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El virus de la dejadez

Maximiliano Fernández Ibarguren
Maximiliano Fernández Ibarguren
Licenciado en Periodismo Licenciado en Ciencias del Trabajo
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análisis

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Tras casi dos años de pandemia, más de 80.000 fallecidos, miles de familias rotas, centenares de enfermos con Covid crónico, un sistema sanitario al borde del colapso sin indicios de recuperación frente a variantes que no le dan tregua, los españoles no hemos aprendido nada. El espejo del día al día así lo evidencian; el virus ha mutado de la irresponsabilidad a la dejadez.    

Según la RAE, dejadez es “pereza, negligencia, abandono de sí mismo o de las cosas propias”. El término va asociado intrínsecamente a una decisión personal, no discutible. Sin embargo, en un contexto de pandemia, no sale gratis: Pasa factura en infectados, ingresados en Ucis y hasta fallecidos. Sí, en fallecidos también, porque, a pesar de lo que la mayoría de los ciudadanos creen, siguen muriendo por Covid hombres y mujeres sin distinción de edades.  

Caminar por las calles de las grandes ciudades como Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia o Vigo ha sido misión imposible en las últimas semanas. Abarrotadas de transeúntes, las policías locales no eran capaces siquiera de controlar los aforos con cortes en los accesos a plazas, parques o paseos peatonales. Los ciudadanos se lanzaron a los grandes centros urbanos sin poder mantener la distancia de seguridad y en su mayoría, desprovistos de la mascarilla. Y todo porque ni abuelos, ni abuelas, ni parejas ni familias con niños, querían perderse el alumbrado navideño.  

El caos y descontrol se apoderó de las aceras, en parte, incentivado desde las propias corporaciones locales, que por cálculos electorales, no se atrevieron a cancelar la iluminación de sus ciudades hasta el punto de visibilizarse competencias entre alcaldes por la decoración navideña de sus calles. Por cierto, en un contexto de pandemia y de progresivo aumento del precio de la luz, no hubiera estado nada mal , destinar dicho presupuesto a las familias menos favorecidas o con falta de recursos para pagar el recibo pero… no da votos.

El virus ha mutado de la irresponsabilidad a la dejadez en las situaciones más cotidianas. Si hasta ayer para hacer la compra, los clientes tenía que desinfectarse las manos con gel hidroalcóholico y posteriormente hacer malabares para abrir y ponerse los dos guantes, hoy es normal ver en los supermercados a hombres y mujeres tocando la fruta, la verdura o el pan ya sin ellos. Y los apesadumbrados dependientes, como si la tienda fuera un patio de colegio, teniendo que llamarles la atención sin poder evitar en muchas ocasiones una mala cara o un gesto de desaprobación del cliente.

Misma situación se repite en centros deportivos o gimnasios. Usuarios que llevan la mascarilla debajo de la nariz o en el mentón como si se tratase de un pañuelo o collar. Y no es porque no lo sepan ni lo oigan. Alocuciones por altavoz, carteles con las normas del uso correcto de las mascarillas en las instalaciones o advertencias de los mismos monitores, no son suficientes para erradicar su dejadez frente a las medidas de prevención.   

En estas fechas las comidas o cenas entre amigos y compañeros de trabajo son habituales. En algunos casos, incentivadas desde las mismas empresas. Basta hacer un rápido recorrido por las redes sociales para confirmar como la desidia y la inconciencia se han expandido a partes iguales entre los ciudadanos hasta límites insospechados. Historias, fotografías y videos repletos de aglomeraciones de comensales en torno a una mesa o de fiesta en un pub o discoteca sin distancia de seguridad ni mascarillas que impidan los contagios, hoy son la esencia de Facebook, Instagram, Tik Tok o WhatsApp. La exhibición pública e impúdica sin prurito alguno de la dejadez ciudadana, aterroriza.

Si en el seno de nuestra sociedad, el virus del descuido frente al Covid se ha propagado aceleradamente en reuniones, cenas, paseos, bares, discotecas, centros deportivos, tiendas en general etc., los mensajes que se emanan desde algunas administraciones públicas poco ayudan a concienciar sobre la gravedad del asunto: Siguen los contagios y siguen muriendo personas. El virus no se ha ido.

Como se mencionó anteriormente, cuando un ayuntamiento promociona a bombo y platillo, el encendido de las luces navideñas, está incentivando que la gente salga de sus casas, y por lo tanto, promoviendo aglomeraciones que deberían evitarse.

Cuando las empresas de transporte público, como es el caso de Metro de Madrid, por no reforzar el servicio, condena a sus usuarios a viajar hacinados en sus vagones sin distancia de seguridad que valga, el desconcierto entre los ciudadanos está servido.

Asimismo, en los últimos meses, se ha insistido desde los medios de comunicación, desde los distintos estamentos gubernamentales y de las cámaras empresariales y hosteleras, en la necesidad de promover el sector turístico como eje de la reactivación económica tras la pandemia.

 En este sentido, que compañías aéreas como Ryan Air, a la hora de hacer el check-in exija el pago de un suplemento adicional por cada ticket para que el pasajero pueda viajar con su núcleo familiar, caso contrario acabará revuelto con otros pasajeros, es un despropósito y un abuso que no deberían permitir las autoridades sanitarias. La confusión generada por estos mensajes contradictorios, tiran por la borda todos los esfuerzos por sensibilizar sobre la importancia de respetar y cumplir las normas de profilaxis que, hasta ahora, han salvado millones de vidas.

Que es obligación de los dirigentes políticos aclarar las contradicciones de sus normas y medidas y velar por la salud de la ciudadanía garantizando una mayor provisión de recursos y servicios, no cabe duda.  No obstante, es obligación de todos que, en nuestro día a día, hasta en las más pequeñas cosas, cumplamos correctamente con las medidas básicas de protección (guantes, mascarillas, lavado de manos, distancia social, etc.) que han resultado altamente efectivas. La vacuna no impide los contagios, sólo atenúa los síntomas. Estar vacunado no imposibilita acabar en una UCI.

A pesar del hastío de casi dos años de pandemia, con mucho esfuerzo y sacrificio, juntos hemos llegado hasta aquí. Lamentablemente, otros se marcharon sin poder decir lo mismo.

 No son tiempos de relajarse, no es momento de perder la cabeza, de dar alas a la dejadez.

Es hora de inocular el virus con una dosis de responsabilidad individual, más alta si cabe.

Nos va la vida, Nunca mejor dicho.     

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3 COMENTARIOS

  1. Articulos de opinion sobre datos cientificos no tiene mayor valor que los prejuicios de quien escribe.

    Lo primero es que las mascarillas no protegen, no, no es una opinion, es ciencia. Lo primero es que no son estancas, por todos los bordes de la mascarilla entra y sale aire sin control, pero es que un poro de una mascarilla a escala tiene el tamaño de una ventana de 1×1 metros mientras que un virus tiene el tamaño de una pelota de tenis.

    Lo segundo (y aunque no lo diga en el articulo), las vacunas no inmunizan, te contagias y sigues contagiando, lo unico que te ofrecen es una proteccion personal en caso de enfermar, por tanto es imposible alcanzar inmunidad de grupo aun con toda la poblacion inoculada.

    Por otra parte, la unica posibilidad que hay (y que habra) para inmunizarse es pasar la enfermedad (ademas, es inmunidad DE POR VIDA, y esto incluye variantes hasta un 80% modificadas respecto al original, y tu cuerpo seguiria identificandolo y eliminandolo).

    Por tanto, la unica forma de conseguir inmunidad de grupo es que el 70% de la poblacion pase la enfermedad, por tanto, el 30% restante seria el unico grupo que tendria que vacunarse para evitar muertes y aun asi alcanzar dicha inmunidad de grupo, por tanto, la unica logica posible es vacunar unica y exclusivamente a los que tienen mayor probabilidad de morir, osea, ancianos, y asi conseguiriamos eliminar el virus de nuestras vidas.

    Como nota personal, me aterra la idea que tienen muchos sobre perder todas las libertades a cambio de no vivir, si, he dicho bien, no vivir, por que la clase de vida que proponen es no tener vida…, llegados a este punto es necesario perder el miedo a la muerte, si hay algo seguro es que todos vamos a morir, y no pienso tener una vida miserable a cambio de no morir…, y esto no es una opinion unica, es muy importante que el autor entienda que el precio a pagar es demasiado alto, por tanto no es inconsciencia, es la necesidad imperiosa que tiene el ser humano por la libertad.

    Si el autor es capaz de vivir esa clase de vida miserable, le recomiendo que se encierre en su cuarto y no salga jamas de el, lo siento mucho por esa mentalidad retrograda que tiene, pero para su desgracia solo hay un hecho completamente contrastable, y es que LA VIDA SE ABRE CAMINO, y NADIE podra imponer al largo plazo una vida que no se merezca vivir.

    Asi que desde aqui, mi enhorabuena por todos aquellos que son valientes y no se han dejado amedrentar por esta falsa moral de lo correcto para llevarlos a la miseria totalitaria mas absoluta.

    Un abrazo Maximiliano, mire en su interior y saque de una vez la fuerza que algun dia tuvo para enfrentar problemas.

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