La crispación política volvió a Venezuela apenas empezaba el 2020. Se elegía la junta directiva de la Asamblea Nacional y Guaidó necesitaba reelegirse como su presidente debido a que ese cargo soporta su argumento del interinato y el autonombramiento. Pero no la tenía fácil.

Explicar los motivos técnicos, políticos y judiciales que llevaron a la oposición a estar a punto de perder la mayoría en el Parlamento  (y con dificultad sudar para conseguir los 84 diputados que necesita después de sacar 112 curules en 2015)   puede resultar entretenido debido a la magnitud de los escándalos opositores y el entramado de judicialización política  que ha diseñado el oficialismo. Pero no necesariamente nos ayudaría a entender bien los efectos políticos de lo que ocurrió esta primera semana de enero en Caracas, especialmente el 5 y el 7 de enero.

Lo primero que hay que considerar es que la oposición prontamente tiene que decidir si aplica una política abstencionista para las legislativas que constitucionalmente deben convocarse este año. Hay que considerar que al oficialismo, que controla el Consejo Nacional Electoral y quien diseña el calendario electoral,  posiblemente le interese convocarlas de manera intempestiva para sorprender a la oposición y explotar su división interna entre los que quieren participar y los que se piden abstenerse. El poder legislativo es el único con que cuenta la oposición, perderlo implicaría desaparecer del mapa institucional.

Esto significa que Guaidó, a quien le quedaría a lo sumo un año de presidencia legislativa, no solo debe mantener el cargo sino también hacer un giro político que le permita abrir el escenario electoral que la oposición tiene clausurado desde que diseñó su política abstencionista para las presidenciales de 2018. Y esto debe hacerlo en un momento en que su figura viene desgastándose aceleradamente debido a las enormes expectativas creadas y a la impotencia de avanzar.

Guaidó necesitaba un nuevo aire. Lo buscó usando marketing de pugnacidad y calle en las alcabalas militares, intentando saltar la cerca legislativa, forcejeando con militares en hombros de sus diputados.  Finalmente el 7 de enero, y después de forzar algunas alcabalas, entró con sus diputados al hemiciclo lo que pareció una especie de retoma de palacio, que rápidamente fue divulgado como un hecho audaz y valiente, y, para el chavismo, totalmente sorpresivo.  Esto ni de lejos pone en jaque al Gobierno, pero si permite a Guaidó reforzar su liderazgo para intentar tomar las decisiones vitales que  requiere y que son profundamente antipáticas para sus seguidores, especialmente después que han dejado de asistir a elecciones presidenciales, regionales y locales.

 

Pero si bien Guaidó tomó un nuevo aire en el panorama político, también hay que analizar que lo perdió en el plano institucional: ahora cuenta con la competencia de otra junta directiva y otro presidente del legislativo, el diputado Luis Parra, que fue escogido el 5 de enero con los votos del oficialismo y la oposición disidente. En términos coloquiales, está recibiendo de su propia medicina.

Comprender lo que ocurre en Venezuela no es fácil. A comienzos de 2019 se hablaba que había dos Presidentes. A comienzos de 2020 se habla que hay dos juntas directivas de la Asamblea Nacional. Cómo puede ocurrir esto. Intentemos explicarlo.

 

2020: dos juntas directivas.

La situación se le complicó de manera inesperada a Guaidó debido a la conformación, las últimas semanas, de una fracción opositora que le desconocía y se declaraba en “rebelión” y que finalmente propondría una terna propia. Esta fracción está compuesta por diputados de diferentes partidos, unos pertenecen a la mesa de negociación con el Gobierno, comúnmente llamada “la mesita”, y otros que rompieron las últimas semanas con sus respectivos partidos después de tremendos escándalos de corrupción, donde varios de los protagonistas están implicados. La oposición a su vez denuncia sobornos por parte del chavismo para atraer diputados tránsfugas envueltos en estos casos.

 

El caso es que el 5 de enero el palacio Legislativo amaneció fuertemente resguardado por policías y militares. Cuando debía darse la sesión en el hemiciclo que contemplaba votación y juramentación, un escarceo se formó en la entrada entre Guaidó y los funcionarios militares. Mientras tanto, los diputados esperaban en el Hemiciclo y  de manera inesperada se procedió a una votación donde se presentó únicamente la terna de los opositores disidentes que contó con el voto oficialista y fue fugazmente juramentada en medio de una situación caótica en la sala. Como nuevo presidente de la Asamblea Nacional quedó electo el diputado Juan Parra hace días expulsado del partido opositor Primero Justicia, el mismo de Capriles y Julio Borges.

Paralelamente Guaidó atraía a los medios intentando brincar la cerca del palacio Legislativo, denunciando que los militares impedían su entrada. El Gobierno mostró un video en el que aparentemente un militar le permitía el ingreso a Guaidó, con cual trataba de evidenciar que éste montaba un show mediático por no tener los votos suficientes.

Guaidó y sus diputados se trasladaron esa tarde a un viejo edificio, sede de un conocido medio opositor, El Nacional, y desde allí eligieron a una nueva junta directiva del parlamento presidida por Guaidó. Según sus cuentas, fueron 100 diputados quienes lo reeligieron.

Toda la información sobre el cuórum y las cantidades de votos logrados para escoger ambas directivas son producidas más por los intereses políticos que por constataciones neutrales, aunque Francisco Rodríguez intenta verificarlo en este trabajo. Por eso no nos enfocamos tanto en detectar a quien asiste la razón, sino en los efectos políticos que pueden tener para el oficialismo y la oposición estos hechos.

 

¿Se mantiene Guaidó?

De los hechos hay dos lecturas posibles: la que dice que Guaidó sale ganando con estos acontecimientos, debido a que ha revitalizado y unificado a la oposición y su figura ha tomado un nuevo aire. Y la que afirma que Guaidó ha recibido de su propia medicina y ahora tiene su propio presidente legislativo paralelo, tal como lo intentó él con Maduro, con lo cual se divide la oposición de manera formal, pierde una sólida mayoría parlamentaria y el parlamento prácticamente queda diluido.

Ciertamente Guaidó logró rearmar la alianza con los sectores radicales de María Corina Machado y la fracción 16 de julio, que habían declarado no querer apoyarlo para el nuevo período. También generó entusiasmo en las bases opositoras que por fin veían la concreción de una victoria de su líder.

Pero ahora Guaidó seguramente será apartado de la simbología del poder parlamentario: despacho, hemiciclo, etc., y su rol de presidente interino de la República, si bien ya era poco creíble, ahora comenzará a ser ridículo. Deberá usar este entusiasmo opositor, generado a partir del 7 de enero, para generar un viraje político que demuestre que puede sacar a la oposición del estancamiento.

En el plano internacional la situación se volvió más compleja para el Gobierno de Maduro.

En la forma como se llevó a cabo la disputa del Legislativo, el oficialismo demostró mucho la costura de querer controlarlo por los medios que fueran: control policial y militar para acceder a la sede, judicialización de la política, además del voto de la bancada oficialista a la terna disidente. A partir de allí el Gobierno fue duramente criticado por países que Maduro considera cercanos o aliados y que representan un nuevo auge de gobiernos progresistas en la región como México y Argentina quienes condenaron tajamente la actuación del Gobierno, lo que ha traído, en el caso argentino, una diatriba más profunda en la que están implicados el canciller argentino y el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente Diosdado Cabello.

A favor del Gobierno habría que considerar que América latina vivió en 2019 verdaderas afrentas contra sus congresos en Bolivia y en Perú, donde fue clausurado. En comparación, la actuación del oficialismo venezolano fue suave, al menos trató de ganar a punta de táctica y tecnicismos, pero ese día evidenció utilización del componente militar para conseguir un cambio en la correlación interna del Parlamento. Y eso no lo dejaron pasar los nuevos gobiernos progresistas.

 

Nuevas legislativas.

Independientemente del mes en el que se realicen las legislativas, que como decíamos arriba pueden ser pronto, la oposición deberá decidir si asiste o no. Así que tiene la pelota. Como sabemos, son claves las señales que envíen desde Estados Unidos, tanto de su gobierno, como de la dirigencia y la elite económica venezolana que hace política desde este país y que está renuente a asistir a un evento electoral hasta que no salga Maduro del poder.

Algunos medios y analistas  interpretan que la declaración del secretario de Estado Mike Pompeo de este 8 de enero va en la dirección de apostar más por el diálogo y la diplomacia: “las negociaciones podrían abrir el camino para salir de la crisis”, aunque sigue hablando de un “gobierno de transición” que Maduro no aceptará. Aún se requiere de mucha maniobra si lo que se quiere es dar luz verde a la oposición para participar en las legislativas, a menos que deseen dejarle el campo libre a la oposición disidente que ya comienza a engrosar las listas de sancionados por el departamento del tesoro de Estados Unidos.

 

 

 

 

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