Estoy inundado por un profundo pesimismo gramsciano. Nadie cuestiona que vivimos en la Edad Media de la Era de la Desigualdad, fruto de un sistema socio-económico que ha perpetuado la brecha entre ricos y pobres, utilizando como herramientas las políticas de austeridad que han desangrado a millones de hogares.

Como La Peste de Albert Camus, las medidas de austeridad, nos han llevado a vivir una situación irracional donde la ciudadanía no tiene control sobre nada, estando nuestras vidas en manos de los mercados financieros. Medidas como, una fiscalidad regresiva y recortes en el gasto público, han derivado en el deterioro de los servicios públicos y derechos fundamentales, incrementándose la ocultación de grandes fortunas en paraísos fiscales y  frecuentes prácticas corruptas que quedan “cuasi” impunes.

La gráfica que mide la desigualdad está en un punto donde la política ha sido comprada por Don Dinero. Los partidos políticos han hipotecado sus idearios, discursos y programas, a cambio de recibir financiación bancaria, una campaña si y otra también, dándole más importancia al reparto de la tarta, que a la defensa de nuestros derechos.

Nos preguntamos la clase trabajadora ¿qué papel juegan o para qué sirven hoy en día los sindicatos? La fiabilidad y garantías,  en esas negociaciones con la patronal y gobierno, quedan cuestionadas analizando la normativa laboral que estamos sufriendo. La precariedad en la contratación, el fraude de ley en la temporalidad, la inestabilidad laboral y un salario mínimo propio de una Europa de dos velocidades, dejan el campo abonado para que trabajadoras y trabajadores opten o lleguen al punto de negociar directamente con el patrón, corriendo peligro determinados logros sociales.

El tener gobiernos subyugados a la Troika ha dado al traste con el “Pacto de Toledo” al tener que firmar un nuevo pacto, esta vez, con los Mercados. Nuestras pensiones están en peligro, la pérdida de poder adquisitivo es tal, que más de la mitad de la población jubilada no llega al salario mínimo interprofesional. El futuro que nos espera es duro, teniendo en cuenta el alto índice de desempleo y la exigencia de tener trabajado entre 33 y 35 años para cobrar la prestación por jubilación.

Mientras tanto, el panorama no es otro que vivir manipulado por las élites. El pasarse todo el día pegado a textos de ciento cuarenta caracteres, a preocuparnos cuantos “me gustas” tiene tal o cual  líder político en las redes sociales, a la hemorragia de noticias que dan los “caralibros” de turnos, a unos discursos vacíos de contenidos en esta nueva política del 3.0. Han construido a un  individuo que tiene una percepción efímera de los problemas que le rodean, y lo que hoy es un “No pasarán”, al siguiente día es un “Campan a sus anchas” después de abrirles puertas y ventanas.

Y así llegamos todas y todos a ser un condimento más de este pasteleo político que ha dejado vacías las calles de lucha y reivindicaciones, acordarnos de Santa Barbará solo cuando truena y además, si solo te salpica el agua, volviendo la cara, mientras el vecino es víctima de un tsunami.

Ni tan si quiera ya, son “malos tiempos para la lírica” como cantaba Golpes Bajos. Estamos en la fase de comulgar con ruedas de molino, de vivir alineados con el desmesurado consumismo capitalista y nuestra felicidad, frase que repito como un mantra, depende del apego a lo material, el tanto tienes tantos vales.

En una sociedad no alienada,  los casos de corrupción que estamos viviendo y la situación socio-económica que sufrimos, hubieran desembocado en la toma de calles, plazas e instituciones por una ciudadanía víctima de recortes en sus derechos fundamentales  y en la necesaria independencia de los tres poderes del Estado. En particular, la falta de autonomía del poder judicial.

Estos últimos días, donde han despojado a la Diosa de la Justicia de su espada y quitado la venda, sacándole los ojos, me viene a la memoria aquel senegalés que fue condenado por un juzgado de lo penal en Almería, por robar una gallina para comer, a 9 meses de prisión o aquel chaval que fue condenado a cinco años de cárcel por gastar 79,20 euros con una tarjeta que resultó ser falsa, cuando solo tenía 18 años recién cumplidos.

No soy jurista, pero cuestiono como ciudadano, que se le aplique una sentencia de mínimos al ex-jugador de balonmano Iñaki Undargarin condenándolo a 6 años y tres meses por los delitos de prevaricación, malversación, fraude, tráfico de influencias y dos delitos fiscales y que su cónyuge, hermana del Rey Felipe VI e hija del Rey emérito Juan Carlos I, la Infanta Cristina de Borbón quede absuelta, probándose en la sentencia “cargó a la tarjeta de Aizoon -sociedad instrumental propiedad del matrimonio a la que se desviaban los fondos de Nóos- gastos familiares hasta la cuantía de 265.088 euros.”. En definitiva, que presuntamente era una mujer florero.

Ahora más que nunca, se debe abrir el debate por parte de la ciudadanía y los partidos políticos, de la necesidad de un nuevo proceso constituyente, que el pueblo decida qué sistema de gobierno quiere, o preguntarnos: ¿”Nòos” somos demasiado pasivos?

El precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres” Platón.

 

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