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Mar Gallego: “La precariedad es una forma posmoderna de llamar a la pobreza”

Carmen Marchena
Carmen Marchena
Periodista
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análisis

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La nieta de Rosa Moneo, mujer gitana y andaluza, le comentó un día a su abuela que la iban a entrevistar para que contara su historia y plasmarla en un libro, a lo que la abuela le contestó: “¿Y yo tengo una historia?”. “Como vaya yo y lo encuentre, feminismo andaluz y otras prendas que tú no veías” nace con la intención de responder a esa pregunta, un libro escrito por la periodista chiclanera -o como a ella le gusta autodenominarse, “contaora”- Mar Gallego.

La pregunta de Rosa Moneo es la foto fija de un pueblo que ha sido denostado e invisibilizado por la sociedad a lo largo de los tiempos. Es la historia del pueblo andaluz contado a través de sus grandes sufridoras, las mujeres andaluzas trabajadoras de orígenes humildes, que son el punto iniciático de este trabajo con mirada feminista y territorial, donde los cuerpos que hablan hacen cultura.

Mar llegó ayer a Madrid acompañada de su hermana, y un tropel de comadres aguardaban puntuales en el espacio de la Editorial Libros.com, que ha publicado el libro a través de crowdfunding. La disposición de las sillas era circular en algunas partes, lo que podría entenderse como una corrala escuchando a una de sus vecinas contar una historia. La vecina cantante era Mar Gallego, que acompañada de la escritora Elisa Coll, mantuvieron un diálogo con el que acercaron las ideas y sentires sobre los que se sostiene este libro, y en el que muchas personas verán reflejadas a sus madres, tías o abuelas, y su manera de habitar el mundo.

Hay mucho de la vida de Mar en “Como vaya yo y lo encuentre”, frase tomada de su propia madre. “En mi caso existe una triada muy importante formada por mi madre, mi abuela Antonia y mi abuela María”. Su familia vive en un patio familiar y según explica la chiclanera “ellas me ayudaron a ver la vida de otra manera”. Su madre “fue la que dentro de un sistema individualista-capitalista me dio esa mirada particular del como vaya yo y lo encuentre”. Mar cuenta que la abuela María era una mujer de campo, que trabajaba para los cortijos de los colonos y era muy lectora. “Una mujer de campo muy sabia pero con otro tipo de sabiduría, de hecho, fue la primera persona que me dio libros en casa”. Gracias a la abuela María pudo entender y romper muchos estigmas sociales sobre la gente del campo, que hoy pueden verse retratados desde la crítica cercana y el cariño en su libro.

Su abuela Antonia es otro de los engranajes de este proyecto. Una enfermedad le arrebató el habla y tuvo que ser cuidada por su madre durante 14 años. “Nos criamos con una mujer que no hablaba y eso te hace desarrollar una sensibilidad distinta, un lenguaje más allá de las palabras”, comenta Mar. Una realidad que atiende a otro de los grandes temas del libro, la incorporación de otros lenguajes en la manera de comunicarnos, el cómo las andaluzas han sabido hacer de su cuerpo una herramienta de comunicación definitiva, a pesar de tener complejos en su forma de hablar.

“Esas sensibilidades calaron en mi de tal manera que quise transmitirlas a través del lenguaje”. Fue durante ese camino hacia la escritura cuando se cercioró del poder sanador de sus palabras, sin embargo, en su relato faltaba algo. Ese algo tenía que ver con Andalucía, además de con ser mujer y pobre. A partir de ahí lanzó su blog Como vaya yo y la encuentre, que finalmente ha desembocado en el libro que fue presentado ayer.

La charla entre escritoras como extensión del libro, hablaba de poner en valor el fracaso con claros guiños a la teoría Queer. De cómo en ciertos territorios, con el ejemplo de Cádiz, llevan la sabiduría del fracaso por bandera y lo toman como potencial transformador alejado de metas y la meritocracia impuesta. “Andalucía tiene valor en la medida que ha fracasado”, afirmaba Mar, que defiende una corrala propia en lugar de ese cuarto propia de Woolf, al que no todas las mujeres tienen acceso.

Hubo tiempo para la precariedad entendida como “una forma posmoderna de llamar a la pobreza”, comentaba entre risas la autora. También se abordó el acento andaluz como traba en ciertos ámbitos de la vida como el laboral o el de la comunicación, con una acertada cita de Ana Rosado que decía “que hay determinados territorios que parecen tener un sello de calidad”. Sin dejar atrás la andaluzofobia y la utilización de la marca andaluza para denostar a sus mujeres y al pueblo en general.  O cómo el acceso al trabajo y la autoestima en la relación laboral viene determinada desde comienzos del latifundismo con roles sirviente-amo, o sirvienta-mi señora en el caso de las mujeres que limpiaban las casas hacia sus empleadoras. El eterno síndrome de la impostora andaluza.

Reconocer los territorios como cuerpos vivos, una ventana a la que asomarse y donde entenderse. “Andalucía es sentir, es una forma de expresarse porque estamos desde que nacemos en contacto con la cultura y en relación con el arte”. Mar busca el reconocimiento de “la cultura de los sentidos”, que otras formas de comunicar y de saberes sean legítimos, a pesar de no ser hegemónicos. También reivindica el papel de las cuidadoras, la relación que establecen las andaluzas con la palabra cuidado y la palabra mirar: “no me pises los fregaos”, “como vaya yo y lo encuentre”, “no tienes cuidado”… Son expresiones que hablan del miramiento de las cosas. Para la autora “no cuidar tiene que ver con no mirar y no cuidar significa no darte CUENTA de que tienes a una persona al lado que lo necesita, es reconocer que vivimos con otras personas”. Mar habla de “la inconsciencia de la soledad de las cuidadoras” y la infantilización de la mujeres del pasado, que son presente y que serán futuro, pues a ellas nos debemos.

La tarde cierra con la lectura del capítulo de María Cara, una mujer que al igual que a su abuela, le pusieron en el DNI “no sabe” por ser analfabeta y no saber firmar. La lectura terminó con lágrimas de emoción que albergaban el reconocimiento a las mujeres de su vida, a las encontradas en el camino, a las conocidas a través de testimonios y cuentos. Todas ellas agradecidas, en la tierra o en el universo, de por fin tener una historia que contar, al igual que su comadre Rosa Moneo.

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