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Pusilánimes egoístas

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Hace rato que el sol se cuela por los ojetes de las pesadas cortinas de terciopelo con encaje. Suena el despertador y a Eduvigis le ha pillado aún debajo de la sombrilla de la playa de Caños de Meca, con un cigarro en la mano y el último libro de Megan Maxwell, mirando de reojo al macizo del socorrista.

Se levanta con desgana y enfadada. El puñetero despertador le ha fastidiado un sueño placentero. Su marido, sigue roncando en el otro extremo de una cama de dos por dos metros. Son las siete de la mañana. Aún es pronto para acudir al despacho. Ninguno de los socios llega antes de las 11:30 y los abogados asalariados como Paco, el cincuentón de pelo blanco que ronca como un oso, mientras Eduvigis se acaba de desperezar, ninguno antes de las 10:00.

Ella, sin embargo, una mujer liberada (al menos eso se cree) se levanta hora y media antes que el marido. Porque es ella quién todos los días abre la puerta a la asistenta, levanta a los niños, les hace tragar el desayuno, les acaba de rematar el uniforme, les mete en el todoterreno y los lleva al colegio. Uno de pago por supuesto. Ambos cónyuges fueron a la escuela pública. Ella en Orcasitas. Entre barro y jeringuillas. Luego al Instituto de Usera y más tarde a la Complutense. El a la Escuela Unificada de Sorroval, un pequeño pueblo de la meseta del que ya no quedan casi ni adobes. Más tarde al único Instituto de enseñanza media de la capital, para finalizar sus estudios en la Complutense donde conoció a Eduvigis. Sin embargo ahora no quieren ni oír hablar de la escuela pública para sus hijos.

Eduvigis trabaja de administrativo en el despacho de un notario. Ejerció casi un par de lustros como abogada, pero la maternidad le apartó de su trabajo durante diez años y después, cuando quiso volver a ejercer, el mercado laboral estaba totalmente cambiado. Tuvo que conformarse con ese puesto en la notaría y gracias a la intervención del jefe de su marido.

En la universidad, ambos cónyuges militaban en las JCR de el LRC, aunque ya hayan olvidado las carreras, los golpes, el “OTAN, no, Bases Fuera”, las marchas a Torrejón, las barricadas cruzando coches aparcados en la Gran Vía en la manifestación multitudinaria de 1987 contra la reforma educativa del PSOE o las luchas del 86 contra la reconversión industrial. Entonces defendían la normalización de las comunidades gitanas que se integraban por la fuerza en las comunidades de payos. También defendían la vivienda pública y hasta se compraron su primera casa en la VPO de Comisiones en Valdebernardo. Entonces, recién acabada la carrera, eran abogados laboralistas y tenían sueños de ejercer su profesión en favor de los pobres trabajadores contra los explotadores patronos.

Pero se cruzó por medio una oferta que un ex alto cargo del PSOE pasado directamente al negocio de una multinacional, al que conocía por su trabajo en el sindicato, con un salario doce veces más grande de lo que percibía como laboralista. Se cruzó también otra que le hicieron a Eduvigis en una filial de la misma multinacional como responsable de los servicios jurídicos. Luego el cambio de estatus económico que les llevó a vender el piso de protección oficial para irse a vivir a un chalet en la Alameda de Osuna, los niños, las nuevas amistades laborales y vecinales, el trabajo que todo lo copa y que no deja tiempo ni para la familia, la querida los jueves por la tarde y el polvo siempre furtivo con el profesor de tenis de la niña, en casa, mientras los niños están fuera, en un hotel si es imposible encontrar otro sitio, en el vestuario del club de tenis, o dónde se tercie, no dejan mucho tiempo para pensar en luchas por los derechos.

Ambos siguen creyéndose de izquierdas porque donan sangre en el autobús de la Cruz Roja, porque tienen a una niña india apadrinada o porque contribuyen una vez al año en el Centro Comercial con el banco de alimentos. Sin embargo, se les oye rebatir a la tele que los del Open Arms deberían estar en la cárcel porque son los nuevos negreros del siglo XXI, se cruzan de acera cuando el pobre Langke, intenta con su paupérrimo castellano y su deje camerunés venderles unas gafas de sol, y maldicen a los huelguistas que les han arruinado uno de sus 15 estupendos días de vacaciones en Caños de Meca.

También montaron la de dios es Cristo porque en la explanada frente a su chalet, en un terreno que el ayuntamiento tiene perdido desde hace años, que Garrafa cambió a la iglesia por uno mejor situado para que construyeran un colegio privado sostenido con fondos públicos, Manuela Carmena quiso construirles un bloque con viviendas para necesitados sociales.

Una razón más para no poder ver ni en pintura al Coletas.

 


 

Pusilánimes egoístas

La humanidad ha cerrado el círculo. Salimos del mono a través de una evolución que empezó con una piedra usada como útil de caza y hemos vuelto a la jungla en la que hemos dejado de tener empatía por el resto de seres humanos y nos comportamos como verdaderas alimañas.

Veía el otro día una foto tomada durante el paso de La Dana que ha anegado medio Levante, en el que un repartidor de una de esas empresas de comida a domicilio emergía con su bicicleta y su bolsa amarilla en la espalda, del tremendo chaparrón que le estaba cayendo encima. ¿Como alguien con un poquito de humanidad puede pedir comida a domicilio sabiendo que fuera están cayendo 300 litros por metro cuadrado y sabiendo que quién se la trae llegará en bici o en moto?

El jueves pasado, mientras iba del trabajo a casa a la hora de la comida, presencié como la Policía Municipal de Madrid detenía a un tipo montado en un patinete por la M-11 (una autovía de tres carriles). No era un muchacho imprudente. Era un tipo vestido con traje y corbata. ¿Qué tiene que pasar por la cabeza de un ser humano para meterse por una carretera en la que la gente va a 120 km por hora con un aparato sin estabilidad, sin casco y sin señalización?

Estoy bastante harto de ver como la gente aparca en plaza de minusválidos, corta el paso a los demás en un cruce después de haberse saltado un semáforo en rojo y una enorme señal de no bloquear o de ver como el listo de turno ocupa dos plazas de aparcamiento en batería porque en lugar de pensar un poquito en los demás y hacer un par de maniobras deja el coche de cualquier manera.

Todos estos comportamientos tienen en común el egoísmo de esta sociedad en la que las personas creen que solo tienen derechos y ninguna obligación. Elevar la comodidad, el deseo o la costumbre a la categoría de derecho está también de moda en esta sociedad asalvajada. De esto dan buena cuenta los periolistos y gacetilleros así como los medios en los que trabajan cuando en lugar de preocuparse de los motivos de un conflicto colectivo (nadie hace huelga por capricho, entre otras cosas porque un día de huelga te cuesta más dinero del que te pagan) se empeñan en contar las incomodidades producidas al personal como si fueran graves perjuicios. Por no hablar de los gobiernos de turno que son capaces de poner servicios mínimos en una huelga de Renfe o del personal de seguridad privada en un aeropuerto del 100%, como si fueran servicios esenciales que de no prestarse pueden llevar a la muerte de alguien. Este verano durante las vacaciones me decía un argentino estar alucinado al escuchar que el Gobierno de España había impuesto unos servicios mínimos del 100% (creo que era en los aeropuertos). Y me comentaba, ¿qué sentido tiene entonces la huelga?

La comodidad de unos pocos, la falta de empatía hacia los demás, la incapacidad para ponerse en el lugar del otro nos ha traído hasta una sociedad injusta y chabacana llena de mequetrefes, que por ejemplo, como decía el otro día un profesor de instituto, van a quejarse a la dirección, no porque sus hijos compartan aula con otros cuarenta compañeros. No porque no tengan instalaciones adecuadas o estudien en un barracón. No. Solo van a dirección a montar el pollo porque sus hijos no están en la misma clase que sus amigos, novios, novias o colegas. Todo ello, claro a instancia de las quejas de sus retoños a los que no dejan que nada se les tuerza. No me extraña que cuando la vida les da tres golpes seguidos, acaben destrozados moralmente.

Con toda esa mentalidad y coyuntura, a nadie le importa que los políticos se dediquen a robar, a mentir, a utilizar los fondos reservados para atacar al oponente, a proteger torturadores y corruptos, a utilizar las instituciones del estado en beneficio de unos pocos que son los que al final les van a asegurar su futuro con puestos en las puertas giratorias que les llevan a los Consejos de Administración de empresas que manejan el precio de la electricidad a su antojo, que cobran comisiones hasta por pasar por delante de una sucursal o que suben el precio de los alquileres de los que siendo viviendas sociales dejaron en manos de buitres sin escrúpulos que elevan el precio del alquiler a unos niveles imposibles de pagar o que arruinan al personal poniendo una casa de apuestas cada veinte metros a las puertas de los pobres que sueñan con salir de su pobreza no a base de trabajar sino a golpe de suerte.

El mundo se nos está yendo a la mierda. Ya no se respetan los tratados internacionales. Los fuertes juegan con sus reglas específicas mientras imponen la legalidad al resto. Las instituciones internacionales no solo no sirven para nada sino que además blanquean el fascismo, o el machismo o el genocidio. Pero todo el mundo sigue mirándose su ombligo y solo se preocupa por el “¿Qué hay de lo mío?

Los medios de manipulación, de desinformación y promoción del discurso único lo son porque nos hemos convertido en unos pusilánimes, unos egoístas incapaces de tener sentimientos humanos y unos codiciosos presumidos que creemos que el éxito consiste en tener cuantos más bienes materiales, mejor.

Hasta ahora no hemos tenido problemas para apagar nuestra sed y la mayoría tampoco para saciar el apetito (aunque muchos enfermen como consecuencia). No está lejos el día en que conseguir agua potable no será posible ni con dinero.

Sigamos comportándonos como alimañas egoístas.

Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.

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