París, 1909

Ashford, 1943

 

Albert Camus dijo de ella:

«Desde Marx (…) el pensamiento político y social no había producido en Occidente nada más penetrante ni profético».

La figura de Simone Weil emerge de su filosofía tanto como desde su activismo social, sindical y político, pero, sobre todo, de su concepción plenamente coherente entre su vida y su pensamiento.

Se alistó en las Brigadas Internacionales durante la guerra civil española, fue voluntaria y combatiente anarquista en el frente de Aragón bajo las órdenes de Durruti.

Más idealista que pragmática, se sintió profundamente decepcionada al comprobar que también en su bando se cometían barbaridades.

Su carácter era firme y a la vez contradictorio, siempre en busca de la Verdad como pensadora y comprometida con la acción en su vertiente revolucionaria.

Le obsesionaba la desigualdad social, el sufrimiento de los demás antes que el suyo propio.

Trascendió íntimamente su condición de mujer desde su complejo universo filosófico, ontológico y político, preocupada por la libertad y la dominación de clase, así como sensible con el dolor y la belleza.

Su teodicea y misticismo la condujeron a vivencias «sobrenaturales».

Pensaba de y desde la acción, su actitud no fue meramente contemplativa.

Su vida breve transcurrió en sociedades patriarcales, las mismas que existen hasta ahora mismo, y en esos ámbitos las mujeres filósofas eran ninguneadas y descalificadas.

Aún hoy parece que la brillante capacidad intelectual y el mundo del pensamiento es cosa de hombres; sin embargo, sensibilidad y pensamiento han de ir unidos para alcanzar lo sublime.

Weil dejó una obra abundante que Camus publicó en su mayor parte, quizá de otra manera no hubiese llegado hasta nosotros, pues en su tiempo no despertaba gran interés.

La filosofía weiliana va más allá del heroísmo y el sacrificio, mucho más allá de su fuerte apariencia de fragilidad.

Caminó profusos mapas espirituales y mentales, dejando la huella de la genialidad de un ser tocado por lo profundo fértil.

Murió a los 34 años, en plena consonancia con sus ideas hasta el final.

Enferma de tuberculosis, no quiso ser tratada con medicamentos que no estuvieran al alcance de los más desfavorecidos.

Murió o se dejó morir, tras una intensa y corta vida donde la ubicuidad de su idealismo la acompañó hasta su último instante vulnerable.

«Esa vulnerabilidad de las cosas valiosas es hermosa porque la vulnerabilidad es una marca de existencia».

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