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Suflé

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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Los seis huevos habían eclosionado casi simultáneamente. Todos los polluelos eran negros salvo uno que tenía manchas blancas en el plumón y era un pelín más grande que el resto. Sin embargo, para la mamá corneja, no había distinción posible. Para ella todos eran iguales.

Pasaban los días dentro del nido y los seis polluelos seguían vivos, aunque el del plumón con pintas blancas parecía el gordo de toda pandilla de amigos. Mientras los otros tenían más o menos el mismo tamaño que al nacer, el orondo había duplicado casi el suyo y piaba con más intensidad reclamando la atención de mamá graja. La pobre inexperta madre, no daba abasto para ir y venir trayendo más y más comida al nido. Un esfuerzo titánico porque en lugar de seis polluelos parecía tener diez, sobre todo porque uno, comía como los otros cinco.

Habían pasado veinte días desde el nacimiento y, extrañamente a lo que habitualmente sucede en la naturaleza, todos los polluelos seguían vivos aunque uno era tres veces más grande que el resto y otro de ellos estaba tan débil que apenas podía reclamar comida a sus padres. Los polluelos se habían cogido cariño y como el más grande no dejaba de piar y de reclamar comida a mamá cuervo, que cada vez estaba más flaca y le costaba más hacer los viajes necesarios para poder alimentar a todos sus polluelos en condiciones, los cinco hermanos más pequeños habían llegado al acuerdo de reclamar menos comida y dejar que mamá alimentara mucho más al gordo que a ellos. Así, la corneja podría descansar un poco y todos llegarían a abandonar el nido en unos días. Pero el orondo era insaciable. Cuanto más le dejaban comer, más comida reclamaba. Cinco días antes de abandonar el nido, el hermano más flaco, se cayó del nido. O el más grande le hizo caer aprovechando su debilidad.

Habían pasado treinta días desde que los huevos alumbraran a los polluelos y tras varias pruebas de vuelo, los cinco estaban dispuestos para abandonar el nido. El gordo, fue el primero en emprender un vuelo corto. Se posó tres ramas más arriba del nido y les gritó a sus hermanos adoptivos “ Ahí os quedáis memos. Por si no lo sabíais yo no soy un grajo como vosotros. Soy un hermoso cuco y habéis dejado que vuestra madre me alimentara como si fuera vuestro hermano. ¡Qué pringaos!”. Los cuatro hermanos supervivientes se quedaron de piedra. Ahora comprendían por qué el que creían hermano suyo era mucho más grande que ellos, era tan egoísta y por qué les trataba con tanto desprecio. Todos hicieron un pacto de tener extremo cuidado y cuando fueran padres dejar de alimentar al que fuera muy distinto a los demás.

Habían pasado las generaciones y los cucos habían seguido siendo criados en nidos de cuervos. Salvo en una de las regiones dónde los grajos expulsaban del nido a todo aquel polluelo que no fuera negro al nacer. Sin embargo, uno de los descendientes de aquellos grajos que pactaron tener siempre cuidado para que no se volvieran a colar huevos de cuco en sus nidos, decidió que era tiempo de enterrar el hacha de guerra. Ella, quería ser la madre graja de todos. Ya fueran cucos o grajos. Porque lo importante es que todos estuvieran bien y todos llegaran a abandonar el nido.

Sucedió entonces que, en una de las puestas de esta cuerva, un cuco dejó su huevo entre los suyos. Ella, que observaba desde lejos al cuco, no hizo nada por eliminarlo. Cuando eclosionaron, un gran pajarraco con pintas blancas destacaba sobre las otras cuatro crías de plumón negro zaino. Mamá corneja no hizo nada al respecto. Prometió alimentar a todos según sus necesidades. Pronto, los polluelos se redujeron a tres. Mamá graja, seguía creyendo que todos debían ser iguales. Sin embargo, de cada tres venidas con comidas, dos eran exclusivas para el polluelo de cuco. A los diez días ya eran solo dos. Mamá graja, no daba abasto y estaba extenuada tanto ir y venir en busca de comida para una máquina de devorar como era el polluelo de cuco. Su verdadero hijo, que se había quedado solo con el intruso, se quejaba de que ahora, solo le tocaba comer una vez al día y de que cada vez estaba más flaco. Pero mamá graja no le hacía caso y seguía creyendo en la igualdad que, sin embargo, consistía en alimentar 9 de cada diez veces al polluelo de cuco en exclusiva. A los veinte días, en una de las vueltas con comida, el polluelo de cuco, estaba solo en el nido.

Mamá corneja siguió alimentándolo hasta que en el día 31, justo cuando el polluelo de cuco daba su primer vuelo, ella caía en manos de un halcón víctima de una debilidad que no le permitió ni siquiera poder emprender una huida.

*****

Suflé

El capitalismo considera a la producción desde un solo punto de vista, como sistema de enriquecimiento de unos cuantos. Mientras que Falange Española considera la producción como conjunto, como una empresa común, en la que se ha de lograr, cueste lo que cueste, el bienestar de todos.

Nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio.”

José Antonio Primo de Rivera.

**

Como no me satisfizo
La experiencia sexual
Se me inflaron los vapores, me convertí en huracán
Di unas tres o cuatro vueltas
Y a la quinta me cansé
Este cuarto es muy pequeño
Para las cosas que sueño

Aire (aire)
Soñé por un momento que era
Aire (aire)
Oxígeno, nitrógeno y argón
Sin forma definida ni color

Aire (Mecano)

**

Confieso que le he dado unas cuantas vueltas al tema antes de ponerme sobre el teclado del ordenador. Confieso que me está costando muy mucho juntar palabras con cierto sentido crítico e intentar no ofender a los míos. Pero he llegado a la conclusión de que debo ser honrado conmigo mismo y sobre todo, que, escriba lo que escriba, alguien se va a sentir siempre ofendido.

Hace un tiempo, como consecuencia un mal acuerdo que el gobierno vendió como un gran éxito para intentar acabar con la interinidad en la administración pública, una persona a la que sólo conozco por Twitter pero a la que aprecio, me dijo que Yolanda Díaz, amiga suya, le había asegurado, ante mis críticas a una forma de hacer, que repite los mismos errores de los últimos treinta años, que la reforma era buenísima para acabar con el enchufismo, las listas de contratación y la precariedad laboral de todo aquel trabajador público eventual que no se amolde a las preferencias éticas y políticas del jefe de Turno.

Fue entonces cuando empecé a sospechar que la actual ministra de Trabajo era una más de los políticos de siempre, capaces de venderte una burra coja como una yegua purasangre, con tanto ahínco y afabilidad que si no ves los andares del cuadrúpedo, llegas a dudar de ti mismo y empiezas a ver al asno como un purasangre español.

Confieso también que el palo que me he llevado con Podemos, al que dediqué cientos de horas, intensas jornadas de trabajo y mucha fe, me ha dejado tan herido políticamente que he acabado en un desencanto político tan profundo que me ha convertido en un cínico y agnóstico social.

De siempre he huido de los convencionalismos, de aquello que era popular entre los demás y de todo aquel que directa o indirectamente se ha declarado mesías. Mi primera decepción en Podemos fue justamente ese mesianismo de Pablo Iglesias que tanto gustaba a los demás. Es por eso por lo que la ministra de Trabajo no me provoca feeling y no sólo no me da confianza, sino que con cada declaración que oigo de ella, con cada línea que leo sobre sus actuaciones, la desconfianza se hace más y más grande.

Llevamos años preguntándonos por qué la izquierda no llega a la gente como sí lo hace la derecha. Quizá por eso, podría llegar a entender una estrategia de no confrontación con nadie, a fin de no asustar al votante y atraer su voto. Y quizá funcione. Porque España es un corral lleno de borregos que prefieren el bar a la sanidad pública, que prefieren a políticos que gastan el presupuesto de nuestros impuestos en contaminar lumínica y ambientalmente llenado su ciudad con 11 millones de bombillas led durante dos meses en lugar de prestar ayuda social a una población que sufre en una ciudad que se desmorona laboralmente año a año. Un corral dónde los votantes dirigen su enfado hacia discusiones banales sobre niñeras, chalés en la sierra y coches de lujo que compran con su dinero deportistas famosos que hacen declaraciones que no gustan al régimen, en lugar de hacerlo contra quiénes les birlan los hospitales públicos, contra quiénes son responsables de la desaparición de dos aviones con 23 millones de euros en material sanitario sin que nadie de explicaciones o de que mueran sus ancianos en residencia por negarles el derecho a la asistencia sanitaria.

Lo que, sin embargo, no puedo entender es que alguien que ha militado en Izquierda Unida, diga públicamente que la Sanidad pública no es de izquierdas ni de derechas, cuando son las políticas del hijoputismo (del fascismo y del liberalismo económico) las que han cercenado un modelo sanitario que era la envidia del globo terráqueo y que han convertirlo en una pantomima dónde puedes morir de un cáncer que se hace terminal esperando una prueba de diagnóstico, dónde a base de retirar financiación y de putear profesionales han convertido la atención primaria (lo que antes se llamaba médico de familia) en un consultorio telefónico, los pueblos en un erial sanitario y la medicina privada en una mala solución que además de costarle un montón de dinero a cada paciente, distingue entre sanidad privada para pobres, con citas para especialistas a tres meses, y otra para ricos con primas al alcance de unos pocos en los que tienes sanidad a la carta, inmediata y con centros exclusivos que por otra parte subvencionamos todos a través de acuerdos de paripé con las Administraciones públicas.

Los derechos, las prestaciones, la sanidad y la educación pública siempre han sido cosa de las políticas sociales (de la izquierda). Políticas que en España jamás han empleado los franquistas, los fascistas ni los corruptos y que los del traidor de Suresnes han ido cercenando poco a poco como el resto de derechos.

Sobre el papel, para un país que consume seis horas de media de televisión al día, donde mentirosos y manipuladores profesionales reciben premios como periodistas libres, está muy bien eso de que la prensa canalla y mentirosa te saque en la portada de un dominical como una reinona más de esas mujeres de la derecha que venden su imagen de mujer y no su valía como ser humano. Puro machismo. Pero cuando el patito feo quiere ser cisne aunque en realidad sabe que es un pato, e intenta comportarse como un cisne, acaba haciendo de menos a los patos y siendo odiado por los cisnes como un intruso. La derecha, gobierna para los suyos aunque intente disimular a base de discursos falaces que lo hace para los pobres. Cuando la izquierda quiere gobernar para todos, acaba gobernando sólo para los ricos y puteando aún más a los pobres. Cuando uno quiere agradar a todos, es porque es un populista que al final acaba siendo odiado por los suyos, y lo que es peor, convirtiéndose en un dictador para intentar, desde su mesianismo, ejecutar sus deseos personales como autos de fe de interés nacional.

El discurso de Yolanda Díaz es tan viejo como el de Margaret Tatcher, que decía “no existe la sociedad, sino los individuos”. Lo que empezó siendo como un postulado ideológico particular, acabó siendo defendido por la Dama de Hierro como un postulado de país. Y con ello, llegaron a privatizar hasta las vías de ferrocarril dejando un reguero de pobres, accidentes mortales en los ferrocarriles y una clase privilegiada que desplazó fuera del centro de Londres a la mayor parte de sus ciudadanos.

Y una última cosa, por si alguien tiene la tentación de reprocharme algo. Lo peor que le ha pasado a este país es el golpe de estado del 36 y sus 40 años de represión, extinción del pensamiento político y de la conciencia de sociedad. Pero las fascistas-franquistas y sus secuaces no siguen ahí por la crítica de la izquierda, sino por la complacencia y la colaboración de una izquierda a la que le gusta en demasía los placeres del dinero, le molestan los pobres si están cerca y se creen mejores que los demás (pura aporofobia).

Los más acérrimos defensores de Yolanda le dan el mérito de haber bajado el paro como nunca antes en este país. No seré yo quién discuta los beneficios de que cada día haya más afiliados a la Seguridad Social. Pero pongamos los pies en el suelo. España sigue siendo un país con un número de contratos precarios indecentes. El país con más contratos temporales, con una duración media de 53 días por contrato. Si además la productividad está bajando, mi conclusión es que la creación o la destrucción de empleo no depende de los ministros de turno sino de la coyuntura. Sin embargo, la calidad del mismo depende de la legislación. Y la que tenemos ahora, sólo crea empleos de miseria, de escasa capacidad temporal y económica. Y cambiar esa espiral depende de la derogación total de las reformas laborales, en especial de la última, de la eliminación de las empresas de trabajo temporal y de los contratos en prácticas cuyo trabajo es en real y de los de fin de una obra que no se acaba nunca. Esa debería ser la prioridad de una ministra de trabajo de izquierdas y no la de ser amiga del presidente de la Patronal. Claro que, cuando uno pretende minimizar la importancia de tus votantes naturales, e intentas abarcar lo que no debería ser tu espacio, acabas alabando a Garamendi y olvidándote de los metalúrgicos de Cádiz. Cuando uno quiere gobernar para todos, acaba entrenando a la legionarios como antidisturbios para que repriman las protestas laborales.

El fin, nunca justifica unos medios represivos. Ni siquiera suponiendo que la finalidad sea decente, que es mucho suponer.

Nunca debes fiarte de un proyecto del que Errejón sea simpatizante. Las magdalenas, siempre han sido un puñetero bizcocho con ínfulas de pastelería fina. Que las llamen muffins sólo las hace más indigestas e insanas.

Salud, feminismo, ecología, república y más escuelas públicas y laicas.

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1 COMENTARIO

  1. Me queda un olor como si sujetase los últimos calzones meados del caudillo.
    Han legalizado la eutanasia, pero no vayas al privado que allí no te atienden correctamente.
    En la Wikipedia hay información mucho más veraz sobre José Antonio más allá de su discurso de ocasión, y se meó antes de morir ante aquellos a los que amenazaba a diario desde su escaño, y Mecano es un grupo pijo infumable, como los alegatos estériles de sus letras, como tú y los hombres G.
    La historia introductora es apropiada, pero plagiada y ya demasiadas veces. Yo conozco personalmente a alguna gente de la que hablas y mientes o te has dejado engañar, que aún es peor de cara a tus lectores.
    Es un fraude todo esto, y yo jamás; nunca votaría a Podemos.

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