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Un consejo: si eres periodista lleva el casco cuando entrevistes a uno de Vox

La portavoz del partido de Abascal muestra su rostro más autoritario en su incidente con una periodista de La Sexta en los pasillos del Congreso

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análisis

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Macarena Olona, la diputada motera y destroyer de Vox, ha protagonizado un desagradable incidente con una periodista en los pasillos del Congreso de los Diputados. Una reportera de La Sexta se acercó a la portavoz voxista con toda la educación y profesionalidad del mundo para preguntarle sobre el incidente protagonizado por su compañero de partido José María Sánchez García (que minutos antes había insultado gravemente a la socialista Laura Berja), y supo lo que es bailar la Macarena. “Quería saber si a usted le parece bien que se llame bruja a una diputada”, le sugirió la periodista echándole valor y torería, ya que para enfrentarse a un miura como la Olona hay que tener los ovarios muy bien puestos.

La escena a partir de ese momento es propia de un turbulento culebrón turco. Primero la diputada de Vox pasa de largo, altiva, arrogante, la frente y la barbilla arriba, el orgullo por las nubes, como la faraona de la política que cree ser. Por un momento parece que no se va a dar por aludida y que va a dejarlo correr, pero, ay amigo, un magma de odio incontenible corre por sus venas como la lengua de fuego del volcán de La Palma, se da media vuelta y termina encarándose macarramente con su interlocutora. “¿Has hecho esta misma pregunta cuando a mí me han agredido en este Congreso de los Diputados y en este pleno llamándome fascista a esta distancia y con riesgo de agresión? Es una pregunta que quiero hacerte”, arremete Olona contra su víctima. “La periodista soy yo”, reacciona la redactora de La Sexta sintiéndose coaccionada. “¿Sí o no?, ¿sí o no? Te estoy haciendo una pregunta. ¿No quieres responderme? Tu silencio es muy elocuente”, la remata la diputada con la vena del cuello hinchada y el humo saliéndole por las orejas. Solo le faltó apuntarla con el dedo índice entre ceja y ceja y retarla con esa frase tan española de “eso no me lo dices en la calle”.

Fue en ese momento de tenso cara a cara entre política y periodista cuando vimos el verdadero rostro del monstruo, la esencia del mal al que nos enfrentamos, la auténtica cara de la nueva extrema derecha española. Olona no pudo contenerse y sacó lo peor de sí misma sencillamente porque esta gente es así, colérica, biliosa, por civilizar, gente desinhibida y sin educación, gente que se rige por violentos códigos falangistas como en el 36. Como llevan la guerra cultural hasta sus últimas consecuencias no tienen ni un minuto de paz ni de convivencia con los demás y están peleados con todo el mundo, con los rivales políticos, con los periodistas, con los homosexuales, con las feministas, con los inmigrantes y con los leones de las Cortes que no se meten con nadie.

El manual trumpista les exige ir de tipos y tipas duras a todas horas y sin bajar la guardia. La cosa es que se les vea siempre como perros rabiosos, muy guerracivilistas, belicosos, como el fulano ese de Ceuta que le hace la vida imposible al razonable presidente Vivas. Por eso no pueden pasar ni un solo minuto sin insultar a alguien o poner a parir al rojo de turno. Lógicamente todo este trastorno les ocurre porque muchos de ellos se han quedado en la fase de adolescente inmaduro y en las películas infantiles de vaqueros que Trece TV les da a tragar los fines de semana. De tanto filme de serie B al final han terminado creyéndose Rambo, como el marine Ortega Smith, o yanquis del Séptimo de Caballería con una única misión que cumplir: limpiar España de indios hasta que solo queden ellos solos. Vox es un atracón de cine malo y demasiado Federico Jiménez Losantos.

Olona y la paranoia anticomunista de Vox

Los políticos voxistas viven en un estado de permanente alerta ante la invasión bolchevique, máxima tensión, y esa crispación acaba por generarles insomnio, estreñimiento y crisis nerviosas hasta el punto de que algunos necesitan un chute de Lexatin al final de la jornada parlamentaria. Ser de extrema derecha es lo que tiene, que uno no está en disposición de relajarse porque lo pueden tomar por blando, marianista, sanchista, maricón o rojo, y por eso vive en estado de guerra perpetua con el otro. Ejercer el rol de ultra es muy cansino porque tienes que estar muy macho, muy chulo y muy políticamente incorrecto full time, o sea las veinticuatro horas del día, incluso si el caudillo Abascal te saca de la cama de madrugada para que pongas un tuit faltón contra el Gobierno. Este tipo de políticos no conoce palabras como convivencia, tolerancia, solidaridad o fraternidad (los valores humanos son cosa de progres amanerados), y a cada minuto tienen que demostrar que son más españolazos que nadie, legionarios de pelo en pecho, patriotas dispuestos a morir defendiendo El Alcázar. Ser facha es que tiene que ser agotador.

El manual Trump deben seguirlo a rajatabla y por eso hoy la toman con las brujas socialistas, mañana el enemigo a batir es la pobre Anabel Alonso que es más buena que el pan o una humilde periodista de La Sexta que no hace otra cosa que ganarse el plato de lentejas con su honrado micrófono. Ven comunistas en todas partes, presienten invasiones de menas y manteros por doquier y al final la paranoia del odio se vuelve contra ellos como la serpiente que se muerde a sí misma y se envenena. Tratar de ser una mala caricatura de John Wayne todo el rato es extenuante y peligroso para el coco. Por eso, este es un mensaje para cualquier periodista que tenga que verse en el trance de tener que trabajar con uno de estos marcianos de la política que nunca se sabe por dónde van a salir: protéjanse, lleven escudo y casco, mascarilla y espray repelente. Hagan testamento si pueden. Porque en una de estas a uno de ellos se le va la pinza, se descontrola, y vete tú a saber lo que puede pasar.

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