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Filosofía para pobres (V)

Francisco Silvera
Francisco Silverahttp://www.quenosenada.blogspot.com.es
Escritor y profesor, licenciado en Filosofía por la Universidad de Sevilla y Doctor por la Universidad de Valladolid. He sido gestor cultural, lógicamente frustrado, y soy profesor funcionario de Enseñanza Secundaria, de Filosofía, hasta donde lo permitan los gobiernos actuales.
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análisis

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He dejado un capítulo aparte para los pitagóricos. El núcleo central de sus teorías quizá sea el ejercicio intelect ual más influyente de la Historia de Occidente y su estela llega hasta lo que hoy llamamos Ciencia.

Sorprende, y casi podría ser paradigmático, lo poco que sabemos sobre los hechos históricos; lo que conocemos de ellos son tradiciones que se prolongan durante siglos, pero arrancan de un primer contratiempo: los pitagóricos son una secta religiosa secreta en la que Pitágoras es el líder fundador divino (empieza el problema) y por tanto intocable y depositario de todo milagro o bien acaecido en su seno, añadan que matan a los díscolos y que cuando el grupo se dispersa y sus enseñanzas se difunden puede tranquilamente haber transcurrido medio siglo desde su fundación real. El nombre de Pitágoras alude a las locuciones de la Pitia del Templo de Apolo en Delfos, la famosa Sibila que parece haberse colocado sistemáticamente por la misma vía que nuestras brujas con sus escobas, practicando el trance y lanzando apotegmas misteriosos de sentido doblado. Lo que sabemos de él es puramente legendario y coincide con ciertos patrones: madre virgen, estrella señalando el lugar del nacimiento, milagrero, resucitador de muertos, bilocaciones, paseos sobre la superficie del agua, resurrección propia… añadan un muslo de oro y capacidad de volar sobre una flecha.

Contrasta lo que leemos en investigaciones sobre la música helénica antigua y lo que los manuales cuentan sobre las ideas musicales de esta leyenda llamada Pitágoras. Se le atribuyen teorías armónicas, como el descubrimiento de las octavas vinculadas a la duplicación de la longura de una cuerda en un monocordio, que hasta inicios del siglo XVIII no se consolidarán en Europa, por ejemplo, respecto de la afinación de los instrumentos, lo que nos lleva a pensar que las ideas transmitidas han sido modificadas, alteradas, hasta casi nuestros días, como en esos juegos de decir algo al oído en cadena hasta que no se parece a lo original… Piensen que tendemos a considerar nuestra música como “natural” y sabemos poquísimo de aquélla, pero lo que Platón llamaba música ni como concepto ni como sonido tendría mucho que ver con lo que apreciamos hoy. La misma historia se cuenta tras su paso por una fragua al oír un martillo que era el doble de otro en todos los sentidos, de nuevo el sonido era un intervalo de octava: y así se le atribuye el descubrimiento, por proporciones matemáticas, del resto de las notas… suponiendo que la Hélade conociera nuestras notas e intervalos, claro. Huele raro. Sí debe quedarnos, al menos, la idea de que vincularon sonido, proporciones y cualidades físicas.

El concepto de número que manejaron es muy diferente del nuestro, cuando hablan de éstos como “arjé” (origen, comienzo, material primero) ni siquiera se están refiriendo a un concepto único, porque tienen asociada la idea de cantidad a algo físico: no estoy diciendo que no hagan abstracciones, sino que cuando hablan de unidades simples hablan de “cosas físicas” minúsculas, constitutivas pero de cosas, no de álgebra. Por eso el origen de todo es la unidad, un punto, y un punto tiene un entorno; éste es el comienzo: la unidad (y su entorno) que es macho, lo siguiente es la hembra que es la suma de dos machos (nótese que esto es patriarcado, o sea: defender que el “padre” es el origen o gobierna); empieza la realidad del cosmos cuando (ahora sexo) la intersección de los círculos formados por las dos unidades (macho) genera la mandorla o almendra mística (hembra, abierta de piernas, la vagina); uniendo los centros de las unidades, enlazándolos con los cortes de las intersecciones de los círculos generados por su presencia: aparecerán las formas geométricas que componen nuestra imaginería mística, el triángulo equilátero, la pentalfa autorreplicante… pero a mí me gustaría insistir en lo sexual porque proviene de una evidencia: el área “mística” del cerebro es la misma que la del orgasmo, por eso hay una relación amor-odio entre lo divino y el deseo que es inextricable. Me hace gracia la polémica sobre el paso del clítoris en Sevilla, estudiando pitagorismo se disuelve: porque muchas vírgenes procesionando desde lejos no son más que esa forma metamorfoseada, y recordemos que Dios o el Paraíso suelen estar representados en el interior de esta mandorla-vagina que origina todo, subconsciente y reproducción, vamos.

También dicen los pitagóricos que al moverse esos puntos o unidades generan líneas, que al desplazarse generan superficies y éstas a su vez volúmenes; así, por fluxión, explican el origen de las diversas figuras geométricas (esfera, cubo, pirámide…) que serán las constituyentes de los elementos de la Naturaleza (como un atomismo geométrico): tierra, agua, aire, fuego y éter. Los cuatro primeros tienden hacia el centro del Universo, coincidente con el de la Tierra (concepto arbitrario, más mágico que físico, más del ombligo que de geografía), por eso ésta es redonda y las cosas no se van volando o caen por los laterales, por su “gravedad”, por su peso propio hacia el centro.

El éter, en cambio, se identificará con todo lo que se ve en el firmamento porque al no caer hacia aquí no puede ser como los otros elementos, le corresponde moverse sólo en círculos perfectos con el centro de nuevo en el de la Tierra; de la Luna hacia fuera todo será éter y esos astros etéreos ruedan sobre orbes circulares, sólidos y transparentes generando un sonido; los siete primeros (“lunes, martes, miércoles”…) son estrellas errantes o vagamundas (“planétes”), nótese que nada tiene que ver con nuestra idea de planeta, la Tierra para ellos no es un planeta sino, repetimos, el centro del cosmos; los planetas son estrellas cercanas que hacen derrotas raras (círculos dentro del círculo mayor del año: epiciclos) y después están los astros normales extendiéndose ilimitadamente en el octavo cielo que vemos como si observáramos la superficie interior de un balón desde su centro girando lenta y regularmente.

El conjunto de estos sonidos es sinfónico, forman un orden sonoro porque hay un encaje matemático, lógico entre ellos (“harmonía”). Ésta es la Música de las Esferas que no sólo es sonora, Platón hablará de una armonía de colores también, es la “Harmonia Mundi”: la idea según la cual en el cosmos hay un orden reconstruible mediante el “lógos” o capacidad de razonar (“mathematiká”). Nunca dicen que se oiga con los oídos, el habitante de la orilla del mar llama silencio al sonido del oleaje oceánico, acostumbrado; el silencio del universo y el ejercicio de describir las proporciones que rigen los movimientos perfectos, divinos de los astros, constituyen el “oír” la Armonía de las Esferas.

Ocho siglos más tarde, cuando Roma reinvente el cristianismo colocará al Dios impérterrito y su más allá después de las últimas estrella fijas, y entre el “Habitaculum Dei” y las esferas concéntricas, en medio, a los tres Coros Celestes cantando el Trisagio trayendo el mensaje divino musical (ángeles) hasta la materia para que todo el Universo baile a su son y se mueva, y en el medievo se estudiará la Cuádruple Vía (“Quadrivium”) uniendo la Matemática, la Astronomía y la Música, considerada una ciencia hasta el siglo XVIII, Kepler a comienzos del XVII seguirá describiendo la “danza de los planetas” y el experimento Michelson-Morley descartará la existencia del éter sólo a finales del XIX… y la NASA sigue difundiendo sonidos planetarios todavía hoy.

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