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Por la boca muere el pez

Jordi Sedó
Jordi Sedó
Filólogo y maestro. Su formación es fundamentalmente lingüística. Domina siete idiomas y, profesionalmente, se ha dedicado a la enseñanza, a la sociolingüística y a la lingüística. Se inició en la docencia en un centro suizo y, posteriormente, ejerció en diferentes localidades de Cataluña. Hoy, ya jubilado de las aulas, se dedica a escribir, mayormente libros y artículos periodísticos, da conferencias y es el juez de paz de la localidad donde reside. Su obra escrita abarca los campos de la lingüística, la sociolingüística, la educación y el comentario político. También ha escrito varios libros de narrativa.
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análisis

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¿Qué me diría usted, amable lector, de un diputado independentista catalán que se hubiera rasgado las vestiduras en sede parlamentaria y hubiera descalificado a la señora Cayetana Álvarez de Toledo como diputada a Cortes por Cataluña porque la citada señora se hace llamar por su nombre en castellano y no en catalán y además no ha nacido en Cataluña ni sabe nada sobre esta tierra? Que quede claro que eso no ha ocurrido y, por lo tanto, no es más que un supuesto, a pesar de los repetidos intentos y del denodado empeño que puso Doña Cayetana para que sucediera y poder, así, victimizarse.

Estoy seguro de que, como mínimo, habría sido tildado de supremacista y probablemente de nazi y, por ello, se habría descalificado a todo el movimiento catalanista, se habrían hecho referencias a las desafortunadas afirmaciones del presidente Torra de cuando todavía no era presidente y, con seguridad, todos los partidos, excepto los soberanistas, habrían exigido la dimisión del hipotético diputado y quién sabe si también la del presidente por aquello del efecto dómino.

Y, por supuesto, la aludida habría repetido otra vez más que su condición de española le daba derecho a presentarse por cualquier provincia del reino. Y digo “repetido” porque esa afirmación ya la hizo de verdad unas cuantas veces. Y no sólo eso, sino que añadió incluso que el hecho de no saber hablar catalán daba más sentido a su candidatura.

Pues bien, hace unos días, la señora Susana Díaz descalificó desde su escaño del parlamento andaluz al recientemente nombrado secretario de Acción Exterior de la Junta de Andalucía, señor Enric Millo, que fue delegado del Gobierno en Cataluña con Mariano Rajoy. Su descalificación venía justificada, según la señora Díaz, por dos hechos: uno, que no conocía nada de Andalucía y dos, que siempre se había llamado Enric Millo (¡qué vergüenza, por Dios!) y que ahora, para disimular su catalanidad, se hacía llamar José Enrique Millo (como Dios manda. ¡Ya era hora, por favor!).

Y a nadie le ha parecido mal, excepto al PP, que se sintió cuestionado porque fueron ellos los que hicieron el nombramiento. No por nada más, no… ¿No es eso supremacismo andaluz? Pues, en mi opinión, seguramente no, pero no me negarán que un prejuicio importante contra el hecho de ser catalán, sí es. Eso es indudable. Pero no pasa nada. Contra los catalanes, todo vale.

El señor Millo no es, en absoluto, santo de mi devoción. Más bien pienso que ha sido un siniestro personaje al servicio del mejor postor, como prueba su pasado en UDC, a quien lo que menos le ha preocupado es el bienestar de los contribuyentes que le pagan el sueldo con sus impuestos. Un personaje que no dudó en afirmar bajo juramento o promesa –no lo recuerdo–, para más regocijo y cuchufleta de los que estuvimos ahí, que los concentrados en los colegios electorales de Cataluña el día 1 de octubre de 2017 estábamos adiestrados en artes marciales y que echábamos Fairy en el suelo para que los agentes resbalaran y poder patearles la cabeza una vez les teníamos en el suelo indefensos i protegidos únicamente por su casco, su chaleco antibalas y su revestimiento acolchado por todo el cuerpo. ¡Por favor…! ¡Que eso no figura en ninguno de los atestados…! Ya lo ven: porras y material antidisturbios contra urnas y detergente fantasma.

Sin embargo, debo reconocer que el comentario de la señora Susana Díaz sobre el señor Millo es, cuanto menos, intolerable porque legitima la exclusión de las personas por su origen en lugar de descalificarlas por la larga lista de detalles que, en el caso del susodicho, sí sería pertinente mencionar.

Pero que nadie se preocupe. Así como la señora Cayetana Álvarez de Toledo, se jactaba, con su acostumbrada altivez, de no hablar catalán, a pesar de presentarse como número uno en las listas por Barcelona, el señor Millo se apresuró a disculparse por ser catalán hasta el punto de casi negarlo afirmando que su nacimiento en Cataluña fue un hecho circunstancial como consecuencia de la actividad profesional de su padre, que era valenciano y ejercía en Terrassa. Poco menos que un lamentable accidente que le obliga a llevar consigo la vergonzante lacra de su deleznable origen.

El señor Millo, querido lector, nació en Cataluña, donde ha vivido toda su vida, habla un catalán perfecto y es un catalán como yo, por mucho que le pese. Y su trayectoria política puede gustar más o menos, pero su origen no debería constituir ningún impedimento para ejercer un cargo público en cualquier lugar de la Unión Europea como no lo es en Cataluña, que ha tenido un presidente de la Generalitat como José Montilla, nacido en Iznájar, Andalucía, por cierto, a quien nunca, a nadie, se le ocurrió llamar Josep, y hoy tiene un consejero en el Gobierno, Chakir El Homrani, que es de origen magrebí.

Pero ya se sabe que, en España, la catalanidad siempre es motivo de sospecha y de rechazo por mucho que el interesado insista en renegar de sus orígenes como ha hecho el señor Millo, que, por cierto, también habla perfectamente el castellano, lo que, por lo visto, según la tesis de la señora Álvarez de Toledo sería otro detalle negativo, puesto que ella considera que lo que da más sentido a una candidatura es no tener ni pajolera idea de la lengua propia de la comunidad donde alguien ejerce un cargo público, aunque sea una lengua que hablan la inmensa mayoría de los contribuyentes que le pagan el sueldo.

¿Qué es lo que tenemos que hacer los catalanes para ser considerados españoles de pleno derecho sin dejar de ser catalanes? ¿De cuántas cosas tenemos que renegar? ¿Hasta qué punto tenemos que humillarnos? ¿Pero cómo vamos a no querer marcharnos, hombre…?

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