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La revolución de las mujeres iraníes prende en todo el Oriente Medio

El Gobierno de los ayatolás, arrinconado por las últimas manifestaciones, se ve obligado a acometer reformas sociales

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análisis

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El asesinato de la joven Mahsa Amini a manos de la policía religiosa ha hecho estallar una auténtica revolución feminista en Irán que se extiende rápido por el resto del mundo árabe. Miles de mujeres salen a la calle para protestar contra el poder patriarcal que las obliga a llevar el hijab y contra unos clérigos fundamentalistas que las tratan como esclavas del harén. A menudo ocurre que la mecha que prende las revoluciones empieza por un caso individual, casi siempre anónimo, pero que acaba convirtiéndose en paradigma y en símbolo de la lucha por la dignidad y la justicia de todo un pueblo. “Llevamos 43 años encerradas vivas”, gritan algunas manifestantes en las calles de Teherán. “Muerte al dictador”, exclaman otras todavía más críticas con el régimen de los barbudos ayatolás.

Hace tiempo que se sabe que el Estado iraní, ese que pone sus drones suicidas al servicio de la guerra de Putin, es uno de los más represores, execrables y sórdidos del mundo. Sin embargo, la comunidad internacional ha mirado para otro lado para no importunar a un país clave en el convulso tablero geoestratégico de Oriente Medio. A Irán se le han tolerado aberraciones y crímenes terribles que en otros países como Afganistán, Irak o Siria han sido motivo de invasión con la excusa de la defensa de los derechos humanos. Pero las mujeres iraníes no conocen de diplomacias, ni de hipócritas relaciones internacionales. Las mujeres iraníes han dicho basta ya a que el mulá de la túnica negra, el chulo chií de turno, les diga lo que tienen que hacer, cómo vestir, qué estudios cursar y qué indumentaria utilizar cuando compiten en torneos de cualquier disciplina deportiva. Últimamente ya ni les dejan ponerse maquillaje o pintarse las uñas. Una auténtica dictadura teocrático/patriarcal.

Nasrin Sotoudeh, condenada a 38 años de prisión y 148 latigazos por protestar contra la obligación de las mujeres a cubrir su cabello con el  trozo de tela, ha pagado caro su rebeldía. La escaladora Elnaz Rekabi, que hace solo unos días fue detenida por la policía iraní tras participar en un campeonato en Seúl sin el velo, se encuentra en arresto domiciliario sin que se sepa qué ha sido de ella. La atleta tuvo el coraje de lanzar un mensaje de libertad a todas las mujeres iraníes. Cada paso que daba en su ascensión por la pared vertical era una conquista en la lucha secular contra el poder masculino. Lógicamente, su grito de libertad fue muy mal tomado por el régimen de Teherán, que es el fascismo religioso, y nada más pisar el aeropuerto fue obligada a retractarse bajo amenaza de que las propiedades de su familia serían confiscadas por el Estado. Pese a todo, una batalla más se había ganado, una semilla más había sido plantada en el tenebroso jardín de los machirulos persas que comercian con la carne femenina.

Todas estas pequeñas grandes gestas de unas cuantas heroínas han movilizado a millones de mujeres y hombres de todo el mundo, que se han sumado a campañas de concienciación por los derechos de las iraníes y en contra del totalitarismo de la República Islámica del 79. Efectiva y directa ha sido la acción simbólica llevada a cabo por artistas, cantantes, actrices e intelectuales francesas que como Juliette Binoche, Marion Cotillard o Charlotte Gainsbourg decidieron cortarse un mechón de pelo en las redes sociales en solidaridad con la joven Mahsa Amini y de tantas otras que están siendo cruelmente reprimidas en todo el país. Nuestras divas han sabido estar a la altura de las circunstancias. Penélope Cruz, Blanca Portillo, Bárbara Goenaga, Emma Suarez o Maribel Verdú se encuentran entre las bravas que han querido dar la cara ante la cámara y mostrar la justiciera tijera a los gobernantes meapilas iraníes antes de segar el mechón de sus cabelleras.

El terror se ha instalado en Irán. La policía de la moral y los paramilitares de Jomeini, al más puro estilo orwelliano, persiguen por la calle a las mujeres que osan rebelarse contra la ley sharía o pasean descubiertas; los hombres acosan a sus presas con comentarios machistas, las reprenden y abusan de ellas a plena luz del día; los jueces abren juicio sumarísimo, sin ninguna garantía, contra toda aquella que desobedece las fatwàs de los fanatizados juristas del Corán; las cárceles se llenan de universitarias inocentes que piden justicia y se niegan a ser exclusiva propiedad del varón. La violencia sexual se ha convertido en un juego institucionalizado. Se cuenta que una familia entera ha sido ejecutada por blasfemia (incluida una niña de tres años) en el último acto del sangriento régimen integrista. Pero la revolución de la mujer empieza a calar hasta en el último rincón del país y también de otros estados de Oriente Medio hoy instalados en un medievalismo feudal, anacrónico, esclavista. La mayoría de las mujeres empiezan a perder el miedo, aunque saben que pueden ser arrestadas, torturadas, violadas y ejecutadas en cualquier momento. Ser feminista en Madrid es fácil; serlo en Teherán puede costar la vida.

La Primavera Árabe quedó en nada, como otros tantos movimientos insurreccionales que, de cuando en cuando y cíclicamente, intentan llevar la democracia a estas satrapías totalitarias. Esta vez parece que la cosa va en serio. Un país que pretende esclavizar a sus mujeres está condenado a su autodestrucción. Esta revolución, la revolución contra el hiyab, ha prendido de forma irreversible y hace tambalearse el sistema de los ayatolás. Habrá un antes y un después de estos días de octubre, mes de convulsiones sociales. Cabe preguntarse qué van a hacer sus padres, sus maridos y hermanos. Ahí estará la clave para que el movimiento deje de ser algo particular y alcance tintes de auténtica rebelión popular contra el poder de las túnicas. Las mujeres iraníes están dando al mundo entero una auténtica lección de valor, coraje y defensa de los derechos humanos. Puede que tarden un año o un siglo en conseguir la libertad como lo hicieron los negros en los tiempos de la esclavitud. Pero que a nadie le quepa la menor duda de que al final terminarán derrocando a sus carceleros, censores y verdugos.

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