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Política exterior de España, entre la irrelevancia y la falta de consenso

Los fracasos en política exterior de España han sido un hecho consumado en los últimos meses y desde hace años ningún español es elegido en cargos de relevancia internacional, ta como ocurría en los tiempos de los gobiernos de González y Aznar.

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análisis

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Los acontecimientos ocurridos en la frontera española con Marruecos, donde casi 10.000 inmigrantes casi empujados por las autoridades marroquíes ‘invadieron’ Ceuta, revelaron la debilidad de la acción exterior española, al no prever la reacción marroquí ante la visita de un líder del Frente Polisario a España por motivos sanitarios, y la falta de un plan de contingencia por parte de los servicios españoles de seguridad del Estado para ser capaces de vislumbrar estas amenazas antes de que ocurran.

Las consecuencias de este grave incidente fronterizo revelaron, con toda su fuerza y dramatismo, la debilidad de la política exterior y la patética soledad de España en la escena internacional, ya que los Estados Unidos siguen apoyando a Rabat en su pretensión de anexionarse el antiguo Sahara español a Marruecos -en contra de las resoluciones de las Naciones Unidas y del derecho internacional- y la Unión Europea (UE), siempre con una Francia promarroquí a la cabeza, mostró una actitud poco rotunda y contundente a la hora de defender a España.

Pero lo realmente grave fue lo que se vivió después en el Congreso de los Diputados, donde los partidos políticos del Gobierno mostraron una posición titubeante y poco decidida a la hora de defender los intereses de España tal como requería el envite que presentaba sobre la mesa el enemigo histórico de España, Marruecos, mientras que los partidos de la oposición, pero sobre todo Partido Popular y casi todo el espectro político presente en el legislativo, utilizaron la crisis como arma arrojadiza contra el ejecutivo presidido por Pedro Sánchez.

Los partidos de la oposición, al margen de que tuvieran sus razones para demandarle al ejecutivo una mejor y más decidida acción exterior para hacer frente a la crisis, no deberían de haber salido del debate en la Cámara sin al menos haberle exigido un gran acuerdo nacional sobre cuestiones tan relevantes como la inmigración ilegal, las relaciones con nuestros socios del sur, la defensa de la integridad territorial de nuestras plazas en África -siempre cuestionada por Rabat- y el futuro estatuto del Sahara de acuerdo a la legalidad internacional y a las resoluciones acordadas por Naciones Unidas.

Está claro que nuestro modelo de política exterior hace aguas desde hace años y los tozudos hechos así lo revelan, desgraciadamente. El problema tiene múltiples explicaciones, como la diplomacia paralela impulsada en los últimos años, dando un peso a determinadas autonomías más empleado en detrimento de España que en favor de la misma, y la falta de un consenso entre las grandes fuerzas políticas presentes en el parlamento sobre las cuestiones centrales que afectan a los intereses generales de nuestro país en política exterior. 

Las trampas de Argelia

Esta situación a la que se ha llegado, que ha llevado a España a la irrelevancia en el mundo, como ya señalaba anteriormente, era denunciada por la catedrática de Derecho Internacional Público Araceli Mangas en un reciente y brillante artículo: “Pues a pesar de disponer de dos diplomacias paralelas, los fracasos exteriores de España son múltiples. Con Trump (no nos avisó su apoyo a un Sáhara marroquí) y sin él (Biden ni habló ni miró al mendicante Sánchez que hizo el paseíllo pegado a él). Marruecos nos zarandea, Argelia nos tiende trampas. Desde hace años ningún político o alto funcionario español es elegido en sedes internacionales”.

Pero estos síntomas de que algo falla en nuestra política exterior tienen mucho que ver con las causas y las mismas están intrínsecamente ligadas a la falta de un consenso entre todas las fuerzas políticas sobre los intereses de España en el exterior.

Por ejemplo, España debería tener una agenda en política internacional que pasase por la defensa, sin renuncias de ningún tipo ni excepciones, de los derechos humanos, las libertades fundamentales y la democracia en todo el planeta, desde Bielorrusia a Venezuela, desde Moscú a La Habana. Basta ya del doble rasero con el régimen de Maduro y auspiciar diálogos imposibles con déspotas criminales, ese camino, como ha demostrado la historia, es un viaje hacia ninguna parte que, simplemente, nos desacredita ante los ojos de medio mundo.

El Mediterráneo, confluencia de problemas y conflictos

Otro aspecto central en esa política exterior debería tener como norma básica no perder de vista quienes son nuestros aliados y amigos, en definitiva nuestros socios, y no olvidar nunca que nuestras aspiraciones deberían pasar por una mayor fuerza, potencia política y sobre todo capacidad de impulsar iniciativas en instituciones a las que pertenecemos desde hace años, tales como la Unión Europea (UE) y la OTAN.

Abandonar a nuestros amigos, como nos pasó por apoyar a Turquía en sus litigios con Grecia y Chipre, nos llevó a perder un importante acuerdo entre Atenas y la empresa Navantia para construir cuatro fragatas F-110. Perdimos 5.000 millones de euros y centenares de empleos. La prensa griega -el diario Ta nea o el medio especializado Ptisidiastima– aseguraron, en su momento, a que el adiós a Navantia se debía a que el socialista Sánchez no apoyó suficientemente a Grecia frente a Turquía el pasado año, cuando se desplegaron buques de guerra en el mar Egeo. 

El Mediterráneo, pero sin dejar de lado a nuestros amigos en este área, que son nuestros socios en la UE -Chipre, Malta y Grecia-, debe ser otra prioridad fundamental consensuada entre todos los partidos presentes en el parlamento, pues no se debe de perder en el punto de mira que en esta zona del mundo confluyen los grandes problemas que acechan a Europa, tales como la inestabilidad política en casi todos los Estados de la región, la inmigración ilegal y la presencia de organizaciones terroristas con un poder letal para atacarnos. 

Luego están dos asuntos que deberían ser también centrales, como nuestra presencia en todos los ámbitos de la vida en América Latina, enarbolando la bandera de la democracia, el libre mercado y los derechos humanos, e Israel, que no es un asunto secundario ni baladí, dadas nuestra relación especial y cercanía cultural con el pueblo judío.

Las boutades sin sentido a este respecto, como ese antisionismo primario que todavía caracteriza a cierta izquierda prehistórica -Podemos, por poner un ejemplo-, y esa simpatía, sin pasar por el filtro de la justicia histórica, hacia la causa palestina de una forma sistemática y automática, nos han llevado a descrédito significativo ante el Estado hebreo, olvidando nuestra propia historia y renegando de nuestro pasado.

América Latina tiene que ser reivindicada como proyecto de futuro, proyectando una acción exterior creíble, responsable y ajena a los coqueteos con los populismos de todos los colores sin desdeñar el diálogo y la inclusión de todos los países. E Israel, como un nexo fundamental e imborrable con nuestro pasado e herencia compartida, debe ser parte ineludible de nuestra acción exterior, defendiendo al único país realmente democrático en Oriente Medio y apelando siempre al diálogo entre todas las partes, pero sin tomar partido por ninguna previamente antes del partido, tal como han hecho las últimas administraciones socialistas.

Perspectivas nada halagüeñas

Para ir concluyendo, el modelo político que debería buscar España para ser de nuevo relevante en el mundo debería ser algo parecido al alemán, donde democratacristianos y socialdemócratas tienen una visión común de la política exterior y ambos defienden los intereses generales del país al margen de cual de los dos esté en el gobierno, o al norteamericano, donde demócratas y republicanos guardan un consenso fundamental sobre los grandes asuntos de la Nación y también convergen en la defensa de determinadas líneas rojas en la escena internacional. Trump, obviamente, fue un punto y aparte e iba por libre; pero, por suerte para el mundo, ya es irrelevante y lo seguirá siendo de cara al futuro. 

Sin embargo, pese a estas buenas intenciones, nuestros partidos políticos van por libre y siguen enzarzados en estériles discusiones ajenas a toda propuesta razonable acorde al necesario consenso en estas cuestiones. Nuestros representantes políticos disparan por disparar y obviando el interés general en aras de extraer, en medio del combate, réditos políticos en próximos combates electorales, en lugar de haber aprendido el llamado patriótico de ese gran poeta ahora olvidado que era Blas de Otero en que llamaba a todos los españoles a un diálogo “donde entendernos sin destrozarnos y donde sentarnos y conversar”. Qué lejos estamos de ese espíritu ahora. 

Termino estas reflexiones de una forma crítica con unas palabras de la ya citada profesora Mangas, que espero que sean más un análisis coyuntural que una profecía de previsible cumplimiento: “No se cuenta con España como sucedía en los tiempos de González o Aznar (con sus alineamientos equivocados); hace más de un decenio que la locomotora franco-alemana no comparte sus proyectos con España. España no representa nada ni interesa en el planeta. No hay proyecto de país, no hay proyecto exterior. Lo dramático es que la política exterior, de la que es tan dependiente la estabilidad e integridad territorial de España, no interesa a los políticos españoles ni a los medios de comunicación ni a la ciudadanía”.

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1 COMENTARIO

  1. España entera es un chiringuito; uno con varios dueños que recibieron ese negocio por herencia, no saben para que lo quieren y jamás se ponen de acuerdo. Sólo, y simplemente, hacen caja. Con tal visión desoladora de su interior difícil será tener otra perspectiva mejor en cuanto a su proyección exterior. No conviene olvidar de donde parte esa buena o mala relación con Marruecos, porque ya uno no sabe. Sólo quería poner en valor algo que se nos escapa: Para qué cojones queriamos las tierras del protectorado o las del desierto saharaui? Esa es la cuestión, y obramos mal porque decidía un Borbón, que no están capacitados para nada después de tantas vergüenzas y él ejercicio brutal de endogamia. La península de Florida también la teníamos perdida, pero supimos venderla a los americanos a cambio del respeto por los seminolas y otras tribus nativas, que incluso después refugiaban a los negros huidos de las plantaciones. Quedamos como Dios y también los perdimos. La única diferencia es lo que llamamos hoy política exterior; la buena y la mala.

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