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El astronauta Taylor contra el negacionismo de las derechas españolas

Crisis climáticas y crisis alimentarias, eso es lo que ofrecen los gobiernos bifachitos en Andalucía y Castilla y León

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análisis

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La 2 de TVE acaba de reponer El planeta de los simios, el clásico de Franklin J. Schaffner protagonizado por Charlton Heston. Más de medio siglo después (la película es del 68) sigue inquietando la trama. Esa nave espacial que se pierde en una curva einsteiniana espacio/temporal, ese mundo neolítico formado por monos dominantes y humanos esclavos y sobre todo ese sorprendente final –aviso, ahora va el destripe o spoiler, así que deje de leer esta columna de inmediato si no ha visto la película todavía– en el que el astronauta George Taylor, arrodillado y empapado en lágrimas ante la Estatua de la Libertad semienterrada en una playa desierta, comprende que no ha caído en un planeta lejano, sino que el destino ha querido devolverle a la Tierra del futuro más de dos mil años después de que él despegara con su cohete de Cabo Cañaveral.

“¡Maníacos! ¡Lo destruisteis todo! ¡Malditos seáis! ¡Quemaos en el infierno!”, grita el prota en ese dramático minuto final, uno de los más impactantes de la historia del cine. La escena, con Taylor totalmente postrado, aferrándose a puñados de arena y asumiendo que la especie humana se ha autodestruido a causa de un desastre nuclear, remueve al espectador por dentro y le provoca un cierto cosquilleo espeluznante. Y lo hace porque, a pesar de que se trata de una película de ciencia ficción, quien la está viendo sabe perfectamente que ese Armagedón, ese apocalipsis total, puede desencadenarse en cualquier momento.

Cuando Schaffner rodó la cinta, la Guerra Fría estaba en su máximo apogeo y la humanidad vivía bajo el terror del desastre atómico. Hoy, décadas después, parece obvio que no hemos avanzado nada. Es más, hemos ido a peor. Ayer mismo, la presa Nova Kajovka estallaba por los aires en un horripilante episodio más de la guerra en Ucrania. Miles de personas en peligro de muerte por una inundación que en algunas zonas puede alcanzar los quince metros de altura, el río Dniéper contaminado, especies animales y vegetales arrasadas (ya se habla de catástrofe ecológica) y la central nuclear de Zaporiyia en alerta por posible fallo en los generadores. Probablemente nunca sabremos si el ataque contra la presa provino del bando ruso o del ucraniano (ambas partes se cruzan acusaciones mutuas de autoría). Lo que sí sabemos es que el suceso hará subir un peldaño más la escalada bélica en la zona, cuyo último escalón puede ser, sin duda, la confrontación nuclear.

El mundo de hoy vive una especie de nueva ola fascista que puede llevarse por delante al homo sapiens hasta su completa aniquilación. En todas partes brotan autócratas, iluminados, megalomaníacos dispuestos a parecerse a Hitler y a apretar el botón del Dia del Juicio Final si es preciso. Trump en Estados Unidos, Putin en Rusia, Bolsonaro en Brasil, Kim Jong-un en Corea del Norte, toda una cohorte de desalmados sin escrúpulos que parece salida del mismísimo infierno. En cada país el nuevo nacionalpopulismo posmoderno posee una serie de rasgos y características comunes que se repiten, casi como una maldición, pese a las diferencias culturales. Ultranacionalismo patriótico, alergia a la democracia liberal, recuperación de las tradiciones y esencias del pasado, defensa del heteropatriarcado, obsesión con aplastar al enemigo político, xenofobia cuando no racismo y negacionismo del cambio climático, un fenómeno que ya se ha demostrado con datos empíricos. Hace solo unas horas hemos sabido una nueva noticia de esas que de cuando en cuando nos hielan la sangre sin que nadie mueva un dedo para evitarla: el Ártico perderá todo su hielo por primera vez en las próximas dos décadas, de modo que el Polo Norte se derretirá por completo cada mes de septiembre. Jamás se había visto un paisaje tan desolador por aquellas latitudes.

Lógicamente, aquí, en España, tenemos a nuestros populistas de derechas que empiezan a liarla parda con sus políticas gamberras y descerebradas. En Andalucía van camino de cargarse el parque nacional de Doñana, una joya ecológica única en Europa. Y en Castilla y León se saltan las normativas sanitarias ganaderas para comerciar con vacas enfermas de tuberculosis, como en los tiempos de la prehistoria, cuando la gente le hincaba el diente a la carne sin saber los males que podía transmitir. Crisis climática y crisis alimentaria aderezada con una obsesión enfermiza por saltarse la ley y las recomendaciones de los científicos, por acabar con el Estado de derecho y por retroceder quinientos años hasta la oscura época del feudalismo, cuando nada ni nadie podía oponerse a la santa voluntad del señor del castillo. Eso es lo que nos trae el bifachito irracional y violento que se ensaya en el nivel municipal para ser trasplantado después a todo el país (en el supuesto, claro está, de que Feijóo gane las elecciones del 23J y logre articular una mayoría suficiente para gobernar, que es mucho suponer). Ideas enloquecidas como que la Biblia es un libro demasiado erótico y hay que prohibirlo, tal como ya está ocurriendo en algún estado que otro de USA. Ideas delirantes y sin ningún sentido como que es preciso dar la batalla cultural (y la guerra civil si se tercia) ante un enemigo que solo está en sus cabezas. Ideas estúpidas y surrealistas que avanzan en todas partes como si el mundo se hubiese vuelto definitivamente loco. Gente empachada de odio y temerosa de perder sus privilegios que, desde sus despachos y rascacielos de cristal, no dudaría en apretar ese maldito botón rojo. Esos tipos y tipas, en fin, a los que el cosmonauta Taylor, llorando y perturbado al comprobar con sus propios ojos el final de la historia, llama “maníacos” por haber volado por los aires la civilización humana.

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1 COMENTARIO

  1. La película (con esa última escena) clama contra las guerras, no contra crisis climáticas o alimentarias (las cuales desde luego yo no negaré). El protagonista se encuentra con la famosa estatua al final de la playa porque, obviamente, tuvo lugar una guerra nuclear que acabó con todo, habiendo vuelto la nave a la Tierra X años después, ignorando, pues, que habían viajado al futuro, donde otros simios nos habían tomado el relevo. De modo que se agradecerían más artículos sobre los riesgos que (más allá de la miseria moral que esparcen) implican las guerras, así como sobre la deriva belicista que arrastra a las masas, no sólo en Rusia (el otanismo, por lo visto, es hoy una nueva religión). Porque va a ser eso lo que nos lleve al escenario de la película, y en la deriva referida chapotean tanto la derecha como la «izquierda» (progresía sería su nombre).

    Un saludo

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