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La burbuja política

Manuel I. Cabezas González
Manuel I. Cabezas González
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada Departamento de Filología Francesa y Románica (UAB)
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análisis

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Los filósofos distinguen las “causas próximas o inmediatas” de un hecho y las “causas lejanas, originarias” o “prístinas”. Por su lado, para los seguidores de la medicina alternativa, la medicina ortodoxa sólo trata los síntomas de las enfermedades, pero no las causas del mal; esto hace que las enfermedades se conviertan en crónicas y, con ello, la industria farmacéutica (farmafia, la llaman algunos) tiene aseguradas pingües ganancias.

En España, desde que se reconoció oficialmente la existencia de la gravísima crisis económica de 2007, que aún estamos sufriendo, los economistas, la casta política y los voceros de ésta —los llamados todólogos— se dedicaron a repetir el mantra de que la causa de la misma estaba en la “burbuja inmobiliaria”, coadyuvada por la “burbuja financiera” (o viceversa, tanto monta, monta tanto). Según algunos, éstas empezaron a enraizar y a tomar forma en los prometedores años 90 (Barcelona ’92 y Expo de Sevilla). Ahora bien, este punto de vista pone el acento en las causas próximas o en los síntomas de la crisis, que son las ramas que nos impiden ver el bosque de las causas originarias y primeras.

Desde hace demasiado tiempo, España está cubierta por un cielo “emburbujado”, que sigue provocando una destrucción sistemática y progresiva de nuestro Estado del Bienestar. Ahora bien, la madre de todas las burbujas no es ni la inmobiliaria, ni la financiera, ni la conjunción de las dos (como hubiera dicho Leire Pajín), ni la…, ni la… La madre de todas las burbujas y de la crisis del 2007, hay que buscarla en otro sitio: en la casta política (burbuja política); y, como diría Santiago Segura, en el “brazo tonto de la ley”, el poder judicial (burbuja judicial), que fue y es uno de los principales problemas para los ciudadanos españoles, según un informe del CIS y una encuesta de Metroscopia. Centrémonos hoy en la “burbuja política” y dejemos, para mejor  ocasión, el análisis de las otras.

En la “democracia española”, es una realidad tangible y verificable que no existe una real separación de poderes, principio tan del gusto de Montesquieu, cuya muerte vaticinó Alfonso Guerra en los 80. Ahora bien, sin esta separación, la calidad, la salud y la higiene democráticas dejan mucho que desear o brillan simplemente por su ausencia. Por eso, como escribió, atinadamente y por casualidad, la “todóloga” de servicio, Pilar Rahola, “España es una democracia […] intervenida, […] un paraíso de arribistas”. Y, en este “paraíso  de arribistas”, los miembros de la casta política se han ido multiplicando como los conejos, hinchando cada vez más la burbuja política; se han aposentado, como lapas y sanguijuelas, en las instituciones y en los poderes del Estado; los han colonizado;  y están haciendo y deshaciendo a su antojo, pensando sólo en ellos y en las próximas elecciones y no, como debería ser, en el bien común y en las próximas generaciones, como hubiera dicho Winston Churchill.

En efecto, en 2012, fue desvelado, en la prensa digital no “apesebrada”, el contenido de un informe confidencial, que nadie ha desmentido desde entonces, realizado por la Presidencia del Gobierno de España. Se trata de un informe relativo al número de políticos con sueldo, que pagamos todos los ciudadanos de bien. Son nada más y nada menos que 445.468 individuos, situados en todos los organismos, estamentos y niveles de la administración. En España, hay 300.000 políticos más que en Alemania y el doble que en Francia e Italia. Y representan muchos más que la suma de los médicos (166.000), de los policías (150.000) y de los bomberos 20.000), que se ocupan de lo que realmente nos importa a los españoles: nuestra salud y nuestra seguridad. Y el coste de estos michelines políticos no es, como suele decir la fauna de los “todólogos”, el chocolate del loro; representaba en 2012, tirando a la baja, unos 13.500 millones de € anuales, que equivalía al recorte que se nos impuso a los asalariados a causa de la crisis económica de 2007 o a la mitad de los intereses que debíamos pagar por la deuda o a la subida de impuestos varios, a los que hay que añadir copagos y otras medidas anticrisis.

Siendo alarmantes estos datos, lo más grave son las consecuencias de los actos y comportamientos de los miembros de la casta política de esta burbuja política que, como escribió la “todóloga” de cabecera de TV3, Pilar Rahora, “procede del todo a cien de los partidos”: despilfarro, uso discrecional y apropiación descarada de recursos públicos; corrupción; hipertrofia de las administraciones públicas, para colocar a amigos y afines, que no se deben confundir con los funcionarios; politización del funcionariado; control político del Tribunal de Cuentas, del Banco de España, del Poder Judicial,  del Tribunal Constitucional, del INE, del INEM, etc.; mangoneo en las Cajas de Ahorro, cuando existían; desequilibrio en las cuentas públicas y endeudamiento desbocado; hipertrofia legislativa y el correlato de la ruptura de la unidad de mercado, de la unidad sanitaria, de la unidad lingüística, de la unidad educativa, etc. Y todo esto ha conducido a la ingobernabilidad de España —empantanada desde hace 5 meses y con nuevas elecciones el 10N— y a la inviabilidad del Estado de las Autonomías.

Ante todo esto, parece lógico y razonable que los ciudadanos españoles estemos hasta el gorro de la casta política de todo el arco parlamentario —desde el PP al PSOE, pasando por IU-Podemos, Ciudadanos y los diversos partidos nacionalistas— y que consideremos que no está a la altura de las circunstancias. Por eso, la casta política, progenitora de la “burbuja política” y, a través de ésta, de todas las demás burbujas (la inmobiliaria, la financiera, la judicial, la autonómica, la sindical, la educativa,…), debería tener memoria histórica. Con su hacer ha estado incubando un populismo irracional y visceral, que podría traer como regalo, de nuevo, a algún “salvapatrias”. Por eso, no estaría de más que meditase sobre el siguiente pasaje del manifiesto que, el 12 de septiembre de 1923, hizo público Primo de Ribera: “Ha llegado para nosotros el momento, […], de atender el clamoroso requerimiento de cuantos, amando a la Patria, no ven para ella otra solución que libertarla de los profesionales de la política” (la actual casta política). Es todo un aviso para navegantes. Y sería muy positivo que los ciudadanos pincháramos, de una vez por todas, la “burbuja política” y obligáramos a la nefasta casta política actual, que “no nos representa”, a hacerse el harakiri. Como dejó escrito el premio Nobel de literatura, José Saramago, no sospechoso de ser de derechas, los políticos no son parte de la solución sino parte del problema: “sin política no se puede organizar una sociedad. El problema es que la sociedad está en manos de los políticos” (de rancio abolengo o de nuevo cuño).

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