El régimen de Franco tenía conocimiento de los preparativos del Holocausto según una nota encontrada en el Archivo General de la Guerra Civil de Salamanca. En dicha entrada al Cuartel General del Generalísimo, en forma de nota informativa sobre las “actividades masónicas internacionales”, se informa acerca del empeoramiento de la situación de los judíos que vivían en Rumania, país que llegaría a ser uno de los más fieles aliados de Hitler en Europa y donde más miembros de esta comunidad serían llevados a los campos de concentración o simplemente “eliminados”. El asunto es de sobra conocido por los historiadores y este documento es un elemento más a añadir al negro expediente franquista.

En la misiva, que es copia de la 254 enviada el 26.12.1937 a Franco, también se insiste en la famosa “conspiración judeomasónica” que siempre denunció el régimen franquista y se denuncia que es “sabida es la correlación entre la masonería latina y los israelitas de origen no polonés”. Y como los organismos de ambas entidades (comunidades judías y masones) se han coordinado para establecer una suerte de consejo, supuestamente establecido en Ginebra, para conspirar contra España y, claro está, contra la Alemania hitleriana.

“Por sugestión del DIRECTORIO ISRAELITA , el consejo masónico ha inscrito en el orden del día como atentatoria a los derechos del hombre, la campaña que se ha iniciado recientemente en Rumania para lograr que los sujetos rumanos de raza israelita sean privados de los derechos de voto”, en una clara referencia a las primeras medidas antisemitas adoptadas por Alemania y sus aliados como antesala de la conocida tristemente después como la solución final, es decir, el exterminio masivo de  seis millones de judíos en Europa del Este y Occidental entre 1939 y 1945. Es decir, el régimen de Franco conoció previamente al Holocausto que los aliados de Hitler, sus principales apoyos en la escena internacional y con los únicos países con los que intercambiaba embajadores, ya estaban tomando medidas discriminatorias contra los judíos. En esa misma nota, lo cual revela el grado de conocimiento que tenía el régimen de lo que ocurría en Rumania, se detallan los nombres de los responsables de estas medidas contra los judíos. Está claro que la embajada franquista en Bucarest ya informaba al régimen acerca de lo que ocurría, pese a que los altos funcionarios del mismo siempre negaron que no sabían nada de nada.

EL SINIESTRO PAPEL DE SERRANO SUÑER

Este documento, además, desautoriza totalmente al que fuera ministro de Asuntos Exteriores de Franco -más conocido como “el cuñadísimo”- y pone en evidencia sus reiteradas intervenciones hasta su muerte en las que siempre negó que el régimen tuviera conocimiento del Holocausto previamente y de las medidas tomadas contra los judíos. Serrano Suñer, de ideas neonazis y uno de las mayores defensores del régimen genocida de Hitler, aseguró siempre que hasta 1943 o 1944 el gobierno de Franco no tuvo conocimiento de lo que estaba sucediendo en los campos de exterminio abiertos por los nazis en toda Europa.

Serrano Suñer pasará a la historia no por lo que hizo -bien poco, aparte de simpatizar con los oligarcas nazis de la peor calaña, como Heinrich Himmler-, sino más bien por lo que no hizo: no movió ni un dedo por la suerte de los 9.000 españoles que fueron enviados a los campos de concentración abiertos por los nazis y de los cuales tuvo conocimiento a través de las miles de denuncias efectuadas por sus familiares. De ese colectivo, del que nadie se hizo hacer cargo y que las autoridades nazis trataban con especial dureza por su condición de “apátridas”, Serrano Suñer no quiso saber nada y nunca intentó conseguir  una mejora en sus precarias condiciones de vida. En total, según fuentes de absoluto rigor, unos 4.500 de esos españoles fallecieron en los campos de la muerte, bien porque fueron ejecutados por los nazis o a causa de las malas condiciones de vida y salubridad que padecieron.

«Es una absoluta falsedad que el régimen de Franco tratara de salvar a los judíos de una muerte segura en los campos nazis. Ni tan siquiera puede ser considerado como un cómplice pasivo. Fue cómplice activo y necesario y, por tanto, coatuor de la deportación de los judíos. Cuando alguien tiene la capacidad de salvar a otro ser humano de una muerte segura y no lo hace se convierte en cómplice”, asegura el escritor Carlos Hernández de Miguel, autor del libro Los últimos españoles de Mauthausen (Ediciones B).

Hay abundante información, cartas y documentos que avalan la tesis de que el régimen conocía el exterminio que estaba en ciernes y de cómo los judíos se habían convertido en el centro de atención de la maquinaría criminal puesta en marcha por el nazismo. El régimen tenía embajadas en casi todos los países ocupados por los nazis y sus diplomáticos informaban regularmente al ministerio de Asuntos Exteriores, bien en la época de Serrano Suñer o después con Franciso Gómez Jordana, que sustituyó en 1943 al “cuñadísimo”, acerca de las penalidades, crímenes y atropellos que estaban sufriendo las comunidades judías de las naciones bajo el yugo nazi. En Rumania, donde ya el documento informa de las primeras medidas antisemitas, fueron exterminados más de 300.000 judíos por los nazis y sus aliados rumanos, amigos a su vez también del gobierno franquista.

Pese a todo, la imagen de España salvo algo la cara por el trabajo no oficial y casi clandestino de algunos diplomáticos que ayudaron a algunos judíos extendiendo visas para salir de la Europa ocupada por el nazismo. El caso más paradigmático es el de nuestro encargado de Negocios en Hungría durante la contienda mundial, Angel Sanz Briz, conocido como el “ángel de Budapest” y que pudo haber salvado a unos 5.200 judíos en unas condiciones extremadamente difíciles y ya con los rusos ad portas de entrar en la capital húngara.

«Diplomáticos como Ángel Sanz trabajaron para evitar la muerte de judíos. Pero no fue gracias a sus jefes sino a pesar de lo que mandaban sus jefes y Franco. La actitud del régimen fue la de la indiferencia. No tuvo ni un gesto de humanidad. Afortunadamente, un grupo de diplomáticos se salvo estas órdenes y actuó por su cuenta y riesgo a favor de los judíos», sentencia el autor de la obra ya citada Hernández de Miguel. En Hungría, a pesar del heroico papel de Sanz Briz, fueron asesinados en apenas unos meses -entre 1943 y 1945- más de 550.000 judíos de origen húngaro.

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