Probablemente si alguien le viera pensaría que era una estupidez, que no tenía sentido la continua sonrisa de pequeña felicidad y placer. ¿Cómo podía gustarle tener que agacharse, doblarse sobre sí mismo una y otra vez, dar vueltas y más vueltas a la gran cama de un metro noventa por uno ochenta, estirar primero la bajera con sus dedos artríticos -le tenía que doler- hasta que no quedaba ni una sola arruga? Y a continuación repetir la operación lenta y minuciosamente con la segunda sábana: la encimera; ahora tiro de aquí y ahora de allá, vuelvo a tirar de aquí otra vez, y por fin, tras muchas vueltas alrededor del tálamo poder quedarse quieto y dejar que la vista corriese de punta a punta, de esquina a esquina sin tropezar con la más mínima rugosidad. Tampoco se demoraba demasiado tiempo contemplando la lisa perfección de la tela, porque aún quedaba la colcha, y en invierno la colcha y la manta, y luego poner los almohadones, que colocaba deprisa porque el día ya había empezado y le esperaban muchas cosas -fáciles y difíciles- que estaba deseando afrontar y hacer.
(Desde que León Salgado, hace ya ocho días, comenzó a publicar sus relatitos diarios en D16, sucede que se levanta de un humor increíblemente bueno, manteniendo -en el caso de hoy- la misma nota con la que se acostó ayer, un diez: 10.
Desde siempre, y hasta donde es capaz de recordar, Salgado se esfuerza en no dejar ni una sola arruga distorsionando las sábanas cuando hace la cama, aunque no solía valorarlo demasiado; pero sucedió que un día de verano Emili, su hijo, le ayudó a hacer la cama porque a él las manos le dolían más de lo habitual y las lumbares también, aunque aún ese día fue León quien tiró de aquí y allá hasta hacer esfumarse y desaparecer hasta la última y más pequeña arruga en la sábana. “Qué perfección” dijo Emili asombrado, y por primera vez El Cazador de Cuentos se dio cuenta de que sí, de que aquello era perfección, y se le dibujó una sonrisa en la cara que luego cayó a su corazón, donde sigue tersa y feliz, y que piensa León -inch´allá- seguirá para siempre allí)
(Incluyo Hacer La Cama en LA JAVIER PANIZO COLLECTION, pues aunque no he puesto ningún nombre es a él -a Panizo, Javier Panizo- a quien veía “tirando de aquí y de allá” mientras escribía el cuento)
(Javier Puebla escribió todos los días durante un año un cuento o relato literario: El Año del Cazador, una suerte de novela neurológica que sólo puede conseguirse completa y editada en papel solicitándosela directamente al autor a través de Twitter, Instagram o Facebook, o en el correo [email protected]
Esta Suite que se está publicando en Diario16 y que en principio se prolongará durante 33 días está inspirada por el deseo de recuperar el espíritu y la forma de observar la vida con unos ojos distintos, ojos de Cazador de Cuentos, y es también un exponerse ante el mundo, un “aquí estoy, aún estoy aquí y tú puedes verlo y compartir conmigo este imprevisible juego”.)
Día 9
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(Mecanografía: LF)