Se siente el más desgraciado de los hombres: triste, flojo y sin voluntad. Sus más apreciados amigos no le responden al teléfono. Nota un pinchazo en el corazón. Tiene el estómago hinchado y revuelto. Camina como un alma en pena entre las mesas del bar: no hay nadie conocido. Se sienta en la barra y pide un armañac, pero no se lo traen: la camarera pasa de él.
No está dispuesto a esperar a que la camarera se digne atenderle; se levanta para irse y en ese momento sale del baño un hombre de mediana edad al que conoce.
-Hombre.
-Hola.
Al tipo no parece hacerle demasiada gracia el encuentro, pero a Javier Panizo le da igual. Cuándo escucha la inevitable pregunta de cortesía: ¿Qué tal?, decide ejercer de pelma, y en lugar de decir simplemente bien o muy bien, como hace la gente educada y elegante, empieza a contarle sus cuitas y desdichas al hombre que tiene enfrente.
Sorprendentemente a su interlocutor nada de lo que le cuenta le da la menor pena, es evidente por la expresión de su cara, el brillo torturado de la mirada oscura, que siente envidia. ¿Envidia?
¿Cómo me puede envidiar? Pero ¿acaso importa el por qué? Me envidia y ya está, y eso significa que le encantaría estar en mi lugar.
Lógico, en realidad su situación no está mal, si lo piensa con cuidado y detenidamente: es excelente. Su tristeza es injustificada, sus amigos ya le responderán antes o después, lo del pecho no tiene ninguna importancia y el estómago no le molesta ya. Respira hondo y se relaja, bebiendo las últimas gotas de odio que aún destilan los ojos que le observan.
Le da una palmada en el hombro, agradecido.
-Qué medicina tan buena ha sido para mí tu mirada, chaval.
Porque el profesor Panizo, Javier Panizo, cuando es feliz y está de buen humor, llama a casi todo el mundo así: chaval.
(La idea es de ayer, hoy no se me ha ocurrido ninguna, he estado casi todo el día acompañado y no he tenido ni ganas ni tiempo para pensar. Me sucedió realmente, como en muchos otros de los relatos de esta Suite. Mi tristeza y el cruce con alguien que sin entusiasmarme me simpatiza; sentir su inesperada envidia cambió mi estado de ánimo.
Hoy, después de la revisión de los relatos que hice ayer tras salir publicado Entre Los Perros Hambrientos, pienso que esta aventura no se puede comparar en absoluto con la original, con El Año del Cazador. Entonces vivía sólo para cazar y enjaular pequeñas historias, ahora hago muchas cosas más que me distraen y estorban. Mañana -vuelvo a dudar- acabaré probablemente, porque si quiero ya puedo. ¿Ha merecido la pena? Sí por el jugar, pero tengo la creciente sensación de que la literatura empieza a carecer de sentido: hoy todo es informática y constante novedad, parece que ya nada pueda perdurar.)
(Javier Puebla es el primer escritor en la historia de la literatura en haber escrito un cuento al día durante un año: El Año del Cazador, una suerte de novela neurológica que sólo puede conseguirse completa y editada en papel solicitándosela directamente al autor a través de Twitter, Instagram o Facebook, o en el correo [email protected]
Esta Suite que se está publicando en Diario16 se prolongará al menos durante 33 días y está inspirada por el deseo de recuperar el espíritu y la forma de observar la vida con unos ojos distintos, ojos de Cazador de Cuentos, y es también un exponerse ante el mundo, un “aquí estoy, aún estoy aquí y tú puedes verlo y compartir conmigo este imprevisible juego”.) Día 32.
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(Mecanografía: LF)
