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Todos somos un poco nacionalistas, pero algunos, más

Jordi Sedó
Jordi Sedó
Filólogo y maestro. Su formación es fundamentalmente lingüística. Domina siete idiomas y, profesionalmente, se ha dedicado a la enseñanza, a la sociolingüística y a la lingüística. Se inició en la docencia en un centro suizo y, posteriormente, ejerció en diferentes localidades de Cataluña. Hoy, ya jubilado de las aulas, se dedica a escribir, mayormente libros y artículos periodísticos, da conferencias y es el juez de paz de la localidad donde reside. Su obra escrita abarca los campos de la lingüística, la sociolingüística, la educación y el comentario político. También ha escrito varios libros de narrativa.
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análisis

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Leo que, en las escuelas de la ciudad de Murcia, a propuesta de VOX y con el apoyo del PP i de Ciudadanos, va a ser obligatorio exhibir una bandera española a la entrada de cada escuela, así como tener una imagen del Rey en cada aula y que suene el himno nacional español en cada ocasión en que se considere que se está realizando un “acto solemne”.

Bueno, pues si ésa es la voluntad mayoritaria de los electores que han colocado en el poder a las autoridades que han tomado estas decisiones, hay que reconocer que la opción es totalmente democrática. Sin embargo, creo que tengo algo más que decir al respecto. En principio, no me parece descabellado que cada tierra tome opciones que refuercen su identidad nacional, pero eso sólo si esa identidad nacional se encuentra en peligro y, si ése es el caso, me parece la opción más oportuna siempre que esté refrendada por autoridades surgidas de una elección democrática.

Sin embargo, si se trata de una sociedad donde no hay peligro de que esa identidad nacional sea cuestionada por otra, me parece ciertamente peligroso exacerbar sentimientos de este tipo porque, en estas situaciones, suelen devenir excluyentes.

Y, en el caso que nos ocupa, sí tengo que decir que me parece innecesario porque se trata de un lugar donde, efectivamente, nadie cuestiona la españolidad del territorio y donde no existen tensiones por esta causa. Y la verdad es que me parece muy aventurado haber tomado unas medidas como ésas porque pueden alimentar ciertos sentimientos que pueden pagar caros los ciudadanos procedentes de otros países asentados en ese territorio.

¿Podemos asegurar que cuando esté sonando el himno nacional, esa música envolvente con aire de marcha militar que enciende el ánimo de quien la escucha con fervor, no se estará fomentando que algún niño, excesivamente henchido de amor patrio y desdichadamente mediatizado por lamentables opiniones que la extrema derecha lanza con demasiada frecuencia, mire a un compañero suyo de tez más oscura pensando que eso no va con él, que él no debería estar ahí y, en definitiva, que España es sólo para los españoles?

No puedo evitar que la decisión de las autoridades municipales murcianas me lleve a pensar en lo que suele suceder cuando Cataluña intenta moverse para paliar en lo posible el alud de medidas represivas y trabas que el Estado español suele poner ante cualquier reivindicación de la identidad nacional del país catalán. Una identidad nacional, a diferencia de la murciana, duramente cuestionada en su propio territorio por el Estado español y que, cuando intenta defenderse de ello, surge inmediatamente una pétrea ofensiva desde los tribunales o desde el Tribunal Constitucional y enseguida se ataca a la escuela catalana acusándola de adoctrinar a los niños.

¿Y eso de Murcia no es adoctrinamiento? ¿Estamos seguros de que los niños murcianos van a entender que toda esta demostración de amor patrio está llena de solidaridad con otros pueblos? ¿Lo está en realidad? ¿Serán capaces, los niños murcianos, de reconocer que ser español no es mejor ni peor que ser de cualquier otro lugar? ¿Estamos seguros de poder evitar que alguna de esas criaturas sienta, en el fondo de su alma, un excesivo orgullo de ser español y que eso genere en él ese sentimiento excluyente que luego mueve a apedrear CIEs y a hacer del inmigrante el depositario de todos los males que padece España? Hay que tener en cuenta que ese amor patrio al que me refiero, a diferencia de lo que sucede en Cataluña, no tiene ningún competidor serio en Murcia, donde la identidad nacional de los murcianos se encuentra plenamente a salvo porque nadie la cuestiona.

Además, hay que saber que la propuesta inicial de VOX era que el himno sonara no solamente en actos solemnes, sino ¡cada día!, en las escuelas de todo el municipio. ¡Como en los mejores tiempos, vamos…!

Si en las escuelas catalanas ondea la bandera de Cataluña, si se intenta fomentar el uso del catalán, si se imparten historia y geografía de Cataluña, si se estudia la literatura catalana, es porque el tupido entramado de leyes, normativas y resoluciones que están encaminadas a impedir el normal desarrollo de la cultura catalana es tan potente que es necesario intentar compensar eso con las febles armas democráticas que tenga el Gobierno catalán a su alcance.

Y mientras en Murcia sucede eso, que se califica de patriotismo con excesiva benevolencia, a los catalanes se nos adjetiva de nacionalistas, golpistas, nazis y no sé cuántas cosas más. ¡Qué desfachatez! Que no nos digan, después de asistir a esa peligrosa decisión, de corte marcadamente nacionalista, por parte de unas autoridades no menos nacionalistas, que en las escuelas catalanas se adoctrina a los niños, por favor. ¡Ay de aquél que se fijare en la mota que se posó en el ojo de su vecino y no percibiere la biga que lleva en el suyo propio!

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