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Raigambre

David Márquez
David Márquez
Escritor de artículos y ficción. Colabora con diversas publicaciones periódicas y ha publicado: ¿Y? (microrrelato) y DAME FUEGO (el libro) (microrrelato, poesía y otros textos), ambos trabajos inconfundiblemente en línea con el pensamiento y estilo que manda en sus artículos, donde muestra su apego a la libertad total de ideas, a lo humano y analógico, siempre combativo frente a cualquier forma de idiotez. amazon.com/author/damefuego
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análisis

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España es un país de raigambres, y la famosa mascarilla y las medidas aparejadas han arraigado con similares parámetros de irracionalidad que las disposiciones y rutinas impuestas por el Santo Oficio, el cual ya nos costó lo nuestro abandonar nada menos que a principios del XIX: los últimos de Europa, como siempre con diferencia. Y ya podrán los profesionales de la salud, políticos y hasta expertos anónimos animar al desenmascaramiento, que una “gran mayoría” continuará tapándose imperiosamente el rostro, por precaución, quemando televisivamente a brujas no-vacunadas.

Parece ser que el alcohol, tan sano o perjudicial, según interese, abandona el organismo por la orina únicamente en su diez por ciento; lo demás se excreta vía aérea (de ahí los alcoholímetros). ¿Cómo afecta la inhalación de este gas (anhídrido, bióxido o lo que sea), mascarilla mediante, a nuestro body? ¿Será adictivo y por eso gusta tanto? ¿Colocará en cierta medida? Dudo que tan justificadas inquietudes puedan resultar aclaradas por experto alguno. En cambio sí que vemos aparecer las recomendaciones de psicólogos y expertos sobre “cómo desengancharse” de la mascarilla. La mecánica funciona siempre de la misma manera: primero creamos el problemón, luego acuden las necesidades, las olas (arraigado concepto) y, para finalizar, el desenlace y nuevos problemas y necesidades más repercusiones y portadas. Todo esto suma una no despreciable cantidad de dinero. El Santo Oficio, en su día, también le costaba lo suyo al Estado, pero aún así gozaba del aplauso del pueblo. La herramienta clave era y es el miedo.

Todo se gestiona como un negocio amparado en el miedo y en gran medida la ignorancia. Muy conscientes de ello son los políticos. Por muy tontos que lleguen a parecer apartados de su esfera, por mucho que simulen un cambio en los programas educativos, jamás dejarán de inocular, de uno u otro modo y al margen de su ideología, las dos consignas de fábrica: ignorancia y miedo. Y ni la ciencia (la de verdad) ni la psicología ofrecen al pueblo un tratamiento medianamente satisfactorio para calmar los síntomas de tan arraigadas debilidades. Sí lo hace, como en tiempos del Santo Oficio, la superstición, la magia. El Homo y la Femme sapiens tapan sus bocas en mitad de la avenida o el parque, en soledad y con cuarenta y cinco grados a la sombra, en pura maniobra mágica, tribal, con objeto de espantar a los demonios que, en este caso, parecen volar por millones, muy chiquititos, abarcando tooooodo el aire exterior, siempre, eso sí, que no ocupemos plaza en terraza pública: otra maniobra infalible que mantiene lejos a los demonios y nos exime de taparnos la boca. Y así, por pura magia, brujería estatal, metiendo un sobre en la urna a tal efecto, se solucionarán todos los problemas de nuestra querida Andalucía.

No lo olviden. Una vez situados frente a la mesa electoral que les corresponda, y antes de hacer absolutamente nada, pronuncien a voz en grito el sortilegio de rigor: “¡Viva la fiesta de la democracia!”.

Todo saldrá bien. Hablamos de magia avalada por la Ciencia apriorista, digital y sostenible, “obviamente” (arraigado adverbio este, por qué no decirlo). Somos un país de tradiciones.

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