Me gusta dejar pasar unos días para asimilar las noticias, sin la inmediatez siempre nerviosa y exaltada de la actualidad. En el caso del triunfo de Rafael Nadal en Roland Garros, su décima victoria en el célebre torneo francés, lo sucedido se saborea con casi igual placer en frío que en caliente.

Lo que más admiro en Nadal es su capacidad de lucha y voluntad de superación. Hace dos o tres años escribía sobre él, y creo que utilicé el mismo título para la entrada en el blog AL FILO DE LA MEDIANOCHE que estoy utilizando hoy. Ejemplar, le llamaba ejemplar entonces, y le sigo llamando ejemplar ahora.

Carezco, creo, de esa capacidad de sufrimiento casi extrema, de ese rebelarse contra las limitaciones del cuerpo y decidir que pueden vencerse con la determinación del alma. Carezco, pero desearía no carecer de tal capacidad.

Le veía, hace dos o tres años, a Nadal, roto, sudando, nervioso, forzándose y esforzándose. Le pedía incluso que no sufriera tanto, que se comportase como cualquier mortal y dejara que la vida, la naturaleza, siguiera su curso, y se conformara con lo que ya había conseguido. Pero al mismo tiempo me llenaba de orgullo que no lo hiciera, que no se conformara, que siguiera luchando.

Viéndole en Roland Garros hace apenas unos días, fuerte, poderoso, implacable y brutal, acrecentando su leyenda de “Rey del Barro”, de ser el mejor tenista en tierra batida que ha existido jamás, volví a pensar que para cualquiera Rafael Nadal es un ejemplo. Sí se puede luchar contra las limitaciones y debilidades del buzo de carne con el que a cada unos toca vivir; y que en su caso es ya excepcional. Pero cómo a los treinta años ha logrado superar sus teóricos puntos más débiles, el saque, el revés, me dejó boquiabierto.

Es hermoso, aunque también tiene su lado oscuro y difícil, convertirse en una suerte de propiedad de personas a quienes ni siquiera se conoce. Le sucede a cualquiera que alcanza la fama: desde escritores a deportistas, desde actores a políticos. El orgullo que sentían por Rafa Nadal, a través de Rafa Nadal, vicariamente, los españoles, pero también todos sus seguidores de cualquier raza o continente, nace de esa sensación de propiedad: es el mío; yo lo he elegido y cuando él vence yo venzo con él.

Rafa Nadal es un gran orgullo y un impagable ejemplo. Un hombre ejemplar; insisto, repito. El mundo es un lugar más hermoso gracias a la existencia de personas como él. Y así como en política y en administración económica los que debían ser nuestros héroes se han convertido con demasiada frecuencia en nuestros villanos, nuestros también, que siga luchando y creciendo Rafael Nadal compensa de algún mundo, quizá pequeño y puntual, el largo sufrimiento al que se nos ha sometido durante los últimos años.

Gracias, don Rafael, gracias Rey del Barro, por ser capaz de luchar y jugar de tan magnífica manera, gracias por existir, gracias por -simplemente- estar ahí.

Tigre tigre.

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