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Todo patas arriba

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análisis

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Hace unos días, la Asociación agraria y la de jóvenes agricultores de Socuéllamos, Ciudad Real, convocó una concentración para exigir el cumplimiento de la Ley de la cadena alimentaria para garantizar unos precios justos de la uva que cubran al menos los costes de producción. Los viticultores estaban en la recta final de la campaña de la vendimia cobrando por su producto un precio ruinoso. El presidente local de la asociación agraria aseguró que “el campo no puede más, tenemos que hacer algo o de la contrario asistiremos a la desaparición de muchas explotaciones”. Otro dirigente agrario  dijo lo mismo pero con otras palabras “o hay unidad para defender los costes de producción o los agricultores irán a la ruina”. Durante la concentración se tiró al suelo un remolque de uva para escenificar su malestar y su protesta. La imagen de la uva por los suelos retrataba perfectamente la situación de miles de viticultores de Castilla – La Mancha. 

Las causas de estos precios ruinosos hay que buscarlas en la pandemia, el Brexit, la imposición de los aranceles americanos, el aumento de producción y el descenso del consumo. Como se ve, es un problema muy serio que precisa de una urgente actuación de los políticos del sector agrícola locales, autonómicos y nacionales.Y es aquí donde deberían entrar los políticos como un camión de bomberos lanzado a toda velocidad camino del incendio. Y una vez frente al fuego, desplegarse y coordinarse rápidamente para apagarlo a la mayor brevedad posible. Y si esto no se hace así, es decir si el fuego persiste porque llegan tarde y no se ponen de acuerdo y se pisan las mangueras y se cortan el agua unos a otros porque no se llevan bien y tienen muchas cuentas pendientes, los agricultores tendrán que manifestarse para, además de tirar un remolque de uvas al suelo de la plaza, recoger un remolque de políticos locales, regionales y nacionales, los que deberían solucionar este grave problema, y arrojarlos al suelo junto con las uvas para escenificar, ahora con total propiedad, los problemas del campo que, junto con el resto de sectores productivos, amenazan con el colapso y el consiguiente estallido de una gran crisis, tan grave como la del 29, que ya es decir.

En cualquier empresa privada, cuando el equipo directivo, con su presidente a la cabeza, no es capaz de sacarla a flote, de enderezar la caída de las ventas cuya flecha ya se ha salido del cuadro de la gráfica y anda cerca del zocalillo del suelo; cuando no es capaz de asegurar un mínimo de dignidad y bienestar a sus trabajadores, ni de enmendar las cuentas y corregir el inminente desastre. Cuando no han acertado con ninguna de las previsiones, cuando no han sabido anticiparse a nada, cuando, en definitiva, no han hecho nada ni saben qué hacer, solo cobrar sus abultados sueldos, este equipo directivo es cesado de forma fulminante e intervenido sus sueldos y demás retribuciones, primas, beneficios y demás complementos. De la misma manera, si un equipo directivo formado por cargos políticos se muestra igualmente incapaz a todas luces de arbitrar reformas, de ofrecer alternativas, de remediar y corregir nada, el ministro o el mismo presidente del gobierno debería intervenir con rapidez cesando a todos los responsables y nombrando a otros más capacitados. También agradeceríamos ver,  aunque fuera una sola vez, a un puñado de politicos hacer un ejercicio de autocrítica, de honradez, de integridad, de vergüenza torera, y dimitir en bloque para permitir que otros se hagan cargo de la situación. A ver si los nuevos tienen más acierto, más tino y habilidad en la gestión. Pero eso jamás se verá, aquí nadie dimite, nadie reconoce sus propios errores ni sus descuidos ni su mala gestión, y si hace falta se echa la culpa a lo que sea o a quien sea, da igual, el caso es atornillarse al sillón, perpetuarse en el cargo, eternizarse en el puesto con la convicción de que nada puede hacerse, que las cosas son así y no pueden ser de otra manera. 

Alguien podría pensar que esta gente, después de hacer una pésima, cuando no desastrosa gestión en el cargo que ha ostentado, sea cual sea éste, y viendo sus escasas dotes y cualidades, ha  dejado la política y ha vuelto a su trabajo, si es que alguna vez lo ha tenido. Pero nunca ocurre nada de eso, como mucho alguno deja la política para instalarse en la estupenda salida laboral que le ofrece la puerta giratoria que tanto y tan bien se la ha trabajado. Pero la mayoría siguen en la política, no pueden dejarla porque no saben hacer otra cosa. Y cambian de ministerio, de secretaría, de dirección general, pueden ser diputados autonómicos o nacionales o presidentes de algo. Y se trasladan de un despacho a otro como Ironside, usando las ruedas del sillón, sin levantarse de él, no sea que se lo quiten, aunque cuentan con una alarma que se activa cuando despegan el culo del asiento aunque sea un centímetro para que la limpiadora pase la bayeta. Y siguen adelante, sin la menor congoja ni complejo, con su lamentable carrera hasta que se jubilen o se aburran de hacer lo mismo, es decir, de no hacer nada. Nunca dejarán de ejercer cargos porque les agobie el trabajo, ¿trabajar?, que extraña palabra para muchos de estos profesionales, malos con ganas, de la política. Solo dejarán  la política cuando les apetezca disfrutar de su envidiable pensión de jubilado y de todo lo que han conseguido en sus años de “carrera”.

Por estas cosas y muchas más no es de extrañar el hartazgo, la tirria, el monumental cabreo de gran parte de la población hacia los políticos, sobre todo de estos políticos profesionales que no han trabajado jamás en sitio alguno, ni jamás tuvieron  pensamiento alguno de hacerlo. Que lo único que hicieron en sus vidas es arrimarse a un partido desde muy jóvenes para pegar carteles, llevar el botijo y la carpeta, hacer los recados y demás mandados con celeridad, reír las gracias del jefe aunque no tenga gracia ninguna, y lo más importante de todo: saber quien es el caballo ganador de turno, apostar por él, pegarse  bien a él y mover el rabo como un fiel perro. Al político que  ha conseguido estar toda su vida laboral viviendo de la política, hay que reconocerle su innata habilidad para caer de pie, para estar siempre al lado del que en ese momento corta el bacalao, y saber cambiar a tiempo de familia antes de que ésta, con su dirigente al frente, caiga en desgracia. Hay que ser muy hábil para ver venir a tiempo y esquivar las puñaladas tras las cortinas y las zancadillas mientras te pasan la mano por el lomo en un cóctel. Estos seres, capaces no solo de andar por la maroma sino de correr por ella si hace falta, algunos de ellos muy rastreros, a falta de cualidades mayores como la inteligencia han sabido compensar esa carencia desarrollando otras habilidades menores propias de alimañas, como son la astucia, la picardía, la maña, el artificio, la triquiñuela, la viveza, la zorrería, el don de la visibilidad o invisibilidad según convenga y otros recursos que le han permitido no solo sobrevivir sino medrar muchas décadas en el ejercicio de la política que para ellos es una permanente partida a medio camino entre el póker y el juego de las sillas. Y sobre todo seguir la máxima de Lucky Luciano, santo patrón de muchos de estos hombres: “en cualquier negocio lo primero que hay que procurar es no ser el muerto”.

Nada que ver con lo que debería ser, una vocación de servicio público, de trabajo por el bien común, de dejar las cosas mucho mejor de como las encontraron en las áreas donde han desarrollado su trabajo. Urge, ahora más que nunca, recuperar ese espíritu, esos ideales, esas vocaciones que muchos politicos perdieron por el camino. Otros, en cambio, no las perdieron porque nunca tuvieron semejante cosa, ni pensaron en otra cosa que usar la carrera política para, única y exclusivamente, medrar en la vida. Por suerte no todos son así y hubo, hay y habrá muchos políticos vocacionales que trabajan a diario por una sociedad más justa y apuntalan a diario ese “Estado del bienestar” que amenaza ruina inminente y finalmente derrumbe total a más corto que medio plazo. Gracias a muchos de ellos este país todavía resiste como puede.

Para que la gente se reconciliara con la clase política, una de las tareas más importantes que debería desarrollar todo político honrado que se gana el sueldo con su trabajo, debería ser detectar e informar de los compañeros que no cumplen con su cometido de servir a la ciudadanía, a los caraduras que usan la política para vivir como Dios sin dar un palo al agua. Pero aquí está muy mal visto denunciar a los compañeros, chivarse es una palabra muy fea que nadie quiere echársela encima y llevarla como una mancha, como el peor de los sambenitos. Eso lo saben los sinvergüenzas y se aprovechan de ello. Acordándonos del caso de los ERES de Andalucía, estamos seguros que muchos compañeros de los políticos que se pulían el dinero público, además de en cuantiosas ayudas a sus amiguetes, en cubatas, putas y drogas, viajando en coches oficiales por toda la región como reyezuelos africanos haciendo ostentación de su poder, conocían sus andazas pero consideraban que debían callar y que fuera otro el que diera la cara denunciándolos. Al final les cayó a todos la sospecha de ser cómplices de los delincuentes con su silencio. Y este mirar para otro lado de muchos que deberían haber actuado en cuanto hubieran conocido apenas indicios de delito, ha causado un enorme, casi irreparable, daño al partido.

En nuestra vida cotidiana también hemos sido testigos de estas cosas, males de este país, que todavía arrastramos y lo que queda. Más de una vez hemos oído en la barra de un bar a un paisano alardeando delante de todos los que quieran oírle, que no paga o hace trampa a Hacienda. Y remata con un sonoro “que les den por culo” algo que repite a diario como una jaculatoria, y ante la que algunos callan y otros lo jalean y aplauden sin caer en la cuenta, sin pararse a pensar que Hacienda son también ellos y por lo tanto a ellos también está estafando. Pero a nadie se le pasa por la cabeza denunciarle, estaría muy feo según nuestra particular educación e idiosincrasia. Y así nos va.

Como puede verse, oír, ver y callar, parece ser la consigna, la divisa de muchos políticos profesionales con varios trienios. Hace muy poco, don Emiliano García Page, presidente de Castilla- la Mancha, como si fuera un cantaor flamenco de raza, se ha arrancado con estas “jondas” palabras:  “El debate de hoy es entre los que estamos por el pacto constitucional y los que quieren poner todo patas arriba”. A lo que había que contestar que no, que no es eso. Y lo peor es que lo sabe. El debate está entre los políticos que, ellos sabrán por qué, quieren seguir  viendo, oyendo, callando y tapando la corrupción, la mierda que aflora por todas partes de muchos pozos negros que nunca se han limpiado y rebosan desde hace ya mucho tiempo. Y por otra parte, los políticos que por primera vez en lo que llevamos de democracia, o lo que sea esto, quieren destaparla, hacer la imprescindible limpieza que ya está tardando, la justicia que nunca se ha hecho, caiga quien caiga, desde el más alto representante del Estado al último concejal que ha usado y abusado del cargo para sus fines particulares. Si a este ejercicio de transparencia, de pura justicia, de patriotismo de verdad, del bueno, no el de la bandera y el himno,  le quiere llamar “poner todo patas arriba”, pongamos todo patas arriba. 

Las palabras de don Emiliano, que cree hacer un servicio al país, cuando hace todo lo contrario, llamando “pacto constitucional” a tapar de manera obsesiva lo que ya no puede taparse porque huele  ya demasiado mal y tarde o temprano la inmundicia les estallará  en los hocicos, recuerda a ese chiste gráfico de Chumy Chúmez aparecido en el recordado semanario Hermano Lobo, donde un preboste con frac y pajarita desde una tribuna se dirige a la multitud diciendo “O nosotros o el caos” a lo que la gente responde: ¡el caos, el caos! Éste a su vez contesta: “ Es igual, también somos nosotros”. No podemos seguir siendo la comidilla de los países de nuestro entorno, alguno de los cuales ya empiezan a preguntarse seriamente si no seremos un país fallido. Si no lo somos hay que demostrarlo con hechos, no con banderas al viento e himnos cargados de bombo.

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