En la madrugada del 1 de enero de 2020, los funcionarios de Wuhan cerraron el mercado mayorista de mariscos de Huanan después de identificarlo como el sitio del primer grupo de infecciones por SARS-CoV-2 del mundo. Se llevaron los animales para la venta, se desinfectaron los establos y un equipo de epidemiología pasó días recolectando muestras ambientales.
¿Cómo llegó el virus a Wuhan, una metrópolis de 11 millones de personas a cientos de kilómetros al norte de las cuevas de murciélagos de China? Era un lugar tan poco probable para un brote de coronavirus que los científicos de WIV habían utilizado en el pasado a los residentes de Wuhan como grupo de control cuando examinaban a las personas en el campo de la provincia de Yunnan para detectar la exposición a virus transmitidos por murciélagos. La suposición era que los habitantes de Wuhan tendrían poco contacto con los murciélagos.
Para muchos científicos, la respuesta era clara: el comercio de vida silvestre en China había llevado a los animales vivos, una fuente obvia de enfermedades, a estar peligrosamente cerca de las personas. Años antes, algo similar había sucedido con el SARS, que se extendió a varios mercados diferentes que vendían animales vivos en la provincia de Guangdong en el transcurso de los meses.
Sin embargo, si el comercio de vida silvestre era el culpable, ¿dónde estaba el rastro de animales infectados? ¿Y dónde estaba el animal anfitrión?
La pregunta de dónde vino COVID-19 nunca ha sido puramente científica. Desde el principio, tanto en China como en Estados Unidos, se ha politizado casi hasta el punto de ser irreconocible.
En abril de 2020, Donald Trump declaró en una conferencia de prensa que el COVID-19, o «gripe kung», como pronto comenzó a llamarlo, provenía de un laboratorio en China. Cuando se le presionó sobre la evidencia de esta afirmación, declaró: «No puedo decirle eso. No tengo permitido decirte eso».
Mientras se apuntaba al WIV en general, y específicamente a Shi Zhengli, los científicos occidentales corrieron en su defensa. «Nos unimos para condenar enérgicamente las teorías de conspiración que sugieren que el COVID-19 no tiene un origen natural», decía una declaración firmada por 27 científicos y publicada por la revista médica Lancet el 19 de febrero de 2020. Más tarde se supo que uno de los científicos que había firmado esa declaración habían tratado de ocultar su propio papel en la orquestación y crear la impresión de un consenso.
Sin embargo, para entonces ya se habían trazado las líneas de batalla. Si respaldaba la teoría de la fuga de laboratorio, estaba con Trump. Si creía en la ciencia, apoyaba la teoría del origen natural en general y la teoría del desbordamiento del mercado en particular.
El 25 de febrero de 2022, un equipo de investigadores del CDC de China publicó una reseña que revela que de los 457 hisopos tomados de 18 especies de animales en el mercado, ninguno contenía evidencia del virus. Más bien, el virus se encontró en 73 hisopos tomados de todo el entorno del mercado, todos vinculados a infecciones humanas. Y aunque algunos vendedores de mariscos y vegetales en el mercado dieron positivo, ninguno de los vendedores de los puestos de animales lo hizo.
Al día siguiente, un equipo de científicos, incluido Michael Worobey, biólogo evolutivo de la Universidad de Arizona, publicó un artículo que identificaba el mercado de Huanan como el «epicentro inequívoco de la pandemia de COVID-19». Usando un software de mapeo, analizaron las ubicaciones de 155 de los primeros casos conocidos informados por las autoridades chinas a la Organización Mundial de la Salud y encontraron que estaban centrados en el mercado. Un análisis complementario dirigido por Jonathan Pekar, un estudiante graduado de bioinformática en la Universidad de California en San Diego dijo que no hubo uno, sino «al menos dos» eventos indirectos en el mercado.
El artículo de Worobey describió sus hallazgos como «pruebas determinantes» de un origen de mercado. Cuando la versión revisada por pares se publicó en Science en julio, el lenguaje de «evidencia dispositiva» había desaparecido.
Por el contrario, «la hipótesis de un origen zoonótico natural ya no merece el beneficio de la duda, ni la presunción de exactitud». La evidencia disponible no se ajusta a los patrones de brotes anteriores, afirma, incluidos los brotes de SARS en 2003 y la influenza aviar en 2013. Esos brotes vieron muchos eventos indirectos independientes en múltiples lugares, y esos virus «mostraron una diversidad genética mucho mayor que las primeras cepas de SARS-CoV-2». Y dentro de los seis meses posteriores al primer caso conocido de SARS, dice el informe del Senado, los funcionarios de salud chinos encontraron evidencia del virus en civetas de palma y perros mapaches.
El informe provisional también señala que, «casi tres años después de que comenzara la pandemia de COVID-19, todavía no hay evidencia de un animal infectado con SARS-CoV-2, o un virus estrechamente relacionado, antes del primer caso de COVID-19 humano informado públicamente. 19 casos en Wuhan en diciembre de 2019».
