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Pedro Sánchez y Yolanda Díaz se juegan su futuro político con la reforma laboral

El presidente del Gobierno está presionado por la patronal y Bruselas mientras que la ministra de Trabajo tiene que lograr una derogación total de la ley Rajoy, tal como esperan sus bases

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análisis

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Entre unos y otros van a dejar una reforma laboral de chichinabo que puede dar pena verla. De esta batalla ideológica entre sanchistas neoliberalotes y utopistas morados no puede salir nada bueno y los trabajadores de este país tienen motivos más que suficientes para estar preocupados. Pepe Álvarez trata de tranquilizar a las clases obreras al lamentar “profundamente” la “tormenta en un vaso de agua” en la que han caído PSOE y Unidas Podemos. Hombre Pepe, camarada, está bien que intente templar los ánimos y bajar la persiana para que no se aireen las vergüenzas de esa familia desestructurada que es el Gobierno de coalición, pero llamar “vaso de agua” a un océano tempestuoso con tiburones matándose a dentelladas no deja de ser un ejercicio de buenismo sindical que se lo admitimos porque es usted y por el momento crítico que vivimos, que si no…

El secretario general de UGT se refiere, claro está, a la esgrima a muerte que están manteniendo en los preámbulos de la mesa de negociación, en directo y en prime time, Nadia Calviño y Yolanda Díaz. Entre rubias anda el juego y Hitchcock hubiese hecho de esta historia un peliculón de los suyos. Mientras las dos divas del Gobierno dirimen sus diferencias, el votante de izquierdas tiembla ante la posibilidad de que la contrarreforma laboral, que debe poner punto final al truño de Rajoy, quede una vez más en papel mojado. Una ley debe hacerse por vocación, por convicción política y porque hace falta, no por oportunismo electoral o para salir del paso y salvar la poltrona. Ese paripé nos lo conocemos todos. Por ahí va el tema.

A estas alturas del thriller político la sensación que proyectan ambas partes negociadoras es que el borrador les quema como una patata caliente. A Pedro Sánchez le abrasa las manos porque la patronal y el comisario Gentiloni le han dejado claro, por activa y por pasiva, hasta dónde puede llegar con las reformillas, y porque Felipe González lo tiene cogido por sus partes (cada vez las retuerce un poco más y el dolor es más intenso). El patriarca sevillí se lo dicta todo al presidente del Gobierno, contenidos, métodos y trucos del oficio, y ya le ha mandado que abra otra vez la bodeguilla de Moncloa con barra libre de manzanilla para los agentes sociales (sobre todo para el patrón Garamendi, que es a quien hay que tener contento y embriagarlo para que firme).

A buen seguro que Sánchez se arrepiente ahora de haber pactado lo que pactó en su día con Pablo Iglesias y si pudiera rebobinar en el vídeo de la historia quizá su estrategia sería otra muy distinta, como entregarse de lleno a Albert Rivera o una Gran Coalición a la alemana con el PP. Lo que es evidente es que, hoy por hoy, Sánchez anda como loco por quitarse de encima el incómodo lastre del socio podemita. Y eso que le conviene pasar por el aro morado y aceptar su reforma radical. Recuérdese que en este país hay un millón de indecisos o pragmáticos que hoy votan PSOE y mañana PP, más otra porción que por desencanto puede terminar en la abstención o en Unidas Podemos. Si ese electorado fluctuante no queda convencido con la nueva legislación laboral el cuello de Sánchez peligra.

La reforma de Podemos

Mientras tanto, Yolanda Díaz va asumiendo que su proyecto puede ser cribado hasta terminar en un compendio de retoques cosméticos, una derogación solo parcial de los aspectos más lesivos de la reforma de Rajoy cuando lo que había prometido Unidas Podemos era arrojar al vertedero de la historia el bodrio entero que el PP fabricó para dolor y sufrimiento de millones de trabajadores españoles. De consumarse esa estafa o fraude al electorado, a la ministra sindicalista no le quedaría otra que presentar su dimisión e irse a su casa. A ver cómo te presentas tú en la próxima asamblea, botellón de las bases o reunión de inscritos e inscritas con un texto recortado o que ha quedado a medias porque lo ha pulido el jefe. Insostenible.

Decirle a la militancia esto es lo que hay, esto son lentejas, hasta aquí me han dejado llegar antes de que me cortasen las alas, sería un trago difícil de digerir. No olvidemos que Díaz se juega mucho en este envite, tanto como reforzar su figura de cara a la plataforma o frente amplio de izquierdas en el que anda trabajando día y noche. Una reforma laboral tibia y edulcorada, un texto aquerosito y liberal, sería una mala carta de presentación para su nueva aventura política, de modo que a la lógica preocupación de la ministra por el futuro de la clase obrera española se une la incertidumbre en lo personal. Lo que apuesta Díaz en este póker contra Sánchez y las élites es tanto como quedar en plan heroína de la famélica legión o como la nueva maudit de la siempre cainita izquierda española. Ahí es nada. 

Por tanto, llegados a este punto, no cabe sino concluir que la reforma laboral se ha convertido en una bomba de relojería para socialistas y podemitas. ¿Qué puede salir de esa transacción antes de pasar al trámite parlamentario? Mucho nos tememos que otra aguachirle normativa, otro quiero y no puedo legislativo, otro tocomocho a la clase obrera como tantos otros desde que se instauró la seudodemocracia (que no socialdemocracia) en España. Todo lo que no sea acabar con la temporalidad (tenemos la tasa más alta de Europa), con las indemnizaciones testimoniales por despido, con la dictadura de la patronal frente a la negociación colectiva y con los salarios africanos será un rotundo fracaso cuando no un engaño al pueblo. Cuidado por tanto con esta negociación de alto voltaje, que tiene trampa y puede llevarse por delante la carrera política de más de uno. Avisados quedan.

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