¿Mantendrá el PSOE su proyecto de Estado Federal tras el 20-D?

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Hay un dicho popular que aconseja ‘no jugar con las cosas de comer’, lo que equivale a declarar la inconveniencia de tomarse las cosas importantes con ligereza.

La expresión tiene sus variables, alguna malsonante, como sucede con la frase ‘donde se come no se caga’, muy usada por los argentinos. Con ella se quiere señalar la necesidad de cuidar debidamente el puesto o el medio de trabajo, evitando provocar cualquier hecho que pueda perjudicarlos.

A pesar de su componente soez, la frase ilustra con cierta adecuación el resultado que en términos electorales ha cosechado la propuesta socialista de reconvertir el Estado de las Autonomías en un Estado Federal duro y puro, con la correspondiente reforma constitucional. Su incidencia en las elecciones generales del 20-D ha sido obviamente muy negativa para el PSOE, razón por la que debería pasar al archivo del olvido o cuando menos ponerse en cuarentena.

Otro dicho asimilable al de no jugar con lo que cabe considerar sustento del quehacer cotidiano, es el de ‘apagar el fuego con gasolina’ o ‘echar leña al fuego’. Y también el de ‘donde las dan las toman’, que transmite de forma adecuada el resultado final de la inconveniencia, soliendo recibir quien la promueve el pago en la misma moneda.

Y eso es lo que ha sucedido con la insistencia socialista de querer convertir España en un Estado Federal absoluto, más allá de donde ya se sitúa el Estado Autonómico. Porque lo conseguido por el PSOE con su inconvincente propuesta sólo ha sido despertar los fantasmas cantonales de la Primera República, precursores de la ‘dictadura republicana’ del general Serrano, y que los electores la hayan triturado en las urnas, advirtiendo de esta forma a la dirección del partido que esa no es la vía más adecuada para contener la creciente desafección de sus potenciales votantes.

Plantear una idea tan ligera y peregrina, nacida con tintes oportunistas en plena caída libre del partido y al socaire de las reivindicaciones catalanas, ha sido, además, cosa en extremo peligrosa, porque de hecho realimentaba la desvertebración del Estado. Menos mal que la pugna electoral, en la que Ciudadanos arrió con gran éxito inicial la defensa de la unidad de España, llevó al PSOE a retomar los símbolos de la grandeza nacional, aunque ya con escasa credibilidad.

Lo más curioso del caso es que el lío de la nueva España Federal fuera alentado por un socialista de cabeza bien amueblada como Alfredo Pérez Rubalcaba. Y que, acto seguido, terminase abandonando la política por la puerta chica sin lograr contener la sangría electoral provocada por el zapaterismo, del que también formó parte, primero como portavoz del Grupo Socialista en el Congreso y después como destacado ministro y vicepresidente del Gobierno de ZP.

Ahora, tras el batacazo del 20-D, parece claro que el PSOE debe guardarse de aventuras políticas tan inciertas como la de pretender federalizar España más de lo que está, obviando todo tipo de enredo que pueda confundir la idea de Nación indisoluble o debilitar al Estado, ya saqueado en exceso por las competencias que progresivamente han sido transferidas a los gobiernos autonómicos.

En estos momentos, la recuperación electoral del PSOE pasa, entre otras cosas, por reasentar su vocación nacional, izando a todo trapo la bandera de una España más igualitaria, sin asimetrías ni zarandajas soberanistas, y cortando de raíz cualquier jugueteo nacionalista del partido en Cataluña, en el País Vasco o en Navarra. La poca credibilidad de Pedro Sánchez con el despliegue de la enseña nacional en el Circo Price de Madrid al presentarse como candidato a la Presidencia del Gobierno, acompañado del lema ‘El cambio que nos une’, llegó tarde y también confundido con su propuesta de promover una nueva Constitución Federal.

En política, la incoherencia argumental, los bandazos y las contradicciones, son tan perjudiciales como la corrupción, o puede que más. Por eso hay que evitar el patriotismo sólo de ocasión, aunque sea para camuflar -como hizo Pedro Sánchez con aquella llamativa muestra de españolidad- la peligrosa deriva antisistema que entonces le adjudicaba Rajoy.

Con ese toque patriotero, más que patriótico, el secretario general del PSOE lanzó su fracasada candidatura presidencial asociando la bandera nacional con el lema ‘El cambio que nos une’. Pero la novedosa escenografía de su proyecto político requería, para no quedarse en mero maquillaje, una mayor precisión y clarificación de contenidos.

Porque, ¿acaso el cambio que nos iba a unir era el de una España Federal ya sufrida como imposible durante la Primera República…? ¿Y por qué el PSOE ha de renunciar a la España ‘una, grande y libre’, que, aun siendo un eslogan ocasional del franquismo, también es una loable seña de identidad de cualquier nación que crea en sí misma…?

Ahora, ya no se trata de mantener luchas partidistas más o menos inútiles, sino de trasladar a la sociedad española el proyecto de Nación que tiene cada uno de los partidos con suficiente influencia política para llamar a un cambio político: PSOE, Ciudadanos y Podemos. Los tres necesitan explicar con mucha más precisión la idea de reforma que predican, sobre todo en cuanto a la forma y organización del Estado.

Para empezar, ninguno de ellos ha abierto la boca para anunciar, sin ir más lejos, la recuperación del exceso competencial transferido a las autonomías en perjuicio de la fortaleza del Estado (en Sanidad, Educación, Justicia…). Eso es lo que, de entrada, debería hacer cualquier buen patriota, incluidos por supuestos los socialistas.

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