Pedro Sánchez no es el Kennedy de aquel histórico 26 de septiembre de 1960. Tampoco Mariano Rajoy es aquel Nixon ojeroso y mal afeitado del primer cara a cara televisado de la historia. Tampoco Estados Unidos es España y, por supuesto, tampoco hay por primera vez sólo dos candidatos con posibilidades reales de llegar a Moncloa. Por tanto, la pregunta es clara dirigida a 36.510.952 españoles: ¿quieren que uno de estos dos señores sea el próximo presidente de España? La respuesta debe ser también clara: sí o no. A partir de ahí el abanico es amplio. Al fin.

1debate10021El único cara a cara electoral protagonizado por el presidente de España y candidato a la reelección frente al principal líder de la oposición remitió desde mucho antes de iniciado a algo viejuno, demodé, a años luz de lo cool que imprimen los nuevos tiempos a los que se ha sumado Rajoy con su amigo hipster rociero.

Ese escenario, ese moderador, ¡el mismo que repartía los tiempos entre Felipe González y José María Aznar allá por 1993 como un árbitro de boxeo con la misma cara de enterrador afligido!, ese paseíllo de los candidatos cubiertos bajo palio por los paraguas de los anfitriones de la Academia de la Televisión, esa sintonía con reminiscencias a 625 líneas, esos rótulos, esos intratables bloques temáticos… En fin, un despropósito.

La España de 2015, los españoles de 2015 no se merecían tal cúmulo de errores concatenados. A partir de ahí, comenzaba el espectáculo. Nadie se acordó de los otros dos candidatos, que precisamente aguardaban en otro plató televisivo para recordarnos en cuanto le diesen la oportunidad que aquello formaba parte del pasado, de otra época, que lo nuevo lo traían ellos bajo el brazo como agua de mayo.

Y nadie se acordó de ellos en todo el cara a cara porque desde el minuto uno afloró el temido “y tú más”. Una vez en el barro, los contendientes –uno más que el otro, Sánchez ya nada tenía que perder a estas alturas con todas las encuestas en contra– se limitaron a tirarse cual sabuesos hambrientos a la yugular con adjetivos de grueso calibre, flaco favor para un país tan necesitado de propuestas serias: indecente, ruin, mezquino, deleznable…

Mientras tanto, en el plató de La Sexta, Albert Rivera y Pablo Iglesias se frotaban las manos. ¡Que se maten, que se maten, ya recogeremos los despojos!, pensaban cuando el tono serio, incisivo y contundente del líder socialista dejaba ver una lucha a contracorriente para romper los encorsetados cuatro bloques previstos de inicio por los organizadores del debate.

El líder conservador no se esperaba que tan pronto bajase su contrincante al barro, pero así fue a su pesar. Y entonces intentó sin conseguirlo ser fuerte. Y entre tics cada vez más acusados y cara de circunspecto, Rajoy espetó: “Hasta ahí hemos llegado”. Una frase para la historia, qué duda cabe, como la del famoso sms.

Pedro Sánchez ha sido la primera persona que ha tenido la oportunidad de reclamarle explicaciones públicamente a Rajoy por todo lo relacionado con la presunta corrupción institucional del PP, sobre todo porque ha sido la primera vez, y la única, que el presidente se ha expuesto a un debate con otro candidato. El presidente le recrimina entonces como única vía de salida al atolladero que por qué no ha planteado una moción de censura, ¡con un parlamento de mayoría absoluta del PP! Otro despropósito más. ¿Cuántos van?

Y mientras tanto, con un presentador que pasaba por allí con demasiada laca y maquillaje encima que intentaban tapar lo que no lograron, disimular el inexorable paso del tiempo, el debate transcurrió hasta el final en un ambiente más que enrarecido. Un telegénico Sánchez a lo Mad Men logró en todo momento llevar a su terreno a un Rajoy descolocado, que ni siquiera su intento zen de no querer entrar en la porquería de los ERE de Andalucía entrando a saco a continuación le salvó de aparentar hartazgo, cansancio y falta de cintura política.

Dibujo¿Propuestas? ¿Abordaje de los principales problemas de este país amén de la corrupción? Eso será en otra ocasión, si la hay, porque parece claro que el formato ha tocado a su fin. Y no porque no le queden ganas a Manuel Campo Vidal de ser de nuevo dentro de cuatro años ese tercer convidado de piedra una vez más.

En un ambiente tan irrespirable, entraban ganas de salir fuera, encender un cigarrillo, exhalar con tranquilidad su humo, llenar los pulmones de aire limpio y preguntarnos: ¿realmente uno de estos dos señores puede ser presidente de España?

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