Los datos del informe elaborado por la ONG Oxfam Intermón sobre desigualdad en el planeta durante la pandemia Covid — publicados por el Foro Económico Mundial —, confirman la aceleración exponencial de la desigualdad entre los que más tienen, los ricos, y en la misma proporción, pero a la inversa, el creciente empobrecimiento de millones de seres humanos. El resultado: las diez personas más ricas del mundo han duplicado su fortuna, y suman 1,5 billones de dólares; mientras que 160 millones de personas han caído en la pobreza severa, y el 99,9 % de la población mundial se ha empobrecido al reducirse sus ingresos.
Datos que ponen al descubierto que vivimos sometidos a un régimen de sinarquía planetaria, en el que un grupo de empresas y personas poderosas ejercen una influencia, un poder, decisivo y determinante en la política y economía mundial. Si en la crisis de 2008 se habló de la necesidad de refundar el capitalismo, sin duda que se ha refundado, pero a peor, al dar lugar a un proceso de concentración de un poder omnímodo en manos de una élite de individuos y empresas que definen las reglas del juego y desafían el control de los Gobiernos; incapaces de establecer límites a una dinámica que favorece la acumulación de riqueza sin freno, a costa de esquilmar de manera acelerada los recursos finitos del planeta y una desbocada desigualdad social.
Detrás de este nuevo pantocrátor que nos bendice, subyace el hecho de que somos nosotros los que fortalecemos el régimen de sinarquía, embobados por el mensaje, aspiracional y rumiante, de que enriquecerse sin fin es el modelo y objetivo optimo en la vida, del que moda y publicidad son sus voceros. Así alimentamos la rueda consumiendo muy por encima de nuestras necesidades; en la vana creencia de que los objetos nos convierten en seres especiales: exclusivos.
Proceso que convierte los problemas de las personas normales en irrelevantes, opacados por un sistema mediático que sigue y ensalza las andanzas infamantes de los ricos: como el lujo asiático de los viajes al espacio. Privilegio reservado a los corazones de hielo, que no piensan en los millones de seres humanos que podrían salvar la vida con una parte de su riqueza. ¿Qué hace a las personas tan abyectas? Por eso, es necesaria una ley que obligue a revertir a la sociedad un porcentaje de su riqueza que extraen de ella. Y a los ciudadanos, castigar éticamente a los Tíos Gilito que se ríen de nosotros mostrando con desvergüenza su vida de despilfarro, en un mundo cada vez más desigual e injusto.
