viernes, 26abril, 2024
18 C
Seville

Victoria de Macron, nada que celebrar

La victoria de Emmanuel Macron no ha sido ningún éxito, sino la demostración de que el modelo actual de sociedad está agotado y si desde los gobiernos democráticos no se da un giro hacia el pueblo, las posiciones populistas de extrema derecha tomarán el poder antes o después

José Antonio Gómez
José Antonio Gómez
Director de Diario16. Escritor y analista político. Autor de los ensayos políticos "Gobernar es repartir dolor", "Regeneración", "El líder que marchitó a la Rosa", "IRPH: Operación de Estado" y de las novelas "Josaphat" y "El futuro nos espera".
- Publicidad -

análisis

- Publicidad -

No hay nada que celebrar con la victoria de Emmanuel Macron y mucho que analizar por parte de los representantes y defensores del establishment para implementar las medidas adecuadas para que los pueblos de occidente vuelvan a confiar en la democracia.

El golpe dado por las élites económicas, financieras y empresariales desde el año 2008, con la connivencia de gobiernos y de la UE, ha provocado que la ciudadanía desconfíe absolutamente de los representantes políticos que defienden, precisamente, los modelos impuestos desde la Unión Europea que no son otra cosa que el muro de contención entre la ciudadanía y las clases privilegiadas.

Macron ha ganado las elecciones pero perdiendo un 8% de apoyo respecto a 2017, la misma ratio que ha aumentado el populismo de extrema derecha de Marine Le Pen. Todo ello, además, con una abstención que no se recordaba en Francia desde hace 50 años, es decir, en plena crisis económica del petróleo.

La Unión Europea ha demostrado que es un proyecto fallido y la gente se ha sentido decepcionada por el hecho de que se han antepuesto criterios macroeconómicos, es decir, los que benefician a las élites, frente a las necesidades reales de las clases medias y trabajadoras.

Los programas de los partidos de extrema derecha de Europa se basan, precisamente, en la recuperación de la soberanía para, según su versión de la política, dar a los ciudadanos lo que esas élites les han robado. Porque la realidad es que el establishment, desde el año 2008, ha robado su riqueza al pueblo.

Desde la II Guerra Mundial no se recordaban unas brechas de desigualdad como las que existen hoy. Mientras el número de millonarios crece de manera exponencial, mientras los gobiernos democráticos legislan para favorecer a esas clases dominantes, el pueblo sufre un empobrecimiento desproporcionado. Eso es lo que promete la extrema derecha: recuperar el bienestar perdido con las soluciones que todos quieren escuchar.

Los modelos de protección social de los estados están muriendo por inanición, por falta de recursos que no es más que la consecuencia de la evasión o la elusión fiscal de los poderosos que evitan el pago de los impuestos que les corresponden con el chantaje de llevarse sus empresas a otros países donde sí les respetarán esos privilegios.

Las condiciones laborales y salariales cada vez son más precarias mientras aumentan los beneficios de las grandes corporaciones y de los bancos, ganancias que luego se trasladan a los bolsillos de los grandes accionistas en forma de dividendos. Mientras una porción mínima de la población de Europa se enriquece y esconde su riqueza en los paraísos fiscales del Caribe, de los Emiratos Árabes o de Estados Unidos, el pueblo ve cómo el umbral de la pobreza se acerca peligrosamente.

Este es el modelo que representa la Unión Europea y líderes como Emmanuel Macron, Pedro Sánchez, Mario Draghi, Boris Johnson, Mark Rutte y Olaf Scholz. En consecuencia, la gente está buscando el contrapoder que ha mencionado Marine Le Pen en su discurso nada más conocerse las proyecciones de resultados.

Los ciudadanos europeos están hartos de ser los pagafantas en la fiesta de los poderosos. Son muchos años y varias crisis económicas de las que no se les ha permitido recuperarse. En 2008 se impuso una política de austeridad que se ha demostrado errónea para la mayoría de las personas, pero muy efectiva y rentable para la minoría dominante.

Cuando parecía que llegaba la recuperación en algunos países europeos, se produjo la pandemia con las dudas existentes sobre su origen. El Covid-19 ha sido un gran negocio que ha hecho ganar decenas de miles de millones a muchas de las grandes corporaciones globales y, por supuesto, a sus directivos y grandes accionistas.

Para rematar la fiesta, una guerra que, como todo el mundo sabe, es el mejor negocio del mundo, no sólo para el sector armamentístico, sino, por ejemplo, para las empresas petroleras, tal y como se está viendo con la guerra de Ucrania.

Todos los poderosos siempre ganan, como los casinos, mientras el pueblo siempre pierde y es la víctima del crecimiento de la riqueza de la minoría privilegiada. Por eso, se hace lógico que la ciudadanía busque soluciones que revienten el actual sistema perverso del que la Unión Europea es su principal cómplice.

Las ideologías se han perdido porque los partidos tradicionales han fallado por haberse vendido a los intereses de las clases dominantes. Da igual que sean socialistas, socialdemócratas, liberales o conservadores. Cuando llegan al poder siempre terminan legislando en favor de los poderosos. De ahí que la incoherencia, sobre todo de la izquierda, haya generado esa antipolítica porque los hechos no se corresponden con lo que la ideología debería defender por encima de cualquier interés personal o partidista.

Esta lectura es la única que hace comprensible que personas que han apoyado y luchado por las opciones de izquierda real (espacio ideológico donde no están los partidos de la Internacional Socialista desde hace décadas) se decanten por apoyar a la extrema derecha. Eso ha pasado en Francia con los votantes de Jean-Luc Melenchon, pero también está pasando en España con los votantes de Podemos y de Izquierda Unida.

La victoria de Macron es el último match ball que ha salvado el sistema democrático mundial. Ya hubo dos grandes avisos en 2016, cuando los representantes del populismo cercano a la extrema derecha vencieron a los del establishment.

No hay nada que celebrar, ni siquiera por el alivio de que Marine Le Pen no se haya convertido en la primera mujer en presidir Francia. Más bien, estos representantes de las élites están en la obligación de hacer la revolución que está reclamando la ciudadanía en todos los ámbitos, desde lo económico a lo laboral, desde lo político a lo judicial. No puede quedar piedra sobre piedra del sistema impuesto por la rebelión de los poderosos y éstos deben entender que sus privilegios sólo se podrán mantener si colaboran en el bienestar de la ciudadanía en general.

La democracia está en serio peligro por culpa de haber dejado al mando a quienes sólo valoran la última celda de una hoja de cálculo. Francia ha dado el último aviso, no habrá más.   

- Publicidad -
- Publicidad -

Relacionadas

- Publicidad -
- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre

- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -

últimos artículos

- Publicidad -
- Publicidad -

lo + leído

- Publicidad -

lo + leído