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Todos quieren tener su propio partidillo de izquierdas

A menos de un año para las elecciones municipales la división y fragmentación marcan al bloque progresista

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análisis

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Por desgracia, la izquierda española sigue fragmentándose, dividiéndose, atomizándose. Las próximas elecciones municipales y autonómicas, a celebrar el 28 de mayo del próximo año, se antojan una prueba de fuego para los diferentes partidos del bloque progresista. Y no pinta nada bien. En el PSOE no les llega la camisa al cuerpo (los últimos correctivos en Madrid, Castilla y León y Andalucía auguran otro batacazo electoral) mientras que en las demás fuerzas y confluencias también hay preocupación. Partidos nuevos que se han quedado viejos a las primeras de cambio, marcas que no conectan con el electorado, coaliciones que no coaligan nada, exóticos experimentos de última hora y proyectos como Sumar, la idea impulsada por Yolanda Díaz que a menos de un año para los comicios sigue siendo una auténtica incógnita, conforman el agitado panorama en el rojerío hispano.

La tradición política española dice que quien gana las municipales gana después la Moncloa y todo apunta a que Feijóo lleva ventaja. Es evidente que el Gobierno de coalición va a pagar el desgaste de una legislatura diabólica marcada por una pandemia, una guerra y dos crisis superpuestas. Los dos socios salen mal parados del trance, el PSOE por el odio visceral que las derechas han propagado contra Pedro Sánchez y Unidas Podemos porque ya no tiene esa frescura de sus primeros años. Los morados cotizan a la baja en las recientes encuestas. En primer lugar porque muchos de los votantes que pusieron todas sus esperanzas de cambio en los herederos del 15M finalmente no han visto satisfechas sus expectativas. Una reforma laboral que entienden edulcorada, un impuesto a los ricos que se les queda corto y en general una política socialdemócrata aguada por el liberalismo que rezuma el ala más conservadora del PSOE han terminado por frustrar los sueños de la izquierda real. No ha habido Segunda Transición, sino más bien continuismo bipartidista, blindaje a la monarquía y gatopardismo económico (una vez más el supuesto cambio sirvió para que todo siguiera igual).

Por otra parte, el podemismo se vino abajo cuando Pablo Iglesias, proclamado nuevo gurú de la emergente izquierda española, dio la espantada de la política dejando huérfanos a los parias de la famélica legión. De Iglesias nos queda el recuerdo de su coleta, su brillante oratoria parlamentaria, sus ingeniosos tuits y un casoplón en Galapagar que muchos aprendices de revolucionarios vieron como una traición a la izquierda. Hoy por hoy, el electorado progresista tiene la sensación de que este Gobierno ha hecho poco, seguramente mucho menos de lo que se esperaba, y que las tímidas reformas impulsadas por Unidas Podemos frente a un PSOE con tendencias felipistas y derechosas han venido de la mano de una luchadora pragmática como Yolanda Díaz más que de un utópico como Iglesias del que ya nadie se acuerda.

Así las cosas, solo Díaz, a través de su proyecto Sumar, parece estar en disposición de seguir aportando algo de savia purificante a la marchita izquierda española. Desde luego, Sánchez necesita que ese partido cuaje, ya que sin él, el PSOE estará muerto y enterrado en las municipales. Sin embargo, en lugar de concitar el entusiasmo de las diferentes corrientes, familias y confluencias de la izquierda, Sumar parece un proyecto agotado en sí mismo antes de empezar su andadura. La ministra de Trabajo, quizá porque está volcada en las tareas de Gobierno –que a fin de cuentas es lo que toca en el terrible escenario de guerra y crisis en el que nos encontramos–no está pudiendo (o sabiendo) tocar la tecla determinante para aglutinar fuerzas y renovar la ilusión del votante rojo. Es cierto que los pequeños partidos nacionales y periféricos no se lo están poniendo fácil a la hora de lograr la ansiada unificación en un único bloque fuerte y cohesionado. Unos por delirios de grandeza que les induce a funcionar por libre, otros por un utopismo estéril que no lleva a ninguna parte y en ocasiones porque sus dirigentes viven como Dios en su chiringuito. La cuestión es que, por si no se han dado cuenta todavía, en España ya hay más partidos de izquierdas que personas, una mala noticia teniendo en cuenta que las derechas se rearman.

En ese contexto, nadie habla de Sumar (la mayoría de los españoles no saben ni de qué va ese invento) y las propuestas que va filtrando con cuentagotas la incipiente plataforma yolandista suelen terminar en noticias breves en periódicos que nadie lee. No están sabiendo vender el producto (algo dramático teniendo en cuenta que falta menos de un año para la decisiva cita con las urnas) y a estas alturas cabe preguntarse si piensan esperar a la última semana de campaña electoral para darse a conocer al personal. Resulta curioso y revelador que el proyecto de Díaz solo termine en las portadas y en los telediarios cuando estalla alguna fricción interna, refriega, escándalo o polémica con Unidas Podemos. Y eso que todavía no ha llegado el momento de hablar de reparto de cuotas de poder ni de despachos, pesebres o carguetes. Mucho nos tememos que cuando toque negociar ese delicado capítulo entre las diferentes corrientes interesadas en tomar parte en el nuevo partido unificador saldrán a navajazos como siempre y lo que debería ser una iniciativa para sumar desgraciadamente terminará restando.  

Al final se está transmitiendo a la opinión pública la sensación de que un proyecto que nace para unir no va a servir más que para seguir troceando a la izquierda languideciente. El tiempo va pasando y, en lugar de confluir, las distintas familias divergen, las diferencias se imponen al consenso y al programa único y la sombra de la división cainita se agranda. Todo aquel que ha tenido su minuto de gloria en política, ha salido en alguna tertulia radiofónica, posee la cátedra de Políticas en la universidad de su pueblo o ha escrito un ensayito sobre el futuro de la izquierda sueña con montar su propio partido. Y el overbooking se hace ya insostenible. PSOE, Unidas Podemos, Izquierda Unida, Más País, Compromís, Adelante Andalucía, Por Andalucía, BNG, Los verdes, La mareas (o lo que demonios sea eso), En Comú Podem, ERC, Extremeños, leninistas sin evolucionar, anticapis, Més per Mallorca, CUP y un sinfín de fuerzas y agrupaciones menores que no podemos recoger aquí por falta de espacio (y de ganas) completan el gallinero, el puzle, el infinito mosaico de la izquierda española. Hasta el animoso Alberto Rodríguez, el de las rastas de Podemos, amenaza con montarnos un partido en Canarias. Éramos pocos y parió la abuela.

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