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“Por tentaciones como tu, hay pecados como yo”

María I. Clemente Martori
María I. Clemente Martorihttp://www.mariamartori.com
Licenciada en Psicología Clínica (Blanquerna. Ramón Llull - UOC). *Postgrado en Neurorehabilitación (U.B - Institut Guttmann) *Master en Sexología ( Universidad Camilo José Cela) *Otros estudios : Ingeniera Informática (Universidad Autónoma de Barcelona). Actualmente combino mi faceta profesional de atención psicoterapéutica y sexológica en consulta, con la de Gerente de la Asociación Tandem Team Barcelona (dedicada a la atención de las personas con Discapacidad), y cuya misión es la defensa de la diferencia y la diversidad en cualquiera de los dominios de la expresión humana. De orientación ecléctica me especialicé en la atención a la discapacidad, transitando hacia la mirada individual y social de la sexualidad de este colectivo, situándome finalmente y hasta el día de hoy, en un espacio que reviste grandes vacíos, como es el reconocimiento y el derecho de la sexo-afectividad de las personas con diversidad funcional Aficiones: natación y la practica de técnicas de meditación que me ayuden a expandir la conciencia del SER.
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análisis

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El “DESEO”. Ese gran misterio. Ese gran desconocido.

El deseo aparece y desaparece a su antojo. Es arbitrario. Poco previsible. Fantástico cuando sucede. Frustrante cuando se desvanece.

Vivimos en un sistema, un tanto peculiar, donde se da por supuesto que el deseo siempre tiene que ir de la mano de un cuerpo perfecto, de unos estereotipos determinados, incluso de unas prácticas eróticas concretas. En este guión, la mujer suele ser el objeto deseable, y el hombre el sujeto deseante. El rol pasivo de la mujer esta a merced de la iniciativa del hombre. Y las interacciones meramente genitales, encabezan el “Ránking” de sus preferencias.

Sin embargo, no siempre las normas son válidas para todos. Entre otras cosas por que en la erótica hay de todo menos “normalidad”.

Si fuéramos capaces de compartir con transparencia y honestidad, cuales son nuestros imaginarios sexuales y nuestras fantasías, nos daríamos cuenta de que el deseo es único, irrepetible y absolutamente intransferible.

Por mas que nos inculcaran a desear de un modo determinado nuestra tozuda tendencia erótica, se abriría paso rebelde entre tanta imposición y se auto-determinaría reivindicándose, a través de nuestra mente, de nuestros sentidos y de nuestra mágica forma de ver, de oler y de acariciar al otro. La atracción es uno de esos misterios que por mas que se estudie, nunca jamás se acabará de comprender.

Yo le suelo llamar “polvo de hadas”, de un modo divertido y gráfico para describir un estado casi de trance, donde parece que nuestra voluntad se evapora y todo lo que acontece a partir de ese instante viene dictado por una mano ajena.

Es una forma un tanto “Naif” de describir esa sensación que nos acelera el corazón, que nos retuerce el estómago, que nos sitúa ante un estado de tensión y de abandono a la vez y que nos mueve, cual tsunami, hacia derivas, muchas veces, poco recomendables.

¿Sin embargo quien es capaz de oponerse o de ir a contracorriente del deseo que ha llegado incluso a gobernar las vidas y las muertes de los personajes mas célebres de la historia de la humanidad?.

Sin duda podemos hacer caso omiso a nuestra naturaleza. Podemos hacer oídos sordos al retumbante sonido que nos conduce una y otra vez hacia ese objeto deseado o hacia ese ser amado, sin embargo negar esa realidad, nos suele enfermar, no solo mentalmente sino también físicamente. No hay nada mas insano y auto-destructor, que negar y reprimir una de nuestras facetas mas puras y CIERTAS que esconde nuestra peculiar forma de ser PERSONAS.

Como dijo Mario Benedetti “Desear lo que no se puede tener, es como escribir sin que nadie te lea”. Dicho de otra manera, es lo mas parecido al vacío.

Y cuando hablo de deseo, no pretendo caer en reducciones simplistas del mismo. No se trata de una mera excitación genital o de una atracción fatal. ¡Para nada!

El deseo debe ser entendido como un TODO. Como un Cóctel Mólotov, que combina procesos cognitivos, emocionales y corporales. Donde se entrelazan imágenes, creencias, proyecciones románticas, patrones de aprendizaje, tendencias innatas, olores, sentidos, piel de gallina, latidos, besos que nos estremecen, ganas de compañía, intimidad, miradas, sensaciones… Es sentir la electricidad con un mero roce de piel. Es perder el norte mientras clavas tu mirada en el otro. Es notar como se abren tus fosas nasales y se dibuja una tímida sonrisa, ante la simple presencia de aquel que te perturba. Es aquel estado de atracción que nos empuja hacia una de las fuerzas mas poderosas que poseemos: la de la creación de la VIDA.

No es de extrañar que algunas enseñanzas espirituales, conciban el deseo y la materialización del mismo, como un camino y una herramienta hacia la “iluminación”. Entendiendo el encuentro con el otro, como la mirada de dos divinidades, que ofrecen su templo sagrado para elevarse hacia algo que nos trasciende y nos conecta.

Francamente, y quizás por tendencia personal, congenio mas con esta forma de entender la sexualidad, donde el cuerpo del otro, no es un mero objeto a nuestro antojo, para ser “usado y tirado”, sino que se percibe como una entidad significante, digna de respeto y de la mas tierna delicadeza.

El deseo, nos construye, nos constituye y nos guía hacia un estado de plenitud y de certeza que pocas otras verdades son capaces de ofrecernos.

El deseo en estado puro es auténtico, es libre y no esta manipulado por la voluntad del pensamiento. Al contrario. Cuanta mas mente le ponemos al deseo, mas lo convertimos en otras realidades: en conveniencia, en amistad disfrazada de matrimonio, en interés forzado o en necesidad de compañia ante el abismo de la soledad.

El deseo es tan complejo, como complejo es el ser humano. Incluso a mas complejidad, mas riqueza y mas matices encontramos en esta indescifrable dimensión.

Sin embargo, hay una mala noticia. O buena. Depende del lado en el que se quiera mirar.
El deseo, caprichoso y anárquico, no entiende de tendencias, de hegemonías, de patriarcados ni de modas. El deseo, es el que es. Y a pesar de nosotros mismos, se mueve libremente y sin nuestro consentimiento.

No sirve de nada juzgarlo, tacharlo de “anormal”, de “desviado”. El deseo es tan natural como natural es nuestra esencia. Y del mismo modo que hay quien se excita con la sola idea de una masturbación, de un coito o de un trio bisexual, debemos también entender, que es igual de lícito y de natural, el deseo erótico que nace en la potencia de una una mirada, en la escalofriante sensación de masajear un pie, o en el deleite de escuchar una voz que se nos cuela por el oído y hace vibrar cada uno de los poros de nuestra piel.

El deseo es tan peculiar como diverso, y es como el niño pequeño que llevamos dentro. No entiende de normas ni de castigos. Es honesto con su naturaleza y transparente en sus argumentos.
“Me sientes?… ergo existo”, y no hay otra verdad que esa.
Entonces me pregunto: ¿No sería mas sensato aceptarlo y aprender a relacionarnos con él de un modo mas sano y mas maduro.?

Probablemente si, pero nos da pánico salir del armario y empoderarnos de nuestra peculiar y “anormal” forma de desear….
Pongamos “consciencia”. Abrámonos al deseo. Démosle luz y aprendamos tanto como podamos de su naturaleza. Solo así seremos capaces de poner esa energía a nuestra merced, y no convertirnos en esclavos de nuestra culpabilidad.

Como dice el dicho: “Por tentaciones como tu, hay pecados como yo”. Solo con la aceptación del pecado, podremos decidir que hacer con él.

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