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Todos somos putas

David Márquez
David Márquez
Escritor de artículos y ficción. Colabora con diversas publicaciones periódicas y ha publicado: ¿Y? (microrrelato) y DAME FUEGO (el libro) (microrrelato, poesía y otros textos), ambos trabajos inconfundiblemente en línea con el pensamiento y estilo que manda en sus artículos, donde muestra su apego a la libertad total de ideas, a lo humano y analógico, siempre combativo frente a cualquier forma de idiotez. amazon.com/author/damefuego
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análisis

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Torpe y radical es basarse en creencias personales para establecer leyes fundamentales. Pero lo vuestro, según parece, lleva aparejado un no resuelto conflicto moral. ¿Me equivoco? Mirad. Predicáis el derecho de una mujer a vestir como le apetezca, a salir adonde le dé la gana, con quien prefiera y las veces que haga falta. A eso lo llamáis “libertad”. Pero si lo hace cobrando pasa a ser “esclavitud”, aunque sea voluntariamente. Fijaos: os hacéis dueñas, vosotras, de la razón (uh, qué peligro), única y universal, anulando por completo el punto de vista de esa que, por arte no de magia, sino imposición, ha pasado de usar su cuerpo como herramienta de trabajo, a ser usada como víctima. Pero ¿cuántas ocupaciones de toda índole se pagan por horas? ¿Nunca os habéis sentido mal compensadas por vuestra actividad de profesoras, pintoras, cuidadoras o temporeras? ¿Nunca os habéis quedado sin cobrar? ¿Qué será peor? Para vosotras, usar o dejarse usar el cuerpo (para el cual reivindicáis, paralela y asombrosamente, la legítima y exclusiva propiedad que corresponde). Además, pretendéis “dar voz”, a la fuerza, a tantas mujeres libres que ni conocéis. Sinceramente, si hubiera algún colectivo de bienintencionadas almas caritativas empeñado en ilegalizar mi trabajo por considerarlo degradante “para mí” (es que es muy fuerte), no tardaría en mandarlas a la mierda. Una cosita, entre nosotras, ¿os parece deshonroso el papel de ama dominante? Las hay a montones, y os recuerdo que se dedican al maltrato físico de señores, generalmente de medio/alto poder adquisitivo, a cambio de una remuneración libremente pactada por los dos.

¿Por qué no dejáis a la gente vivir en paz? Primero llegan unos (¿los de las cloacas?) y encierran a los homosexuales. Ahora, vosotras coronáis a los trans (ahí, tipificando) y metéis la nariz en lo que dos personas adultas y libres deciden llevar a cabo, ojo, solo si una de ellas cobra por ello. ¡Estáis muy-mal de la cabeza! ¿Y tenéis los cojones de, en plan justiciero, utilizar conceptos como “cloacas del estado” o “estado policial”? Seguro que no habéis pisado un puticlub en vuestra vida. ¿Sabéis la tremenda tensión psicológica que estas señoritas ayudan a aliviar a diario? La mayoría de los clientes acude allí a tomar una copa y charlar un rato con alguien que les escucha, para variar, usando una cosa llamada dulzura. El ochenta por ciento de la carencia que estas señoritas reparan se llama cariño. Ahí es donde tenéis que poner el ojo y la investigación. Ah, pero antes deberíais profanar vuestra cerrada cajita de valores (tradicionalmente facha, sí, sí) donde solo caben el “deporte”, el “trabajo” o la “familia”. Como si un futbolista y un matrimonio convencionales no se vendieran a diario por billetes. Pero no, ninguno tiene lo que en el fondo busca. Bajo la bonita línea de flotación del postureo siempre subyace una carencia y su correspondiente esperanza de satisfacción reprimida, para las cuales no hay sitio en la cajita de valores estándar. Me pregunto cuál será vuestra carencia, vuestra “mancha”.

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