Ha pasado por delante del dormitorio así como tropecientas veces y en
casi todas se ha quedado bajo el dintel de la puerta, apoyada la cabeza
en la jamba, mirando triste y absorta la cama cubierta con el edredón
de palmeras y los almohadones alineados, ordenados, aburridos…
Entonces acude a su mente el condenado recuerdo: ella enfurecida,
protestando y gritando:
«¡En mi cama no se salta, mi alcoba es
sagrada!, ¿entendido?».
Los niños asienten, lo juran; sudorosos la
miran intentando reprimir la risa incontrolable que aflora pese a la
regañina…
El recuerdo se licua entre lágrimas. Los echa de menos,
ahora sabe cuánto.
Se promete que cuando todo esto pase va a organizar
una fiesta en su sacrosanta alcoba, sobre el edredón de palmeras, y la
batalla con las almohadas se convertirá en una suave y alegre lluvia de
plumas blancas y risas, risas incontrolables en el oasis de su cama.