carceleros de las mujeres árabes y lo ha vuelto a hacer de nuevo al ponerse de perfil en este Mundial de la infamia, donde lo que tocaba era una visible y sonora protesta no solo contra la discriminación que sufre la población femenina (recordemos que una mujer ni siquiera puede buscar un empleo sin la autorización de un hombre) sino contra la persecución policial, religiosa y judicial que sufren las personas no heterosexuales, que se enfrentan a la friolera de diez años de cárcel por algo tan inocente como besarse en público.

España está dando pasos agigantados en la lucha contra el machismo imperante –con leyes necesarias como la del “solo sí es sí”– y en el respeto a los derechos de las personas LGTBI. Pero mientras la sociedad española se humaniza, Rubiales se dedica a cerrar tratos con los camelleros de la injusticia, hace la vista gorda, firma contratos millonarios con siniestros jeques y antepone la ley del mercado a la ley de los derechos humanos. Mientras el bravo pueblo iraní se juega la vida contra el fanatismo y reduce a cenizas la casa del ayatolá Jomeini (ideólogo del fundamentalismo), mientras una conocida periodista es arrestada por la Policía de la Moral del régimen de Teherán por cortarse el pelo y sumarse a la campaña por los derechos de la mujer, produce pena, consternación y asco que nuestros dirigentes futboleros compadreen con el autoritarismo teológico y no estén sabiendo estar a la altura de las graves circunstancias históricas que vive la humanidad. Pedro Sánchez tendría que haber tomado cartas en este turbio asunto del brazalete que la FIFA ha vetado sometiéndose cobardemente a los fascistas de la túnica. Una gran oportunidad perdida para demostrarle al mundo que somos una potencia en derechos humanos.

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