viernes, 26abril, 2024
13.6 C
Seville

Otro columnista es posible

Gonzalo Osés
Gonzalo Oséshttp://www.gonzalooses.es
Soy abre puertas, se me da bien conectar necesidades con soluciones. Me rijo por tres frases: la de mi madre “la vergüenza pasa y el provecho queda en casa”; la de mi padre, “la persona más feliz es la que menos necesidades tiene”; y la mía, “para crear valor hay que tener valor”. En plan profesional, soy FEO (Facilito Estrategias Operativas), cofundador de Xaudable, conecto innovación con el mercado, mentor y docente en @eoi y @SEK_lab. Emprendedor con mi startup de comida rápida saludable. Autor libro “abre puertas, cómo vender a empresas”. Miembro de @Covidwarriors. En otras décadas organicé en IFEMA la feria Casa Pasarela y fui gerente de un concesionario oficial en Madrid de motos Honda. Licenciado en Dirección y Administración de empresas por CEU San Pablo, diplomado en diseño industrial por IED (Instituto Europeo Di Design), master de comunicación aplicada en Instituto HUNE.
- Publicidad -

análisis

- Publicidad -

La semana pasada estaba en casa de mis padres comentando la columna anterior sobre coliving, quien conozca a mi padre sabe que su hiper curioso cerebro acapara las conversaciones al lanzar preguntas que exigen cierta reflexión. Dejando yo fuera, sin darme cuenta, las aportaciones de mi madre, que en este caso, tenía más experiencia, al haber sido la trabajadora social que puso en marcha a finales de los 80, los innovadores alojamientos tutelados del Ayuntamiento de Madrid para personas mayores de 65 años con autonomía para autogestionarse, pero no podían vivir en su domicilio habitual, para asi seguir conectados con su vida habitual, sin caer en el obtracismo personal de una residencia de ancianos. 

Al acabar mi madre me dijo algo que ha sido la gota que colmó el vaso para dar pie a la presente columna, sus dos lapidarias frases fueron: «tienes que ser más empático con quien no comprende lo que explicas», y «cuando dirijas una conversación también tienes que dirigirte a los tontos, como hace tu primo Pablo Martinez, para que se sientan parte de la conversación». 

A eso se le une, un acertado comentario que me hizo Albert Torruella, uno de los dos coordinadores de «El libro de la innovación» al enviarle mi columna con lo que me parecía su libro, y me respondió «no estoy de acuerdo con el tono del artículo en general». En ese momento, no supe verlo, cegado por la frustración que yo me había autogenerado al crearme unas expectativas por el subtítulo de ese libro  «guía práctica para innovar en tu empresa» que no se cumplieron, al creer que estaba ante el grial de la innovación por los alquimistas que lo escribieron. De hecho, repeti la columna cuatro veces, con el consiguiente retraso en su entrega. 

Reconozco, que no estaba a gusto con mi columna sobre el libro en cuestión, no supe ni encontrar las palabras, ni la actitud que me distanciara para aportar un análisis sin sesgo personal. Por mucho, que me tocará la fibra sensible, como es la innovación, a la que sin ser muy consciente ando alrededor de ella desde hace 17 años. 

De nuevo, me volví a poner el disfraz del personaje ristoliano por no salir de casa con mis deberes emocionales hechos, arremetiendo, pensando que era honesto, pero para que alquien aprenda incluso de un consejo no solicitado, lo de la letra con sangre entra no es productivo.

Asumo mis fallos sin querer encontrar ningún perdón ajeno. Bastante tengo con obtener el mio.  El arrepentimiento posterior a maltratar a otros seres, ya sea en una conversación o a través de sus escritos, no es atenuante válido. 

Somos los hechos que creamos por mucho que lancemos palabras a internet, es como en la religión cristiana que cuando una persona está a punto de dejar de existir en esta vida, cree que con que le den la extremaunción y un pastor de almas le perdone sus pecados irá a lo que cree que es su cielo. ¡Qué barato sale ser mala persona en esta religión! Método que hereda nuestro sistema judicial liberando a convictos de largas condenas, a los tres años porque hagan un curso y digan que se arrepienten. 

Tampoco creo en la redención del fracaso, de ahí no se aprende nada. Se aprende de los muchos micro exitos que hacemos a diario, pero no les damos la importancia que requieren. Lo de aprender del fracaso es otro moralismo que acepta nuestro utilitario estilo de vida actual, para que las personas que nacimos el siglo pasado, contradigamos nuestra educación y nos atrevamos a hacer algo por primera vez, casi siempre ligado a nuestro don innato y talentos en barbecho. 

Asumo las consecuencias, las cuales como me ha pasado en anteriores ocasiones, me acabo enterando, tiempo después cuando el interlocutor desmonta el castillo de naipes ristoliano que creía ser mi reino. Si a veces me disfrazo de capullo. 

En fin, vayamos acabando. Hay personas que van al psicólogo, otras a la barra del bar, y los menos recurrimos a escribir para ser conscientes de nuestros actos, tomar nota y poner remedio a circunstancias que no son agradables. Porque no creo que vengamos a esta vida a clasificar, prejuzgar y menospreciar a los demás, si no a facilitarnos la convivencia, aunque para ello ni hay que reir las gracias a los demás, ni colgarles muertos ajenos. 

- Publicidad -
- Publicidad -

Relacionadas

- Publicidad -
- Publicidad -

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Introduce tu nombre

- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -
- Publicidad -

últimos artículos

- Publicidad -
- Publicidad -

lo + leído

- Publicidad -

lo + leído