El Enebral es la tercera obra de Javier Vassallo. Esta vez la narración transcurre en una urbanización cercana a Madrid en la que viven unas cuantas familias acomodadas. Junto a estas familias más o menos convencionales, aparecen dos personajes que son los que hilvanan las vidas de los demás, Magdalena, la anciana excéntrica, y Vadim, el jardinero moldavo. Ellos dos son los responsables de ese ambiente de realismo mágico de extrarradio que, según Leo, encierra El Enebral.

Magdalena, más tarde Malena, es el motor de la trama, y no solo de la trama, sino también de la evolución, del crecimiento interior de los personajes. Porque El Enebral no es una historia con unos personajes buenos desde el principio y otros malos que lo siguen siendo hasta el final. Todos se van modelando en el contacto con los demás y con las circunstancias que les presenta la vida; cada uno de ellos tiene defectos y virtudes, presenta varias facetas que lo hacen más humano. Vassallo quiere a sus personajes y nos los acerca para que nosotros también les tomemos cariño.

A su vez, Vadim, la lucidez iluminada desde la distancia por la estirpe de brujas-hadas que son su madre y su abuela, aconseja con discreción y hace reflexionar a todos. Moderna saga moldava que, en lugar de bola de cristal, utiliza el teléfono móvil.

La narración se estructura en capítulos breves sin sucesión cronológica evidente; son piezas que, una vez ensambladas, reconstruyen toda la historia. Cada fragmento lleva un título que con frecuencia es una oración completa (“El Nesquik me gusta muy dulce”, “¿Me brilla el pelo?”, “Vengo a decirte adiós”), recurso que Vassallo ya empleaba en sus obras anteriores.

El tratamiento del tiempo no es lineal: viene y va en cada capítulo, se nos presenta la acción en pleno desarrollo para explicarnos luego cómo hemos llegado hasta ahí. En un plano general, el transcurso del tiempo del relato va ligado a los arbustos que florecen, al manzano cuyos frutos se malogran antes de madurar, al cierre de la temporada de piscina; a la decadencia física, pero también a Juanito que crece y a la encarnación del anhelo imposible.

Como en obras anteriores, Javier Vassallo fabula con la materia que conoce. El mundo madrileño contemporáneo, representado por ancianas del barrio de Salamanca y parejas de profesionales de éxito; jóvenes madres entregadas a sus niños y pianistas viudos que se definen como vagos; cuarentones ligones y cuidadoras peruanas. El autor entrelaza con maestría las historias íntimas de cada uno de ellos, de modo que las relaciones sociales de vecinos educados se transforman en lazos de solidaridad humana en toda su profundidad y cada uno tiende a los demás una mano amiga nada convencional.

Vassallo es sensible, observador, culto, melómano: todos sus personajes (alguno ya conocido de los lectores) comparten alguno de estos rasgos. Vuelve Ofelia Prádena (La voz de Ofelia), guapa, altiva, segura de su arte, pero llena de dudas como ser humano. La cascarrabias doña Úrsula se suaviza con el tiempo y con los achaques propios y ajenos. Héctor, vago y dejado, capta que lo que esperan como propina los transportistas que le han llevado el nuevo piano es que lo estrene tocando para ellos. El frívolo Artemio, que “ya se haría amigo de su hijo cuando fuera mayor”, percibe las necesidades de Jaime y le ayuda a salir de la oscuridad. Así, uno tras otro, humaniza el autor a los personajes y contagia al lector la compasión que siente por ellos.

El lenguaje es sencillo, directo, eficaz, con una elaboración cuidada, pero sin efectos especiales que empañen la transparencia. Encontramos imágenes muy acertadas, como esas “muletas jubilosas” que la mayoría de las personas necesitamos en la vida; pinceladas enérgicas como ese “Vende el Mercedes” que basta para transmitir toda la tristeza de Úrsula; citas de la música popular entretejidas en el texto, como Wallys que empuja la silla de ruedas de Jaime “por aceras y vereditas alegres”; muestras de la capacidad de observación lingüística y de ironizar con ello que tiene el autor, como “Decir que reportas a Fulanito es una forma fina de decir que Fulanito es tu jefe”.

Quédense un par de días en El Enebral: paseen por sus jardines, túmbense junto a la piscina, respiren el olor del jazmín, charlen con los vecinos, escuchen a Héctor tocar a Mendelssohn… Disfruten del mundo de Javier Vassallo.

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