Aunque parezca salido de una película de Stanley Kubrick o Tarantino, no, no es así. Me temo, mi quiero lector, que por esta vez no podré estar a la altura de las circunstancias.
Hace poco se ha empezado a sacar el seguimiento o la identificación de determinados estratos o colectivos de la sociedad de los que están siendo sujetos algunos individuos e individuas por el mero hecho de tener un perfil étnico diferente –eufemismo que se le quiere atribuir ahora a la persecución y opresión que en determinados momentos de nuestra historia se han realizado en España por razón de raza, de color de piel, religión o de sexo-.
No hace falta ir más lejos. Lo tenemos delante de nosotros. En los barrios, en los controles de los aeropuertos, en las entradas de las discotecas, en los centros comerciales, en las tiendas. Al fin y al cabo, el mero hecho de entrar en un local o establecimiento, mientras el personal de seguridad de turno –opositor frustrado a la guardia civil o a la policía nacional- te persigue por los pasillos, se hincha el pecho y pone los brazos en jarra como si estuviese todo ciclado o te amedrenta, por el simple mero hecho de no ser como a él le gustaría que fueses.
Sí es cierto que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado en estos últimos años –según van adquiriendo más competencia, experiencia y tolerancia- se han ido sensibilizando en los controles aleatorios –otra forma más de explicar muy edulcoradamente los controles arbitrarios por razón de raza, sexo o religión-.
Ahora quien coge el relevo son aquellos que en el ejercicio del auxilio en las tareas de control y acceso de según qué instituciones, se creen que están por encima de todo. Parapetados detrás de un uniforme enclenque que a muchos les quedan largo y que se creen que transmitiendo miedo o temor pueden someter con sus prejuicios, complejos y frustraciones a aquellos ciudadanos que solo quieren ejercer la libertad de movimiento en el territorio que pisan, en su libre elección como ser humano y en ejercicio de los más elementales derechos humanos. A esto último lo suelen llamar vivir, por ejemplo, simplemente.
Aun así, es obvio que siempre –el ciudadano- estará a merced de las ocurrencias del señor de turno y de aquellos que esperan la más mínima razón para justificar su más absoluta violencia sobre los demás -y más en los tiempos que corren hoy en día-. Y siempre habrá un Nerón, aunque ni siquiera le llegue a la suela del zapato, que estará dispuesto a tocar su arpa mientras Roma yace impertérrita ardiendo.