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La rebelión de los robots ya está aquí

Un grupo de expertos y grandes empresarios de la industria tecnológica pide frenar la loca carrera hacia la inteligencia artificial

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análisis

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Elon Musk y cerca de mil científicos han firmado una carta inédita en la que piden a las grandes compañías tecnológicas que frenen la fabricación de computadoras, durante seis meses, ante el riesgo de que las máquinas terminen revolviéndose contra la raza humana. Después de una pandemia global que metió a la humanidad en sus madrigueras, como una colonia de ratones asustados, y una guerra en Ucrania que nos ha puesto al borde de un apocalipsis nuclear, solo nos faltaba la distopía hecha realidad de los robots que aplastan al hombre y dominan el planeta.

El mito del engendro mecánico que se rebela contra su creador aparece ya en la mitología y las religiones antiguas. Según la tradición judía, el Golem, un ser artificial fabricado de barro o arcilla a modo de coloso de piedra, recibe la chispa divina y cobra vida. En la Grecia clásica se difundió la historia de Cadmo, que fabricó soldados a partir de dientes de dragón. Galatea, la escultura de Pigmalión, cobró vida de una forma tan hermosa como inquietante. Y el dios Hefesto diseñó seres mecánicos inteligentes y hasta mesas que podían moverse por sí solas.

En algunos de esos casos ya se hablaba de criaturas de aspecto humano. Un extraño presagio que se transmite de generación en generación, como si algo o alguien nos lo hubiese grabado en lo más profundo de nuestras conciencias, nos persigue desde tiempos inmemoriales. La obsesión del homo sapiens por la maldad de sus propios inventos se ha tratado hasta la saciedad en la novela de ciencia ficción y el cine. Ya en el siglo XIX un cuento de Hoffmann, El hombre de arena, habla de una mujer con trazas de muñeca viviente. Y a comienzos del siglo XX aparece por primera vez la palabra robot, concretamente en la obra de teatro R.U.R (Robots Universales Rossum), del checo Karel Capek, donde se menciona a una empresa que construye androides para que hagan el trabajo de la gente. La idea no deja de ser fascinante si tenemos en cuenta que la obra fue escrita en 1920, cuando pocos podían imaginar hasta dónde sería capaz de llegar el ingenio tecnológico de la mente humana. En R.U.R ya tenemos la idea fuerza que se ha repetido una y otra vez a lo largo de la historia de la literatura como un aviso desesperado para los humanos del futuro: los clones antropomorfos acaban desarrollando la capacidad de pensar y terminan enfrentándose a su creador para disputarle el dominio del mundo. Fritz Lang llevó el tema al cine en la maravillosa Metrópolis, una distopía que muestra un sórdido gueto subterráneo de obreros esclavizados a los que las élites prohíben ver la luz del sol y reprimen con sus artilugios mecanizados.

Quizá no sea más que el sueño de la razón que produce monstruos, pintado por Goya, pero de alguna manera esa pesadilla nos ha perseguido desde que aquel primer simio le arreó un garrotazo mortal con un hueso a otro congénere en una pelea a muerte por el control de una charca, abriendo la prodigiosa odisea evolutiva humana. Desde el terrorífico HAL 9000 de 2001 que toma el control de la nave espacial a la búsqueda de vida extraterrestre, liquidando a sus tripulantes, hasta los replicantes humanizados de Philip K. Dick, pasando por los robots de Isaac Asimov, esa nefasta intuición, casi una obsesión, no ha hecho más que ir tomando cuerpo y materializándose como una profecía autocumplida. Precisamente al gran Asimov le debemos las “tres leyes de la robótica” que plasmó en sus obras a modo de relatos de ficción (la primera establece que un robot jamás hará daño a una persona), pero que hoy, visto lo visto, quizá haya que ir incluyendo en chips, códigos de seguridad y leyes civiles concretas, por si en algún momento a los androides se les ocurre levantarse contra su amo y asaltar la sede de Tesla como en su día los parias de la famélica legión tomaron la Bastilla o el Palacio de Invierno. Viendo sonreír y mover las cejas a un prototipo japonés tan humano, tan demasiado humano, como diría Nietzsche, solo podemos concluir que nos encontramos cerca de la extinción como especie para ser sustituidos por una nueva raza superior que conquistará el espacio y otras galaxias algún día.

Los escritores y guionistas no hacen más que enviarnos señales del futuro, la Tierra dominada por los monstruos de cable y acero de Matrix, los autómatas que persiguen al niño androide de Inteligencia Artificial (Kubrick más Spielberg) o el traidor cíborg de Alien, el octavo pasajero. En algún momento, las máquinas tomarán conciencia de que son más inteligentes, más perfectas y fuertes que ese bicho violento y zumbadillo de dos patas que está acabando con el planeta a fuerza de envenenar el aire, contaminar los mares y calcinar los bosques con devastadores incendios forestales como los que hoy arrasan el paraíso terrenal de Asturias. Llama poderosamente la atención que sea Elon Musk, uno de los padres de la IA, quien a través de su fundación Future of Life Institute lance a la comunidad internacional ese desesperado mensaje sobre la robótica descontrolada y voraz, “una peligrosa carrera que está llevando al desarrollo de modelos más impredecibles y con capacidades cada vez mayores”. La carta, casi un testamento para los humanos, la rubrican también el cofundador de Apple, Steve Wozniak; Jaan Tallin, de Skype; y jefes de ingenieros de Meta o Microsoft. No estamos pues ante ninguna broma o delirio de un científico chiflado. Cuando son los propios magnates de las nuevas tecnologías quienes, asustados por lo que llevan entre manos, proponen que frenemos esta loca carrera hacia la creación del Golem definitivo, que podría convertirse en una especie de Dios esclavizador del hombre, es que la cosa va en serio. “Los sistemas de inteligencia artificial pueden suponer un profundo riesgo para la sociedad y la humanidad. Por desgracia, no se está desarrollando con el nivel de planificación y cuidado adecuado”, reza la carta, que pide más protocolos de seguridad. Quizá haya llegado la hora de incluir en nuestras computadoras, por lo que pueda pasar, esas tres leyes de la robótica que Asimov ideó, muy premonitoriamente, para sus relatos y cuentos. Nos va la supervivencia en ello.

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