viernes, 26abril, 2024
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Puedo contarlo

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análisis

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 Para los enfermeros y auxiliares Marta, Juankar, Rosa, Jimena,
para la chica colombiana de ojos rasgados y todos los demás.
Para el Dr. Gómez y la Doctora Heili y todo el servicio de neumología
Para los celadores y los otorrinos; Ma. Ángeles, la fisio.
Los camilleros y los que limpian.
Para los psicólogos y psiquiatras.
En definitiva, para la Fundación Jiménez Díaz
que me salvó la vida y hoy puedo contarlo.

Cuando llegué al Hospital no tenía miedo, sino alivio. Llevaba esperando varios días con fiebre alta y tos, a que vinieran a por mí. Sólo quería curarme. Y ponerme en manos de los médicos.

Llegaron a mi casa un martes, creo, varios hombres (enfermeros, camilleros, no sé bien), enfundados en trajes de plástico con gafas y máscaras. Parecían astronautas y daban algo de yuyu. Me tomaron el oxígeno con una pinza en un dedo, y vieron que lo tenía muy bajo. Me lo enchufaron con un tubito y me dijeron: Nos vamos. ¡Qué casa tan bonita tienes! Cogí alguna cosa que metí en una bolsa roja y bajé con ellos la escalera seguida con un hombre que llevaba una bombona de oxígeno.

Me subí a la camilla, parecía una peli. Pero no lo era. Y con la sirena encendida llegamos al Hospital. Entramos por urgencias y allí me metieron en un box. No vas a dormir esta noche. A partir de ahí sé que me hicieron una placa, analítica y me bajó algo la fiebre.

Al día siguiente, creo que era el 13 de marzo, recuerdo estar en la UCI. Te vamos a dormir, es lo mejor para ti. Cuando te despiertes, ya habrá pasado todo. Te curaremos mientras estás en lo mejor de tus sueños. Tuve que firmar un papel, autorizando que me sometieran a un coma inducido. Lo que no me apetecía nada. Y mandé un Whatsaap a mi familia y amigos, el mismo a todos.

A partir de ese momento no me acuerdo de nada. Y al cabo de un mes, desperté… o salí de la UCI. Creo que fue así.

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Los primeros síntomas que tuve fueron tos y fiebre alta. Algo parecido a una gripe. Nada muy serio aparentemente. Hacía vida normal y alguien me debió de contagiar. A mí, a mi hija, a otros dos hermanos, a una chica que cuidaba a mi madre. Y a ella… Pero ese es un capítulo aparte.

Estábamos toda la familia enferma. Nos hicieron a todos el test del bichito malo, y todos estaban infectados menos yo que no se sabía por qué, no me daban los resultados. A los demás sí.

El 5 de marzo murió mi madre. No voy a hablar de eso ahora. Al cabo de unos cuantos días estaba en casa con fiebre pero no acababan de venir a por mi. Mi socio me traía comida y también Dominique. Finalmente, el día 12 vinieron los astronautas y me llevaron con ellos a viajar en cohete a propulsión iluminado, entre planetas y estrellas. Veíamos la tierra desde arriba. Fue emocionante.
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De la UCI no me acuerdo de nada, el primer recuerdo es en la camilla trasladándome a la UCIR. (UCI=Unidad de Cuidados Intensivos, UCIR=Unidad de Cuidados Intermedios Respiratorios). Pensando, ¿a dónde me llevarán ahora? Estaba en sus manos. Pero seguía sin sentir miedo y desconocía que había estado un mes en el limbo.

De esos momentos tengo recuerdos aislados. Tenía distintas sensaciones y alucinaba un poco. No en plan LSD. No. Otra cosa. Por ejemplo confundí a una enfermera con mi hija Yuyi y la cogía de la mano y la llamaba por su nombre. Ella me llamada Cris y era muy cariñosa. ¿Por qué mi hija no me llama mamá? Pensaba. Hasta que me lo dijo mi familia.

Tenía puesta la sonda supongo que por la nariz por donde comía, otros dos tubos por detrás, no hace falta explicar su función, la traqueotomía hecha y me quería ir de compras con la doctora Heili según me confesó más tarde. Se te fue la pinza, hija. Pero a todos se nos iba la olla tarde o temprano.

Después de la UCIR me llevaron a otro cuarto en el que estaba sola. Allí me quitaron las sondas después de meterme unos tubitos como de 40 cm. por la nariz. Venían envueltos en papel, como si fueran caramelos. Zis zas. Y así. Empecé a comer yogurcitos y cosas parecidas que me sabían a gloria. Me llamaban mis hijas y mis amigos pero todavía no era consciente del todo de lo que estaba pasando. El ambiente de enfermeras y distintos oficios del Hospital era distendido, deseando que me llevaran a planta, porque una vez allí era el preludio de irme a casa. Empecé a levantarme al sillón (y del sillón a la cama) gracias a unos estupendos celadores que llevaban en volandas mi cuerpo delgado, mientras bromeábamos.

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Durante los días que pasé en dos diferentes habitaciones de “la planta” por fin fui consciente de lo que me había pasado. Ya me habían quitado la sonda del pis y me pusieron un precioso pañal para celebrarlo. Comencé también caminar tres pasos con ayuda, claro. Venían a verme médicos y enfermeras. Todos me querían pinchar, quitar algún punto de la traqueo o alguna perrería similar.

Todos menos la enfermera Marta que me regaló unas pinzas de depilar que estaba necesitando a gritos. No había manera de encontrarlas. Como había también perdido mi espejo me depilaba a sentimiento… Marta, ¿puedo hablar con tu madre? Me gustaría hacerlo para decirle la maravillosa hija que tiene. Así lo hice y le conté lo del regalo. Y lo que haga falta, oiga. Así me contestó.

Tuve diferentes compañeras de habitación. Todas muy agradables menos una que estaba loca y me tuvieron, a las horas de su llegada, que cambiar de cuarto. Al principio me encontraba rara, en un lugar diferente pero me fui acostumbrando. Estaba muy cerca de la ventana y las vistas que tenía eran de lo mejorcito del Hospital.

Empecé a repasar mi vida y a pensar sobre lo que había vivido sin recordar nada durante el mes dormida en la UVI. Una noche tuve un momento de angustia y me subió la tensión. Me dieron una pastilla y pude dormir.

“Poco a poco” fui mejorando. Eso es lo que te dicen todos. “Es normal” y “poco a poco”, son las palabras del millón. Me quitaron el oxígeno y empecé a comer sólido y a beber agua. Antes la bebía con espesante, es decir no me la tomaba.

Pronto entró otra compañera, con ella me llevaba muy bien. Teníamos gustos similares. Nos ayudamos mutuamente en nuestras respectivas recuperaciones, contándonos nuestras vidas y hablando de muchas cosas. Empezamos a caminar a la vez, aunque ella llevaba un poco menos de tiempo que yo. Una mujer muy fuerte. Es muy bueno, en estas circunstancias, volver a la realidad e intentar quedarse. Porque aunque pretendo desdramatizar, la verdad es que ha sido una experiencia muy dura. Y así lo relatan personas que han pasado por ella, muchos de ellos médicos, por cierto.

(https://www.vozpopuli.com/…/Covid-19-relato-medico-propia-e…https://www.clara.es/…/testimonio-coronavirus-manel-saiz-ba…https://www.voanoticias.com/…/pacientes-con-coronavirus-com…https://elpais.com/…/la-experiencia-personal-anecdotario-de…https://elpais.com/…/la-uci-mas-larga-57-dias-esquivando-la… )

Al cabo de unas dos semanas, todavía insegura pues llevaba poco caminando sola sin el andador, me dieron por fin el alta, después de hacerme dos últimas pruebas del infernal bicho saliendo negativas.

La despedida de las enfermeras y celadores fue emotiva. Tantos días juntos… Finalmente llegué a mi casa en un taxi con mi hermano pequeño que me vino a buscar y allí estaba mi hija esperando. Lleva casi tres semanas conmigo y no sé que hubiera hecho sin ella. Me pone la heparina por la mañana, cocina, va a la compra. Me acompaña. Hablamos. Me hace sentir acompañada.

Aquí estoy con mis secuelas. Adelgacé seis kilos. Tengo negra la punta del dedo índice de la mano derecha, por algún tema de circulación. Y esa mano se me duerme, lo mismo que los dedos de los pies. Estoy tomando antibióticos que me recetó la cirujana vascular. Por si acaso. Me curo los dedos con agua y Betadine.

Me siguen llamando amigos y familia. Ayer recibí a la primera persona que ha venido a casa, a excepción de mi hija.

Esta es mi experiencia. Ya voy a la calle sola, trabajo. Leo. Escribo. Me echo la siesta. Miro a la calle. Empiezo a pensar en mi futuro. Soy consciente de que estoy aquí, de que no me fui. De que decidí vivir aunque no me acuerde. Pero sé que fue mi decisión.

Se avecinan cambios.

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