Foto: GUE/NGL

Miguel Urbán puede haber cambiado en su aspecto físico, ya no tiene el pelo largo, por ejemplo, como lo llevaba cuando, en 2014, saltó a la luz pública como uno de los fundadores de Podemos. Sin embargo, el eurodiputado es un hombre con una fuerte lealtad a los principios ideológicos que ha defendido desde que comenzó su activismo en los años finales del siglo XX. Urbán ha participado en el movimiento estudiantil, el movimiento antiglobalización, y, sobre todo, en el 15M. En la actualidad es eurodiputado en el Grupo de la Izquierda Unitaria Europea/Izquierda Verde Nórdica. Aunque es uno de los fundadores de Podemos, se desvinculó del partido morado el pasado mes de febrero, al mismo tiempo que otra de las principales representantes de la corriente anticapitalista, Teresa Rodríguez.

Voy directamente a lo que muchos ciudadanos y ciudadanas se plantean: ¿Europa está cometiendo los mismos errores que en la crisis de 2008 y la insolidaridad de ciertos países va a dejar atrás a cientos de millones de personas?

Lo primero que hay que aclarar es que Europa no es lo mismo que la UE. Esta última, se percibe como un elemento de insolidaridad, así como sus estructuras. La UE no creo que esté cometiendo errores, aplica las mismas medidas que vimos en 2008 y sobre todo en la crisis de la deuda de 2010.

La estructura de la UE está construida justamente para esto. Es una institucionalidad en la cual, desde el Tratado de Maastricht, se constitucionalizó el neoliberalismo como la única forma de actuar: como la única política económica posible en Europa.

Ahora mismo lo que vemos es una Unión Europa que se niega a ser solidaria al no mutualizar las deudas que suponía sacar adelante los coronabonos. No se quedó ahí. Insistió que la única forma de acceder a una financiación necesaria para los países del sur era pasando por el MEDE.  Lo que significa que vuelvan los hombres de negro, y los memorandos. El regreso de la condicionalidad como norma y que cuando accedamos al MEDE nuestra economía esté intervenida por las instituciones europeas. Fundamentalmente por el Eurogrupo y el Banco Central Europeo. 

Hemos visto que EE UU, Japón e incluso Reino Unido -que hace poco ha activado el artículo 50 y ha dado curso al Brexit- utilizan sus bancos centrales para financiarse de forma directa sin tener que acudir al mercado secundario de la deuda. El problema es que en nuestro caso el Tratado de Maastricht constitucionalizó el neoliberalismo como única forma posible de política económica en la UE. Según Maastricht, el Banco Central Europeo tiene prohibido prestar y dar líneas de crédito de forma directa a los Estados Miembro. Y esto es una cuestión que está demostrando la inconsistencia y, sobre todo, las fallas de un proyecto pensado para los mercados y los mercaderes, pero no para los pueblos de Europa. Un proyecto que ha construido un continente de millonarios a costa de millones de pobres.

Muchas veces, cuando criticas a la UE, la pregunta subsiguiente siempre es:  ¿qué queréis, saliros de la UE? Y la respuesta es clara NO, queremos salirnos de Maastricht. Para hacer otras políticas, para hacer política y para salir de esta crisis.

¿El Covid19 está mostrando el fracaso del actual proyecto europeo?

En este sentido no creo que el coronavirus esté mostrando el fracaso del proyecto europeo. Yo creo que lo que está mostrando es la verdadera cara de la UE y sus limitaciones a la hora de poder entender las necesidades de los pueblos y sus ciudadanos. Estamos en una UE incapaz de responder a las necesidades sociales y económicas de las mayorías. Es una Europa con un corsé neoliberal que solo funciona y trabaja para los multimillonarios y multinacionales que gobiernan en la sombra este proyecto y que obviamente se benefician.

Creo que hay que romper con una lógica que hemos visto durante este tiempo. Se decía que la crisis de solidaridad en la UE era una cuestión de Países Bajos y Alemania contra España e Italia. Pero no. Esto es una lucha entre las élites holandesas y alemanas en sintonía con las élites españolas e italianas para impedir un proyecto europeo diferente al actual que esté al servicio de las mayorías sociales.

Pero no solo hemos visto la incongruencia de Maastricht y esa imposibilidad del BCE para financiar a los Estados. Al no hacerlo, generan además un inmenso negocio para la banca privada. Pero es que, por si fuera poco, hemos comprobado en la práctica que el techo de gasto es una verdadera locura. En general y desde siempre, pero también en la práctica cuando intentamos atender crisis y pandemias como la actual u otros desafíos que Europa tiene encima de la mesa.  Hay que trabajar por un cambio de modelo productivo en clave ecosocial y ecosocialista que pueda atender la emergencia climática. No basta con que el Parlamento Europeo o el Congreso la declaren. Necesitamos acciones. Pero las camisas de fuerza neoliberales de la actual UE hacen imposible que podamos atender las necesidades de las mayorías sociales. Ese es el verdadero proyecto europeo que hay ahora mismo. Esa es la UE realmente existente.

¿Cómo se puede entender la actitud del Partido Popular cuando votó en el Parlamento Europeo en contra de los intereses de la ciudadanía española?

Porque no es una cuestión del norte contra el sur -Alemania o Países Bajos contra España o Italia-. Aquí opera el eje izquierda-derecha. Vimos cómo ante una enmienda de Verdes y de nuestro grupo de la Izquierda Unitaria Europea que proponía eurobonos y mutualización de la deuda a nivel comunitario, la izquierda holandesa, alemana y nórdica votaron a favor. Sin embargo, la derecha, tanto del sur como del norte, votó en contra.

El Parlamento Europeo es un buen puesto de observación para mirar más allá de las rivalidades nacionales y detectar los verdaderos proyectos de los partidos y a quiénes sirven en realidad. En la legislatura pasada vimos cómo dos fuerzas políticas que teóricamente no tienen nada en común y que se pelean constantemente en el Estado español, como son Ciudadanos y Junts Per Catalunya, compartían grupo parlamentario y votaron igual en el 84% de las ocasiones. ¿Por qué? Porque tienen el mismo modelo neoliberal económico y de sociedad para Europa.

La falta de respuesta de la UE a la situación actual y la anteposición de los intereses de determinados países a los generales de los ciudadanos, ¿acrecentará el euroescepticismo basado en los nacionalismos patrios?

En un país ‘euro-entusiasta’ como el español se ha caído la careta de esa UE supuestamente garante de las libertades y los derechos sociales. Ya se muestre tal y cómo es: una Europa neoliberal que legisla y trabaja fundamentalmente por la libre circulación de capitales, de los mercados y los mercaderes; y en cambio deja atrás a sus ciudadanos y a los pueblos del sur.

Ante esto, vemos que por primera vez en mucho tiempo Europa está en el debate español. Eso es algo que llama la atención. En muchos países Europa es un elemento central. En cambio, el tradicional ‘euroentusiasmo’ español asumía acríticamente todo lo que venía de la UE y sacaba a Europa de los debates, no solo de los medios de comunicación, sino también dentro de los partidos.

Es bueno que ahora se discuta sobre Europa en el Estado español. Ante la situación actual, vamos a ver un brote de euroescepticismo en una parte importante de la población. Ya ha pasado en Italia o Portugal, donde en las últimas elecciones europeas solo votó el 25% de la población. Aunque más que un escepticismo, creo que estamos viendo un cierto hastío ante esta UE.

Y aquí hay varias posibilidades. Existe la opción de que algunas fuerzas planteen un repliegue identitario, nacional, xenófobo y excluyente como hemos visto en otras fuerzas de extrema derecha europea. Sin plantear la ruptura al estilo Brexit, sino apostando por una reformulación de la UE menos federalizante. Hoy buena parte de las derechas radicales europeas se han vuelto euro-reformistas: ¿para qué romper con la UE si pueden ganar mayorías, conservar los elementos que más les benefician, bloquear los que no y fortalecer desde esas posiciones su propuesta política? Eso es lo que están haciendo actualmente Salvini, Le Pen, Orbán o Kaczyński. Seguramente sea lo que defienda de una forma más clara Vox.      

Ante esto, nosotros tenemos la oportunidad también desde la izquierda de plantear una enmienda a la totalidad a esta UE. Porque algunos somos profundamente anti-UE, a la vez que profundamente europeístas. Entendemos que no hay mayor sabotaje al proyecto europeo que la actual UE neoliberal. Y es mejor cuestionar esta UE, antes que se empiece a cuestionar la idea de un proyecto de Europa. Por eso tenemos que sumar a más gente a una iniciativa que debería partir de la premisa de darle la vuelta a Europa.

Esta caída de caretas, esta eliminación del maquillaje democrático y social de la UE, puede permitir que el debate se abra y no solo se den los repliegues nacionales identitarios que estamos viendo en otros países.  

Existe otro euroescepticismo que está basado en la falta de respuesta de Europa a las necesidades reales de la gente, ¿las mayorías en el Parlamento Europeo han dado definitivamente la espalda a sus ciudadanías?

El Parlamento Europeo ha votado en relación con las mayorías que existen en la propia cámara, las cuales están muy escoradas a la derecha. No solo la Gran Coalición tradicional de socialistas, liberales y populares, que gobiernan con sus políticas neoliberales la UE, sino que tenemos también diferentes grupos de extrema derecha con bastante peso, xenófobos, excluyentes y autoritarios, pero igualmente ultraliberales en sus propuestas económicas.

La izquierda, por su parte, cuenta con un peso limitado, incluso sumando a los grupos Verdes y el GUE/NGL -del que yo formo parte como Anticapitalistas-. Pero dentro de Los Verdes hay representantes austriacos, cuyo partido gobierna en su país con el PP más duro y xenófobo posiblemente de Europa. Algunos verdes tienen posturas socioliberales. Y por nuestra parte, el peso de la izquierda, por desgracia, es escaso.

Pero lo único importante no debe ser ganar o perder las votaciones en el Parlamento Europeo. Es muy importante que reconstruyamos movimientos y coordinaciones europeas desde abajo que justamente trabajen por la necesidad de darle la vuelta a Europa: romper con camisas de fuerza como son los Tratados de Maastricht o Lisboa. Se pueden construir movimientos que se relacionen a nivel europeo y que pongan encima de la mesa medidas de emergencia social, ecofeministas y ecosocialistas de cambio de modelo productivo a nivel europeo. Es un elemento central. La plataforma del Plan B en Europa ha supuesto la coordinación de numerosos partidos y movimientos a escala regional, es el momento de que le demos un nuevo impulso.

Ahí la izquierda alternativa tenemos que jugar un papel decidido y ese papel tiene que ser independiente del socialiberalismo. Esa otra Europa difícilmente vendrá por las vías que transitan la mayoría de los partidos socialistas que llevan más de 40 años gobernando en gran coalición la UE, erigiéndose como corresponsables y culpables de la UE neoliberal que tenemos ahora mismo. Necesitamos una separación y una independencia política clara si queremos tener un discurso social y político creíble sobre Europa.

La crisis sanitaria actual y la falta de respuesta de Europa, ¿está alimentando el auge de la extrema derecha?

Es demasiado pronto para ver los resultados que puede tener el ascenso de la extrema derecha. Evidentemente se abre una ventana de oportunidad para la crítica al modelo de construcción europea neoliberal con proyecto desde la izquierda e internacionalista que le dé la vuelta a Europa. Pero también por la derecha en repliegues identitarios y xenófobos.

La gran dificultad es que el peso específico y numérico de las organizaciones de extrema derecha en el conjunto de Europa es infinitamente mayor hoy en día que el de la izquierda alternativa.

Seguramente los partidos de extrema derecha podrán utilizar las imposturas de la UE para poder aglutinar cierto electorado de protesta. Incluso estamos viendo como la extrema derecha en el gobierno en Hungría y en Polonia utiliza también el Covid como coartada para acelerar sus políticas xenófobas y autoritarias. Hungría es un caso bastante claro: con la aplicación de la Ley de Emergencia, se puede encarcelar durante un máximo de cinco años a periodistas críticos, cerrar páginas web e incluso cerrar el Parlamento y gobernar por decreto. Esa ley no tiene fecha de finalización. Lo que es bastante grave.

Por su parte, el partido Ley y Justicia en Polonia aprovechó el revuelo de la pandemia para intentar limitar nuevamente el derecho al aborto, resucitando una ley que no había salido adelante gracias a la movilización del movimiento feminista polaco. Atacaron de esta manera a las mujeres justo ahora porque durante la pandemia la gente no se puede movilizar, ni salir a protestar. Afortunadamente la presión social y cierta presión internacional han conseguido pausar momentáneamente esa contrarreforma.

Estamos viendo cómo los gobiernos de ultraderecha aceleran sus medidas autoritarias, utilizando muchas veces a la UE como chivo expiatorio para justificar ciertas medidas o para victimizarse, explotando así cierto nacionalismo victimista. El Gobierno de Viktor Orbán lo hace constantemente.

En cambio, en el conjunto de la extrema derecha observamos una actitud muy parecida a la de Vox. Muy agresiva y con recursos constantes a la desinformación, los bulos y a las fake news a través de las redes sociales. Quieren diseminar esta lógica muy curiosa de cierto internacionalismo de la extrema derecha durante el confinamiento. Es algo que estamos viendo en EE UU o en Brasil con Bolsonaro. Y sin duda hay ciertos vasos comunicantes para que la extrema derecha calque teorías de la conspiración como las que está difundiendo Trump sobre la autoría china del virus. Bulos que, por cierto, ya se habían difundido antes en Italia.

Hay quien afirma que estamos ante una situación similar a la de la década de los 30 del siglo XX en referencia a ese auge de los partidos ultras, ¿está de acuerdo o es un paralelismo demasiado obvio?

Marx dijo que la historia solo se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa. No estamos ante el mismo contexto que los años 30 del pasado siglo con la emergencia de los fascismos en entreguerras. Es verdad que nos aproximamos a las puertas de una crisis social, económica, e incluso sanitaria inaudita para generaciones de europeos. 

Es verdad que hay una emergencia de las fuerzas de ultraderecha. Pero no creo que estemos ante la vuelta de los fascismos, sino más bien ante una regresión autoritaria, una involución democrática, en el que la extrema derecha es su elemento más descarnado. Pero hay una diferencia clara con el siglo XX. Entonces había revoluciones en marcha y un movimiento obrero que planteaba una alternativa real al modelo capitalista. Ahora por desgraciada no.

Los fascismos nacieron como una forma de aplastar a ese movimiento obrero, al no poder hacerlo con los aparatos del Estado. Necesitaban la implicación de una parte sustancial de la sociedad, que es donde los partidos fascistas juegan un papel clave. No estamos en esa situación ahora mismo ni en Europa ni en el mundo. Los partidos de extrema derecha actualmente no están construyendo grupos paramilitares y organizaciones sociales anejas o dependientes de su propia estructura partidaria con la idea de eliminar físicamente a las organizaciones obreras. Estamos viendo la emergencia de una extrema derecha con mucha capacidad comunicativa en las redes sociales, que incluso conecta con ciertos movimientos identitarios más juveniles y neonazis. Pero que no representa una reedición neofascista.

Hay un cierto rebrote de organizaciones neofascistas, pero éstas justamente no tienen apoyo electoral, salvo en Hungría, donde el Jobbik es la segunda fuerza, justamente después del partido de Orbán. En Italia CasaPound -similar a Hogar Social- no consiguió representación en las últimas elecciones. Lo mismo que Pegida en Alemania.

Pero, aunque sea una situación diferente a la de los años 30 del siglo anterior, ello no significa que no estemos ante un momento muy complicado económica, social y políticamente, con una extrema derecha autoritaria, totalitaria, misógina, homófoba, racista y xenófoba. Todo ello supone un verdadero peligro para la democracia y los derechos de las clases populares europeas. Y nunca se debe menospreciar.

Usted ha publicado recientemente un libro, La emergencia de Vox. Apuntes para combatir a la extrema derecha española, ¿cómo traslada sus conclusiones a la situación actual?

El libro es un intento modesto de explicar el fenómeno de Vox. De dónde viene, las raíces de la derecha y la ultraderecha española, y ponerlo en su contexto europeo e internacional. Analizar los elementos claves de su estrategia comunicativa, su discurso y propuestas políticas.    

Este libro lo que nos permite ahora es comprobar en parte y entender ciertas dinámicas que estamos viendo -no solo en Vox, sino en la derecha española- de enfrentar la crisis del Coronavirus para hacer oposición al Gobierno. Lo que da algunas pistas de la derecha que nos vamos a encontrar cuando salgamos del confinamiento. Una derecha hipermovilizada, ultramontana, con tics golpistas y autoritarios. Muy parecida al movimiento neocon estadounidense, al Tea Party. Más parecida de hecho a las lógicas de Bolsonaro o de Trump que a las de Le Pen o Salvini en muchos casos, como estamos comprobando por ejemplo con el tipo de críticas que hacen al confinamiento.

Lo que busca el libro es aportar herramientas para entender esta extrema derecha y, más en concreto, para intentar anticipar cuál será su estrategia en el próximo periodo. Y cuando hablamos de extrema derecha ultramontana hablamos de Vox, pero también incluye a buena parte del PP. Comprenderla es un primer paso para poder combartirla.

Hablemos ahora de España, ¿qué valoración hace de la acción del gobierno respecto a la crisis sanitaria?

No tengo elementos suficientes para valorar la intervención del Gobierno en cuestión sanitaria. No soy un experto. Creo que hay demasiadas personas hablando sobre asuntos que desconocemos. Evidentemente sí se puede sacar una lección de todo esto: los recortes matan. Lo estamos viendo de una forma especialmente sangrante en la Comunidad de Madrid o en Cataluña, donde se hicieron recortes salvajes. Si hay que sacar una conclusión de esta crisis es que toca reforzar lo público, nuestra sanidad y la propia financiación del Estado en cuestiones médicas. A día de hoy creo que lo piensa la mayoría de la población española.

Desde un punto de vista social, ¿se está quedando corto o está desaprovechando oportunidades para aplicar medidas que prioricen a las personas frente a las élites?

Más bien esto último. Vivimos una crisis sanitaria y social. El coronavirus cae en un terreno abonado para que derive en una crisis económica y social muy compleja. Todos los indicadores ya estaban anunciando antes de la pandemia que nos acercábamos a una crisis económica muy importante. La duda era cuándo iba a llegar. Esta pandemia va a acelerar y acrecentar esa crisis y, de momento, las medidas del Gobierno han sido insuficientes en lo social.

Alguna gente dice, ‘bueno, siempre será mejor que lo que hubiera hecho el PP’. Claro, evidentemente, porque no son el PP. Hasta ahí podría llegar la sombra del bipartidismo. Pero esa comparación odiosa no debería cegarnos ante la evidencia de que son medidas insuficientes para apoyar a la clase trabajadora. El Sindicato de Inquilinos, por ejemplo, está promoviendo una huelga de alquileres. Creo que desde el Gobierno tendría que haber impulsado una moratoria real y una excepción de pagos en estos meses como están pidiendo estas organizaciones.

El acceso recursos básicos es la cara más visible de la emergencia social, y ahí no se han llevado a cabo medidas lo suficientemente valientes. Lo mismo con el empleo: no se han prohibido los despidos, solo se han dificultado, se han encarecido, pero no se han prohibido. Lo vamos a ver dentro de unos meses cuando tengamos datos del paro realistas. El propio Gobierno ya estima que podríamos estar rondando el 18% de desempleo y una caída del 10% del PIB. Eso es un shock en toda regla.

Vamos a necesitar medidas mucho más valientes por parte de las instituciones. El problema es pretender fiar esa tarea a un gobierno de coalición donde una fuerza como Unidas Podemos cohabita de manera subalterna con otra socioliberal como el PSOE. Y ya hemos visto cómo el Partido Socialista gestiona las crisis. Sabemos también de qué pie cojea Nadia Calviño, un agente de la Troika con sillón especial en el Consejo de Ministros.

Por eso no podemos dejarle ni la iniciativa ni la responsabilidad total al Gobierno y a las instituciones. La sociedad civil, las organizaciones sociales, la izquierda alternativa tenemos que poner en marcha un proceso de movilización desde abajo por un plan de emergencia social. Por un lado, fortaleciendo tejido asociativo y lanzando iniciativas sociales concretas como las del Sindicato de Inquilinos, los bancos de alimentos, las redes de apoyo, etc. Por otro, pero partiendo y apoyándose en esto primero, todo esto debe movilizar. Cuando acabe el confinamiento, tenemos que salir a la calle. Hace falta reinventar formas de acción colectiva que nos permitan presionar para avanzar en medidas que verdaderamente pongan a las clases populares por encima de los intereses de las élites. Y sí, claro: va a ser muy difícil.

También hay que ser muy críticos con la posición de los sindicatos mayoritarios. Es más urgente que nunca reconstruir un sindicalismo de clase y combativo que pueda mostrar su alternativa e independencia al Gobierno, pero sobre todo a los intereses de la patronal. Escuchar al secretario general de CCOO decir que no hay margen para una subida de impuestos o escuchar a un dirigente sindical de UGT y no tener muy claro qué ni sobre todo a quién está defendiendo, es para que se te caiga el alma a los pies.

La utilización de intermediarios privados, como los bancos, para gestionar las ayudas a autónomos, pequeños empresarios y familias, con todas las denuncias que están surgiendo, ¿no indica que sería fundamental que esas ayudas fueran gestionadas directamente por el Estado?

Sí, evidentemente es un error que se utilicen esos intermediarios para gestionar esas ayudas. Otra deficiencia más que muestra la timorata respuesta del Gobierno español ante esta crisis.

¿Es el momento de crear una banca pública o que, en este momento, se utilice a Bankia, de la que el Estado es el máximo accionista, como único gestor de esas ayudas?

Creo que habría que avanzar justamente hacia una banca pública que pudiera ser entendida como un bien común para la ciudadanía. Habría que hablar no solo de Bankia y el ICO, sino también de expropiar ciertos sectores estratégicos para la economía. O que las ayudas públicas a grandes empresas se traduzcan en entrada del Estado en su accionariado. Una banca pública debería ser un medio y un fin, porque los servicios financieros son un servicio público, especialmente en tiempos de crisis. Por eso debería ser una de las metas de este Gobierno y parte de los resultados de los supuestos “rescates” que vengan.

¿Cuál sería su apuesta para salir de esta crisis?

Lo primero poner los intereses de las clases populares por encima de los intereses de las élites. Que aquello que decimos de que “nuestras vidas valen más que sus beneficios” no sea solo un eslogan, sino que se haga política de gobierno. Durante demasiado tiempo hemos visto cómo una minoría peligrosa que se cree una aristocracia, se niega a pagar impuestos mientras acumula riqueza como nunca antes en otras fases de la historia. Jamás hemos estado ante una sociedad tan desigual en Europa.
Esto es culpa justamente de una oligarquía que gobierna sin presentarse a las elecciones. Vivimos desde hace décadas una especie de revuelta de los privilegiados que acumulan más privilegios a costa de la miseria de las mayorías.

Pero más allá de esa caracterización, hoy hay una pregunta concreta encima de la mesa: ¿cómo vamos a afrontar esta crisis, haciendo recaer de nuevo el peso de los “rescates” sobre las y los trabajadores, y las clases populares, o por primera vez vamos a enfrentar a esa oligarquía convertida en minoría peligrosa? Y enfrentarla supone poner encima de la mesa un elemento clave: el reparto de la riqueza.

Y esto implica hablar de impuestos y de tasas. Desde Anticapitalistas hemos lanzado una idea que nos alegramos que otras partes de la izquierda como Unidas Podemos o Más País estén recogiendo: cómo aplicar una Tasa Covid al patrimonio y a las multinacionales. Pero esto solo puede ser el principio de una estrategia mas ambiciosa de reparto de la riqueza como elemento clave para combatir la desigualdad, todas las desigualdades crecientes, plurales e interconectadas, interviniendo en las realidades que son fuente y reflejo de esa desigualdad, como la fiscalidad, la precariedad, la austeridad y/o el poder corporativo.

Justamente para que sea esa minoría peligrosa la que pague, con una parte de su riqueza, la salida de la crisis que viene y el necesario cambio de modelo productivo. Porque no hay que hablar solo de un mejor reparto de la riqueza, sino que también tenemos que poner encima de la mesa el reparto de los trabajos. Trabajar menos para trabajar todos, justamente cuando vamos a enfrentar una crisis de paro tan salvaje. Y para poder trabajar menos repartiendo así los empleos y la riqueza, necesitamos un profundo cambio de modelo productivo que rompa de una vez por todas con una manera de producir, comerciar, consumir y de vivir tan catastrófica e ilógica desde el punto de vista ecológico y social. Que en toda Europa no hubiera ni una sola fábrica de mascarillas ni de respiradores porque todas habían sido deslocalizadas en China y en el Sudeste asiático es revelador de ese sinsentido.

Tenemos que hablar de una reindustrialización de España y de Europa para fomentar ese cambio de modelo productivo que esté al servicio del bien común, de los intereses del planeta y las mayorías sociales. Y eso significa también la nacionalización de sectores estratégicos como el de la energía, ciertos sectores industriales o una banca pública. Todo esto se tiene que poner encima de la mesa. Porque hemos comprobado, y es una de las cuestiones fundamentales de esta crisis, que el capitalismo no es capaz de asegurar el bien común, ni de asegurar la vida en una pandemia como esta.

Ahí es donde tenemos que actuar. Y no podemos esperar. El momento es ahora. Tenemos que plantear desde ya una salida anticapitalista y ecosocialista a la nueva crisis que ya está aquí. Para que por una vez se rompa la norma y quienes paguen sean los ricos. Porque nuestras vidas valen mas que sus beneficios.

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