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Pactos de la Moncloa: un modelo para salir de la crisis del coronavirus que las derechas rechazan de plano

En 1977 todos los políticos, desde comunistas a conservadores, estuvieron a la altura a la hora de firmar los acuerdos que permitieron sacar al país del furgón de cola de Europa

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análisis

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Pedro Sánchez ha invocado los Pactos de la Moncloa del 77 como hoja de ruta para salir de la gigantesca crisis económica que se avecina tras la epidemia de coronavirus. Apelar al consenso y a la suma de esfuerzos de todos los partidos políticos y agentes sociales no deja de ser un gesto de estadista que no sabemos si las derechas están dispuestas a aceptar. Pablo Casado se mira en el espejo de Santiago Abascal y este ya ha roto toda relación con el Gobierno de coalición, al que considera ilegítimo. Ambos alardean de patriotismo y cuando la patria los necesita de verdad para que arrimen el hombro se dedican al postureo, al electoralismo barato, a la política pequeña.

Ahora bien, más allá de mezquindades personales, ¿nos encontramos ante una situación al menos parecida a la que vivía el país en la Transición? ¿Pueden servirnos aquellos pactos del 77 como modelo en 2020? Ahí es donde los historiadores y analistas difieren. Enric Juliana, por ejemplo, cree que sin duda es pertinente la propuesta que lanza Sánchez, ya que la situación de absoluta excepcionalidad que vive el Estado aconseja una gran alianza similar a la que los españoles firmamos a finales de los 70. En la misma línea se sitúa Miquel Roca, uno de los siete padres de la Carta Magna del 78.​ “En aquel momento no teníamos ni siquiera una Constitución. Veníamos de una crisis muy importante que necesitaba de una voluntad social para proyectarse al futuro; necesitábamos esos Pactos de la Moncloa que apelaban al sentido de la responsabilidad de todos, porque todos sabíamos lo que nos jugábamos en aquel momento y todos sabíamos que debía prevalecer el bien común”, afirma con rotundidad.

Y es absolutamente cierto. Los datos económicos de 1977 eran demoledores e inasumibles para una sociedad que trataba de abrirse paso a la democracia. La inflación alcanzaba el 30 por ciento; el paro estaba desbocado; el precio del petróleo por las nubes; y los atentados terroristas se sucedían casi cada semana. Por no hablar del ruido de sables y de golpes militares en muchos cuarteles. El escenario dramático exigía medidas contundentes, que fueron las que se adoptaron en aquellos pactos con la suma de todos los partidos políticos influyentes. Aquellos acuerdos permitieron dar un salto de calidad esencial hacia el sistema democrático. Todos cedieron: los sindicatos consintieron una rebaja importante de los salarios de los trabajadores e incluso se firmó el despido libre para flexibilizar aún más el mercado laboral. Por su parte, la patronal admitió impuestos como el de patrimonio; se aumentó la presión tributaria y hubo un mayor control de la evasión fiscal. Al mismo tiempo se devaluó la peseta y se contuvo el endeudamiento de las cuentas estatales. Pero no solo se adoptaron medidas en el ámbito económico, también en el político, iniciativas que nos homologaron con los demás países europeos. Se abolió la censura informativa y cultural y se despenalizó el adulterio; se dio un impulso nuevo a la educación, creando más plazas en centros docentes; y se inyectaron nuevas prestaciones sociales con cargo a la Seguridad Social. España empezó a hacer política mediante el acuerdo, algo que no se había hecho nunca porque evidentemente una dictadura de 40 años había impuesto el ordeno y mando. No teníamos cultura democrática y aun así fabricamos las herramientas.

Por supuesto, aquellos Pactos de la Moncloa fueron idea de Adolfo Suárez (un hombre de una talla única) con el asesoramiento inestimable de Enrique Fuentes Quintana, la autoridad económica del momento. Pero, y esto es lo más importante de todo, contaron con el apoyo del principal partido de la oposición, el PSOE, y también del PCE de Santiago Carrillo, que tras firmar los pactos dijo aquello de “no es un trágala ni una imposición del Gobierno, es un documento que hemos firmado libremente”. Por su parte, Felipe González, que empezaba a soñar con el poder, también supo estar a la altura de las circunstancias: “Es un programa de consenso”, destacó en aquel momento.

La actitud responsable, la altura de miras de gente como González, Carrillo y los dirigentes sindicales, sobre todo de Comisiones Obreras, resultaron decisivos para que se pudieran firmar los Pactos de la Moncloa, que fueron tan importantes como la propia Constitución Española que llegaría poco después. Ese hecho se demuestra cuando países que hoy inician una Transición a la democracia copian nuestro modelo de pactos, más si cabe que la Constitución o el histórico esfuerzo colectivo de un país en pos de las libertades. Todos los dirigentes políticos del momento entendieron que sus ambiciones personales debían quedar aparcadas para sacrificarse por el interés general. Todos fueron conscientes del reto colosal al que se enfrentaban y asumieron que, de no estar unidos en el mismo barco, la democracia corría serio peligro de zozobrar. “Sabíamos que o había un gran acuerdo de esta naturaleza o íbamos al fracaso y eso el país no se lo podía permitir”, asegura Roca. El histórico dirigente catalán cree que sí, que hoy necesitamos unos pactos como aquellos. “El secretario general de la ONU nos dice que vivimos el momento más importante desde la Segunda Guerra Mundial. Todos estamos obligados a hacer un esfuerzo. O nos ponemos de acuerdo o mal podremos pedirle solidaridad a Europa. Debemos escenificar esa solidaridad aquí, en España. El progreso solo nace del pacto”.

En el 77, y gracias a aquellos históricos acuerdos, el país empezó a funcionar. Quizá hoy no sea posible emprender una homérica empresa como aquella. Para empezar no tenemos a los mismos personajes adornados con cualidades como la responsabilidad, la integridad y el sentido del interés general por encima de todo. Lamentablemente, Casado no es Fraga y encima tenemos a un interlocutor, la extrema derecha, que siente alergia a la democracia y a cualquier tipo de pacto que ellos llaman despectivamente “el consenso progre”. De Santiago Abascal no podemos esperar más que una siembra constante de odio, rencor y crispación. Pero ya que las fuerzas políticas de hoy no pueden ponerse de acuerdo en todo (la política se ha convertido en una batalla sin cuartel en la que solo vale derrotar al enemigo a cualquier precio) sí al menos deberían poder sellar lo más importante: un gran Pacto por la Sanidad que permitiera aumentar las inversiones exponencialmente para luchar contra el coronavirus en los próximos meses, quizá años. Solo con eso los españoles daríamos por buenos los jugosos salarios con los que les retribuimos como representantes públicos, no para que hagan demagogia ni retórica vacía, sino para que resuelvan nuestros problemas cotidianos.

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