Desde hace algo más de un mes, o quizá algo menos, porque en estos tiempos de confinamiento uno va perdiendo los conceptos del tiempo y el espacio, me levantó todos los días pensando que ya todo pasó y el coronavirus no fue algo más que un mal sueño, pero desgraciadamente al contactar con la realidad, vía los medios de comunicación, me topó con la cruda pandemia en toda su dimensión. Los casos no paran de aumentar en todo el planeta y el número de fallecidos, también. Pronto nos pondremos en casi dos millones de casos en todo el planeta y más de cien mil fallecidos, qué horror.

Todo el mundo sabe que medio planeta está confinado, desde Bogotá a Pekín, desde Madrid a Washington, pero nadie sabe a ciencia cierta hasta cuándo, esa es la pregunta del millón de dólares. Desde que comenzó esta crisis en China, allá en la lejana ciudad de Wushan, se vio que la única forma para contratar la propagación de esta enfermedad, que crece de una forma vertiginosa y exponencial, es confinar a la gente y evitar toda forma de contacto con el exterior, con la sociedad, en definitiva. Pero, claro, el precio a pagar es bien alto y tendrá consecuencias para todos en el corto plazo, en el día a día: la parálisis total de la economía para evitar el contagio.

El día después de esta enfermedad será muy distinto a antes de que comenzara esta pesadilla sin fin llamada coronavirus. Para empezar, la economía no se recuperará fácilmente de esta enfermedad, ya son millones las de empresas cerradas, paralizadas y sin recursos para hacer frente a esta auténtica recesión global y millones de empleos han sido destruidos, sobre todo en el sector servicios y en los sectores relacionados con el turismo. Miles de hoteles han cerrado sus puertas en estos días, las empresas de transporte aéreo demandan ayudas para continuar con sus operaciones, los aeropuertos están vacíos o sin actividad alguna la mayoría de ellos, los restaurantes, bares y pubs han cesado desde el comienzo de la enfermedad…y suma y sigue. El caos se hizo presente y la ruina, también, para miles de millones de personas, me atrevería a decir.

Pero también nosotros habremos cambiado, hemos conocido que somos vulnerables y que aparte de los riesgos conocidos, tenemos otros menos conocidos y que nos pueden atacar porque, irremediablemente, somos humanos y hasta antes de esta enfermedad parecíamos desconocer ese riesgo. Quizá todo esta historia del coronavirus nos haga más humanos y más humildes, más sencillos en la compresión de nuestra fragilidad como sociedad, como única especie inteligente, supuestamente, en el planeta.

Ya se ha dicho hasta la saciedad, que esta crisis cambiará todos los conceptos que teníamos hasta ahora y habrá un antes y un después de esta pandemia, una de las más rápidas en su propagación de la historia de la humanidad y que es crónica histórica junto con la peste negra, la gripe española, el SRAS y el ebola. En muy poco tiempo, menos de lo que esperábamos, todo hay que decirlo, nos hemos familiarizado con los síntomas de esta enfermedad y el COVID-19, una palabra apenas conocida hace menos de un mes, está en boca de todos.

Ni siquiera el  VIH -el Sida, que es como se conoce a esta enfermedad- había conseguido paralizar la actividad planetaria, pese a la monstruosa cifra de más de 80 millones de contagiados y más de 33 millones de fallecidos, y confinar a más de la mitad del planeta en sus casas, desde Beijing a Bogotá y desde Washington a Buenos Aires. Se calcula que en este momento estamos confinados, o en cuarentena, que viene a ser lo mismo, más de la noventa por ciento del planeta, si tenemos en cuenta que dos de los países más poblados del mundo -China e India- están en la larga lista a la que también se sumaron Argentina, Brasil, Colombia, casi todos los Estados Unidos, Francia, Alemania, Reino Unido, España y muchos más.

Segura recesión económica global

Aparte del impacto psicológico en millones de encerrados en todas las latitudes, el día después tendremos que enfrentar una casi segura recesión global y que, como todas las graves crisis, siempre afecta más a los más desfavorecidos y a los países más pobres. Algunos incluso apunta que esta crisis será más grave que la del 2008. El diario español La Vanguardia, al citar una fuente del Fondo Monetario Internacional (FMI), aseguraba recientemente:»Ese año, en el 2008, el PIB mundial se contrajo un 1,7%, en lo que entonces fue la peor recesión en 80 años. El coronavirus ha logrado detener la actividad del planeta de tal forma que lo que hace unos meses apuntaba a un crecimiento superior al 3% ahora se ha convertido en un retroceso que se aproximará al 2% negativo».

El periódico económico colombiano Portafolio, en una línea aún más pesimista, resumía el estado del mundo tras la llegada del coronavirus y alertaba acerca de lo que estaba por venir: «En pocas semanas, el coronavirus y el confinamiento de millones de personas que causó casi han aniquilado la economía mundial, hasta el punto de que algunos economistas prevén la recesión más violenta de la historia moderna, quizás peor que la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX. Esta irá además acompañada de una disparada del desempleo. Su alcance dependerá de las medidas que tomen gobiernos, bancos centrales e instituciones internacionales, y de la duración de la crisis sanitaria».

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) ya han alertado que la crisis tendrá un fuerte impacto en el continente y que estamos ad portas de una grave recesión económica, que tendrá un fuerte impacto social, elevando la pobreza de 65 millones a 90, y generando un alto desempleo en todas las economías de la región. La secretaria Ejecutiva de la entidad, Alicia Bárcenas, indicó que el aumento en el desempleo llevaría a que, de los 620 millones de habitantes de la región, el número de pobres subiría de 185 a 220 millones de personas, mientras la población en pobreza extrema podrían pasar de 67,4 a 90 millones, según recogía una información publicada en el diario El Tiempo de Bogotá. Es decir, que el día después del coronavirus, tras haber contemplado atónitos como llegaba hasta nuestras casas el silencioso tsunami del COVID-19, tendremos que lidiar con las consecuencias del mismo y ponernos manos  a obra, sin dilación, a la titánica tarea de la reconstrucción económica. Otra vez, como en el 2008, vuelta a empezar. ¡Atentos!

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