Me extraña, me duele, que no se felicite al rival cuando gana. Las elecciones son como un partido de fútbol o de tenis, o una carrera de Fórmula1 (de las que en este periódico soy cronista más o menos oficial).

Mariano Rajoy ha ganado. Ha ganado el pulso contra todos sus otros rivales. Y ese ganar es digno de un «felicidades”, de un «bravo».

Por supuesto, como ha escrito alguno de mis compañeros de Diario16 la ciudadanía tiene derecho a protestar, a patalear y a lo que le dé la gana. Pero yo no. Yo no voy a ejercer ese derecho. Y si lo ejerciera lo haría protestando contra aquellos a los que habría votado y no han sabido defender mi voto, convertirlo en efectivo, porque «pudieron», por supuesto; lo tenían en la mano. Pero es habitual en el género humano, nada de tonterías y lugares comunes como «en este país» (este país es genial), matar al hermano antes que al enemigo. Y si el enemigo es capaz de atizar el fuego de ese odio ancestral y familiar: bravo por él. Esto es la guerra. Todo vale en la guerra.

Mariano Rajoy ha sido el mejor, es el mejor, de cuantos aspiraban a ser presidentes de España. Y yo, que soy hombre de honor, le felicito. Por su astucia, sólida estrategia, capacidad de aguantar.

¡Tres hurras por Mariano Rajoy! Y ninguna para -casi- todos los demás.

 

Otro burbon, por favor.

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