Elon Musk, el pequeño dictador de las tecnológicas

Rebelión de trabajadores en Twitter frente a los métodos tiránicos del fundador de Tesla

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Brasil contra Elon Musk: el Supremo abre investigación por influencia ilegal en redes sociales
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Vivimos en la dictadura de las tecnológicas. Todavía no hemos llegado al mundo de Blade Runner, donde cuatro corporaciones mundiales lo controlaban todo (la seguridad, la investigación, la medicina y hasta los viajes espaciales) pero vamos claramente por ese camino. El perfil de empresario autoritario, gamberro y ácrata, se impone sin que las democracias modernas puedan hacer nada por pararle los pies. El bailongo Elon Musk, mascando chicle y soltando idioteces, es uno de esos siniestros personajes que con sus bulos delirantes amenaza la estabilidad de todo el planeta.

Hace unas semanas, el magnate sudafricano se dio el capricho de comprar Twitter y lo hizo a tocateja, como quien compra un paquete de pipas. Hoy el imperio del pajarito azul se tambalea y se encuentra al borde del colapso. La agresiva política empresarial que desde su llegada ha impuesto el polémico archimillonario directivo de Tesla ha terminado por hundir uno de los gigantes del sector. La primera orden que dio a sus técnicos de guardia fue que hicieran funcionar Twitter rozando la frontera de la ley. Tras asegurar que la libertad de expresión es sagrada, redujo los filtros de control para que cada usuario pudiera decir y hacer lo que le viniera en gana. Incluso avanzó que levantaría el castigo a Donald Trump, expulsado de la red social por mentiroso, bulero profesional, obsesivo intoxicador y chalado conspiranoico. De esta manera, y con el argumento de que el debate no debe someterse a límites de ningún tipo, Twitter ha vuelto a abrirse a haters, trols, fanáticos políticos y religiosos, fascistas de nuevo cuño y gente extraña que amenaza e insulta al prójimo con total impunidad y solo para lograr unos cuantos retuits. Fue como darle la pistola al mismísimo Satán.

No contento con haber normalizado la mala educación y el odio entre personas (ese veneno letal que desde la llegada de las redes sociales ha trastornado a la humanidad) decidió sacar el látigo, ponerse el traje de jefe e imprimir su sello personal a la empresa, o sea una nueva forma de trabajar basada en el puro esclavismo ultraliberal. Tras anunciar una batería de miles de despidos (echó a la mitad de la plantilla por correo electrónico, sin previo aviso y tratando a los trabajadores como simple carnaza), advirtió que solo quería empleados abnegados que lo dieran todo por la compañía, día y noche, sin festivos ni fines de semana. Trabajo duro o a la calle con tres meses de indemnización, esa fue la propuesta que ofrecía el cacique tecnológico. Por supuesto, el sacrificio llegaba también a los salarios, que serían reducidos de forma drástica en el marco de la política de austeridad que tanto le gusta al negrero Musk.

Lógicamente, el cruel modelo a la china (vive y muere por el trabajo) ha llevado a cientos de empleados a abandonar la compañía. Ayer, una oleada de dimisiones recorrió las delegaciones de todo el mundo. “De: DM de Ingeniería a Elon Musk. Asunto: Adiós”, publicaba uno de los operarios afectados por el ERE. El efecto contagio se propagó rápidamente por toda la red social y cientos de subordinados y usuarios terminaron revolviéndose contra el directivo con mensajes de todo tipo, amenazándole con filtrar información altamente sensible sobre la empresa. El visionario Musk había inaugurado, sin saberlo, una nueva fase de la lucha obrera en el largo proceso del materialismo histórico: la revolución contra el gran capital a través de los medios digitales de comunicación. El proletariado de nuestro tiempo va aprendiendo a defenderse de la dictadura de las tecnológicas, y si Lenin levantara la cabeza ya no soltaría sus discursos ante las masas frente al teatro Bolshoi de Moscú, lo haría en Twitter y con alias o nick falso.

De cualquier manera, la rebelión debió amedrentar a Elon Musk, que dio orden inmediata de cerrar las oficinas del grupo empresarial ante el temor de que algunos trabajadores “pudieran sabotear la red social”. Por un instante, el boicot y la fuga de cerebritos estuvo a punto de dinamitar el imperio y por primera vez el potentado con rostro plástico de frío androide comprendió que no era un ser supremo intocable. Su sueño de convertir Twitter en el nuevo campo de algodón para los esclavos del siglo XXI se frustró a las primeras de cambio, el tiro le salió por la culata y tomó conciencia de que las personas no son como los autómatas absurdos con los que se entretiene mientras mete sus millones de dólares en la máquina de contar billetes. La realidad lo bajó de los cielos, donde sin duda había quedado suspendido como uno de esos turistas majaderos que suele enviar al espacio.

En las últimas horas, el New York Times publica que Musk se ha encerrado en su despacho con el teléfono móvil para convencer a sus genios de Silicon Valley, a los que ha tratado a patadas, de que se queden y eviten que la empresa se le vaya al carajo. Uno pagaría por verlo suplicar y arrodillarse ante sus dignos desertores: “Porfi, Peter, brother, no me dejes tirado como una colilla”. Definitivamente, el mago de las finanzas ha estado a punto de acabar con Twitter, lo cual no sería ninguna tragedia. Llegados a este punto, lo mejor que podría ocurrirle a la humanidad es que alguien cerrara ese vertedero de delirios, inquina colectiva y desinformación y volviéramos todos a aquellos viejos periódicos de la noble edad del humanismo.

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