Durante casi 40 años España tuvo una reina, Doña Sofía, que representó con gran mérito los valores que deben ungir a una familia real: discreción, servicio y ejemplo. Y no fue precisamente, ni es, una persona carente de autoridad o carácter pues, entre otras cosas, mandó y manda mucho dentro y fuera de España, y siempre se aprestó a defender indubitablemente a su familia. Incluso en los peores momentos, los últimos del reinado de su esposo, cuando elefantes y falsas princesas corrían por los montes del Pardo amenazando los baluartes de la Zarzuela. La cuestión principal, en estos casos, radica en cómo se hacen las cosas y no tanto en qué es lo que se hace.

En estos días se ha conocido que la actual reina, Doña Letizia, envió unos sorprendentes e inquietantes mensajes a Javier López Madrid, yerno del empresario Juan Miguel Villar Mir, cabeza visible del Grupo OHL. López Madrid está involucrado en varios asuntos que tienen que ver con la justicia, algunos de índole personal como las disputas que mantiene con la doctora Elisa Pinto, presuntas amenazas y agresiones por parte del empresario, según ha denunciado ella. Y otras de carácter empresarial como el uso de 34.000 euros de la antigua CajaMadrid a través de las tarjetas black o las investigaciones que realiza la Guardia Civil, incluidos los registros de su despacho y domicilio para establecer su relación con la operación Púnica, a partir de indicios encontrados en anotaciones que figuraban en la agenda de Francisco Granados.

López Madrid es uno de los grandes amigos de juventud del rey Felipe, ahora por lo que se ve también de la reina, junto con otro incondicional, Ricky Fuster, cuya esposa, María Sánchez Navarro, de nacionalidad mexicana, también podría haberse visto mezclada en el caso Pinto, en una todavía no resuelta del todo intervención a favor del amigo de su esposo.

Mierda, merde

Respecto a los mensajes aludidos, eldiario.es publicaba días atrás uno de ellos, que hacía referencia precisamente a las tarjetas black: “Te escribí cuando salió el artículo de lo de las tarjetas en la mierda de LOC y ya sabes lo que pienso Javier. Sabemos quién eres, sabes quiénes somos. Nos conocemos, nos queremos, nos respetamos. Lo demás, merde. Un beso compi yogui (‘miss you!!!’)».

Pues el pueblo y la justicia también saben quién es su “compi yogui”: un presunto maltratador, un  presunto corrupto y un cómplice de Miguel Blesa y de Rodrigo Rato, y de usted, señora Letizia, que con este comportamiento no merece ser la reina del pueblo español, al igual que su marido, que con su cómplice silencio está deslegitimado para dar clases de moral a su hermana y su cuñado. También él deberá someterse a la regeneración política del Estado español.

En su discurso de proclamación como rey el 19 de junio de 2014, Felipe VI dijo: “La Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social. Porque, sólo de esa manera, se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones. Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda razón que los principios morales y éticos inspiren –y la ejemplaridad presida– nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de los ciudadanos”.

En diferentes medios ha causado sorpresa e incluso estupor el conocer tanto el contenido del mensaje como el medio elegido por la Reina para dirigirse a un amigo. En cuanto al contenido, la doble utilización de la expresión “mierda” tanto en español como en francés, “merde”, y el hecho de que utilizara estas inadecuadas palabras en su condición de reina de España para calificar el trabajo realizado por quienes fueron hasta hace poco sus compañeros de profesión: los periodistas.

A propósito de esta real misiva, el responsable de “La otra crónica” (LOC), Iñaki Gil, que publica el diario El Mundo, escribía en su medio: “Pero una Reina no puede dejar de comportarse como tal ni un segundo. Ni permitirse confidencias que puedan perjudicar la reputación de discreción de la institución. Ni confianzas de “compi yogui” con alguien que se ha demostrado poco de fiar. Ni escribir de forma despreciativa de una publicación”.

La otra cuestión tiene que ver con el medio elegido para la transmisión del mensaje. Cualquier persona medianamente informada de los protocolos de seguridad conoce la vulnerabilidad de las telecomunicaciones y cómo éstas pueden ser intervenidas con facilidad con el amparo de la ley y por supuesto sin ella.

Por ello, choca que la esposa del jefe del Estado ignore, o no respete, elementales medidas de seguridad que son conocidas por personas de mucha menor relevancia y que se comunican a los más altos dignatarios por parte de sus propios servicios de seguridad.

Siempre es difícil y complicado para todas las personas expuestas a la permanente observación exterior establecer el equilibrio entre lo público y lo privado porque en todos los casos surge la duda acerca de qué es lo prioritario.

Para todas las personas, menos para una reina de España.

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