viernes, 26abril, 2024
19.8 C
Seville

Quincalla turística

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
- Publicidad -

análisis

- Publicidad -

Diez años han pasado ya desde aquel fatídico día en el que Etelvina casi pierde la vida. Diez años de despertarse por las noches llena de sudor, aterrada. Diez años de calvario judicial porque ella no iba en los trenes pero se la llevó la onda expansiva. Diez años de operaciones, rehabilitaciones, más operaciones, … Diez años que le han dejado un eterno dolor y una pierna inservible que le impide trabajar.

La vida es muy injusta. Las desgracias nunca vienen solas, dicen. La felicidad es un estado efímero, piensa Etelvina. ¿Cuándo ha sido ella feliz? ¡Hace tanto tiempo que le cuesta recordar!

Etelvina era feliz a sus veinticinco años. Tenía un buen trabajo. Recién acabada la carrera, había entrado en un despacho de arquitectos. Se movía como pez en el agua entre montones de arena, sacos de cemento y ferralla. Acababa de comprarse un espléndido apartamento en el centro de Madrid. Estaría los próximos treinta años pagando una letra que ahora le parecía enorme pero que con el tiempo se quedaría en nada. Los salarios subirán. Pensaba entonces y dentro de una década, la hipoteca solo será un gasto insignificante. ¡Qué equivocada estaba y como cambian las cosas! – Piensa ahora Etelvina – ¡Aquellos malditos asesinos que pusieron las bombas me jodieron la vida! -se corroe por dentro-. Aquella explosión cambio su vida. La crisis, el hospital, la rehabilitación larga, dolorosa e infructuosa la dejaron sin trabajo. No pudo pagar las letras. El banco acabó desahuciándola.

Etelvina volvió a ser fugazmente feliz el día que consiguió que el banco se quedara con su vivienda y que esto saldara la deuda contraída. No era fácil obtener la dación en pago, pero ella lo había conseguido.

También fue momentáneamente feliz aquel 14 de marzo en el que le adjudicaron uno de los pisos sociales que el Ayuntamiento de Madrid sorteó como alojamiento en alquiler para personas con ingresos bajos pero que pudieran pagar los 350 euros mensuales del recibo. No duró mucho. Un año después, la alcaldesa vendió el piso al fondo buitre en el que trabajaba su hijo. Unos meses más tarde, empezó de nuevo el calvario. Primero una visita de unos tipos vestidos de negro que le indicaron que el nuevo propietario iba a cambiar las condiciones del contrato. Etelvina se negó rotundamente a firmar nada. Luego la subida a 800 euros de la cuota de alquiler. Una cuota que los vecinos acordaron no pagar e ingresar los 350 euros que había firmado con el Ayuntamiento en una cuenta común. Más tarde los anónimos amenazadores. La muerte de su vecina María que trajo a esos indeseables al vecindario. Indeseables introducidos por los nuevos propietarios para hacer la vida imposible a los que ya vivían antes allí. Los cortes de luz durante la noche que acababan destrozando frigoríficos y quemando lavadoras. La suciedad en el portal. Poco a poco los vecinos cedieron a la presión y se fueron marchando. Solo han quedado diez. Ahora la situación ha mejorado. Ya no están aquellos vecinos mercenarios que se meaban en el ascensor y hacían sus necesidades en el pasillo. Atrás quedó la música a todo volumen a las tres de la mañana. Sin embargo, el ruido no ha cesado. El de las ruedas de las maletas que van y vienen a todas horas. El de los jóvenes ingleses borrachos que vuelven de fiesta al apartamento alquilado por días. El del bullicio de una fiesta en cualquiera de los pisos turísticos en los que han convertido todos los que quedaron vacíos.

¿Feliz? – Piensa Etelvina-. Feliz seré el día en que acaben mis días.

Son las siete de la mañana. En la calle, ya está la policía. Etelvina sabe que hoy van a echarla de su casa por impago. Aunque sigue ingresando los 350 euros, el juez ha decidido que debería pagar los 800 exigidos. No ha dicho nada a sus vecinos. Ni a al PAH de Hortaleza que vino hace unos días a darle apoyo. Porque ya no quiere luchar. Porque quiere ser feliz. Y volar. Abre la puerta del balcón. Sale a la terraza. Algunos vecinos, al ver a la policía han dado la alarma y se han concentrado en la puerta del portal para impedir el desalojo. Etelvina, solo quiere ser libre. Y volar.

Todo ha acabado en unos segundos. El SAMUR, no podrá evitarle la felicidad eterna.

 


 

Quincalla turística

 

Soy tremendamente pesado. Ya lo sé. Pero es que no puedo dejar de lado que es este sistema el que se está llevando nuestras vidas. Que nos postramos impasibles y dejamos pasar las cosas como si la vida fuera un escaparate y nosotros fuéramos el maniquí que ve pasar los infortunios de los demás impasible creyéndose a salvo tras la cristalera. Como ese maniquí que a los tres meses es sustituido por otro o por un cartel, deberíamos ser conscientes de que las barbas de nuestros vecinos son también las nuestras. Tarde o temprano.

Han pasado apenas diez años desde que la burbuja inmobiliaria cambió nuestras vidas para mal. Diez años en los que, una letra de mil euros que entonces se pagaba más o menos bien, hoy ni siquiera es el jornal de la mayor parte de los trabajadores. Diez años en los que los políticos sin escrúpulos le dieron a los bancos el presupuesto de nuestra sanidad, de nuestra educación y que se llevaron por delante los derechos sociales y laborales. Diez años en el que pasamos de hacer planes de futuro porque la faena nunca iba a faltar a no poder ni salir de casa porque el trabajo es precario, inestable e incontinuo y el salario no da ni para pagar el alquiler.

Y como parece que no aprendemos nada, que todo nos resbala y que nosotros somos indemnes a toda esta pesadilla, seguimos apostando por corruptos, fascistas y gentuza que sigue diciendo que la solución sigue estando en seguir apostando por las políticas que nos han llevado a la situación en la que estamos. Eso si, se rodean de banderas y de amor a España para que sigamos picando. Y creen y aman tanto a España que se llevan el dinero robado fuera, que apuestan por dejar la seguridad nacional en manos de extranjeros, que han vendido nuestros mejores activos a multinacionales, que maquillan sus bienes con sociedades of-shore para no pagar impuestos y venden las casas que hemos pagado con nuestros impuestos a fondo buitres extranjeros.

Y volvemos a la ruina de la burbuja inmobiliaria. Ahora con los pisos que, habiendo sido construidos con nuestros impuestos, unos sinvergüenzas malvendieron a fondos buitres. Fondos especuladores que empezaron comprando vivienda pública y ahora están convirtiendo los centros de las grandes ciudades en yermos dónde es imposible vivir. Compran inmuebles a bajo precio y los convierten en pisos turísticos que elevan los precios de los alquileres a importes imposibles de pagar con salarios que no llegan ni a los mil euros. Especulación pura y dura.

Como cualquier otra cosa en este sistema de hijoputismo especulativo que han venido a camuflar con el nombre de liberalismo, todo tiene un nombre más amable aunque de iguales consecuencias. Ellos lo llaman industria del turismo. Una verdadera tropelía porque este turismo es a la industria lo que la bisutería al oro.

¿Quién está detrás de esos fondos buitres? Los bancos. ¿Qué casualidad, no? Unos bancos que dejaron a las personas sin sus casas a base de desahucios. Unos desahucios que les dejaron deudas millonarias a los desahuciados y las viviendas en las que habitaban. Y ahora, vuelven a dejar a las personas que pagamos sus desmanes en la estacada, vendiendo las casas que no deberían ser suyas a una gentuza que viene, de la misma manera, a desahuciar a las personas de las casas de alquiler que, en muchos casos, lograron arrancar al propio banco, alimentando el incremento infinito de los arrendamientos. Todo para conseguir un negocio lucrativo en el turismo barato que deja los centros de las ciudades deshabitados, y a las personas en la indigencia social y laboral.

Durante años, mientras liquidaban todo el tejido industrial de este país, nos han instalado el mantra de que el trismo es nuestra industria. Pero este turismo actual no crea valor añadido. Solo riqueza a unos pocos y miseria a su alrededor. En Ibiza, por ejemplo, ya no se puede vivir. Es imposible pagar los alquileres. Las personas que tienen que trabajar allí para los turistas, tienen que soportar condiciones habitacionales del tercer mundo. En Madrid o Barcelona se está dando el mismo caso. Es imposible vivir en el centro de esas ciudades. ¿Realmente este tipo de turismo es una industria? Si así fuera, España, siendo el segundo país del mundo con más ingresos por turismo (60.300.000.000 millones de dólares) debería estar a la cabeza del mundo desarrollado. Sin embargo ocupa el puesto 14 entre los más ricos del mundo (eso en una estadística en la que igual meten a Amancio Ortega que al parado de la esquina) y el 28 en el índice de Desarrollo Humano. Quizá el lector lo entienda mejor comparando comunidades autónomas en España. Baleares es la segunda comunidad con mayores ingresos por turismo (con el 20% del total nacional). Sin embargo es la séptima en cuanto a riqueza. Euskadi y Navarra, comunidades “poco” turísticas ocupan el segundo y tercer lugar en cuanto a riqueza. Euskadi, el primero en desarrollo industrial. En Castilla y León, Burgos, Palencia y Valladolid están a la cabeza de riqueza por habitante debido a su peso industrial. Valladolid es la 5º de ocho en turismo y Palencia la penúltima. Ergo, turismo y riqueza tienen poco que ver.

Este turismo rastrero que vacía ciudades, enriquece a unos pocos y le cuesta dinero a la mayoría (basuras, asfaltado, policía, alcantarillado, … Son servicios que pagamos todos y de los que se sirven los dueños de esos pisos turísticos que no tributan aquí), no es más que otro de los furúnculos de este hijoputismo especulativo.

No podemos seguir así. Convirtiendo el centro de las ciudades en un inmenso centro comercial (que es idéntico en todos los sitios) que despoja de cultura, del trabajo estable y condiciones dignas y que nos repercute el gasto a los demás.

Como todo en este sistema, nadie está a salvo porque eventualmente ahora no sea el foco de atención. Allí donde hay un pobre que posea algo, está la posibilidad de que uno de estos buitres se lo arrebate para especular.

El liberalismo, solo es fascismo maquillado semánticamente.

Ni Alberto Carlos, ni el de los estudios regalados, ni mucho menos el mamandurrias del caballo, va a hacer nada por ti. Aunque te creas uno de ellos. Si pueden especular con lo tuyo, no dudarán en arrebatártelo.

Salud, feminismo, república y más escuelas (públicas y laicas).

- Publicidad -
- Publicidad -

Relacionadas

- Publicidad -
- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre

- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -

últimos artículos

- Publicidad -
- Publicidad -

lo + leído

- Publicidad -

lo + leído