jueves, 28marzo, 2024
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Rohingyas. Ningún lugar existe para ellos

Andrés Exposito
Andrés Exposito
Escritor. En el 2003 publica el entrevero literario “El dilema de la vida insinúa una alarma infinita”, donde excomulga la muerte a través de relatos cortos y poemas, todas las muertes, la muerte del instante, la del cuerpo y la de la mente. Dos años más tarde, en 2005, sale a la luz su primera novela, “El albur de los átomos”. En ella arrastra al lector a un mundo irracional de casualidades y coincidencias a través de sus personajes, donde la duda increpa y aturde sobre si en verdad somos dueños de los instantes de nuestra vida, o los acontecimientos poco a poco van mudando nuestro lugar hasta procurarnos otro. En 2011 publica su segunda novela, “Historia de una fotografía”, donde viaja al interior del ser humano, se sumerge y explora los espacios físicos y morales a lo largo de un relato dividido en tres bloques. El hombre es el enemigo del propio hombre, y la vida la única posibilidad, todo se articula en base a esta idea. A partir de estas fechas comienza a colaborar con artículos de opinión en diferentes periódicos y revistas, en algunos casos de manera esporádica y en otros de forma periódica. “Vieja melodía del mundo”, es su tercera novela, publicada en 2013, y traza a través de la hecatombe de sucesos que van originándose en los miembros de una familia a lo largo de mediados y finales del siglo XX, la ruindad del ser humano. La envidia y los celos son una discapacidad intelectual de nuestra especie, indica el autor en una entrevista concedida a Onda Radio Madrid. “La ciudad de Aletheia” es su nuevo proyecto literario, en el cual ha trabajado en los últimos cuatro años. Una novela que reflexiona sobre la actualidad social, sobre la condición humana y sobre el actual asentamiento de la especie humana: la ciudad. Todo ello narrado a través de la realidad que atropella a los personajes.
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análisis

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La diferencia sigue alimentando la barbarie y definiendo nuestras miserias como especie. Los rohigyas huyen de la limpieza étnica a manos del ejército birmano (Myanmar), que incendian sus aldeas y los asesinan sin pudor alguno, en base a la ridícula y mezquina excusa de no ser reconocidos como una de sus 135 etnias oficiales. La oficialidad siempre olvida lo humano, se atrinchera y cerca sus actos tomando como referencia documentos y decisiones que aluden, supuestamente a democracias y dioses que lo validan todo, incluso la muerte de otros seres humanos.

A los Rohigyas se les negó en 1982 la ciudanía en Myanmar (Birmania), aunque residen en uno de sus estados occidentales desde hace siglos, y en relación a ello, se le consideró inmigrantes ilegales, se les negaron y desahuciaron todos sus derechos fundamentales como la educación y el empleo, se les relegó y asfixió con el ostracismo, fueron marcados y difamados por una decisión oficial. Pero tras los sucesos de este verano, en el que el Ejército de Salvación Rohigya de Arakan lanzó una ofensiva contra cuarteles militares y policía birmana, con la intención de reclamar la dignidad que les fue arrebatada en un laudo gubernamental, los acontecimientos se han vuelto apocalípticos e inhumanos, de lesa humanidad. El ejército birmano ha arrasado aldeas, ha practicado violaciones, ha quemado a seres humanos vivos, ha asesinado a balazos y también con machetes, ha comenzado la exterminación de dicha etnia, y usa de manera nefasta y penosa el ataque del Ejército de Salvación Rohigya de Arakam para justificar dichos actos.

Se queman las aldeas y no se deja con vida a nadie, y en ello, matan dos pájaros de un tiro: no hay ningún lugar al que regresar, y no hay, por otro lado, quién pueda o quiera regresar. Así funcionan todas las barbaries. El miedo siempre fue el arma más efectiva para empujar la decisión.

Y en todo esto, en toda esta barbarie inusitada, ni Europa ni EEUU ha levantado la mano para señalar la crueldad y proponer posibles sanciones o posibles acciones militares, o planificar actuaciones para rescatar a los Rohingyas, quizás, porque en este caso, los intereses económicos están del lado del ejército birmano.

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